Marianao, La Habana, 20 de agosto de 2009, (SDP) En los próximos días se desarrollará en Berlín el Campeonato Mundial de Atletismo, al que han sido invitados por los organizadores los familiares de dos figuras ya desaparecidas, cuyas actuaciones durante la mítica Olimpiada de 1936 en la entonces capital del III Reich fueron excepcionales: el norteamericano Jessie Owens y el germano Al Long.
Durante la prueba de salto largo ambos atletas se enfrentaron. En los primeros intentos, Long marchaba en primer lugar, mientras el norteamericano, quien ya se había impuesto en el hectómetro, no conseguía validar sus saltos. Entonces, ante los espectadores que colmaban el coliseo deportivo y, sobre todo ante la taladrante mirada de su Füehrer, el atleta alemán se acercó a Owens y le indicó que estaba iniciando su carrera de impulso demasiado cerca y que por eso estaba cometiendo fouls. Owens lo escuchó y en su siguiente turno aplicó el consejo de Long, saltó bien y tomó definitivamente el mando de la competencia, cuyo resultado final le dio el oro al norteamericano mientras Long tuvo que conformarse con la plata. Sin embargo, la foto de la premiación nos muestra ambos igual de sonrientes y felices por sus medallas.
Me complace imaginar el grado de confianza en sí mismo mostrado por Long, quien pudo permitirse ese rasgo de generosidad con su adversario, a quien confiaba aún así superar. No resultó a su favor y de inmediato compartió la alegría de quien lo había vencido en buena lid y estaba listo a reconocerle la parte que en su victoria le correspondía a Long.
Innecesario aclarar que Hitler no quedó contento con aquel gesto, puesto que la generosidad y el juego limpio no eran sus virtudes favoritas.
Conozco una anécdota afín, que involucra también a un alemán genial, pero tiene como protagonista principal a un compatriota nuestro no menos genial: José Raúl Capablanca. Ocurrió durante el Torneo de Moscú de 1925, el primero de gran categoría organizado por el nuevo Estado Soviético. El alemán era el ex campeón Emmanuel Lasker, a quien Capablanca le había arrebatado el cetro en La Habana, cuatro años antes. Lasker tenía por costumbre acudir a las rondas acompañado por su esposa, la Sra. Marta. La partida que los enfrentó no fue un trámite de salón, sino una fiera lucha, que la anciana observaba con creciente inquietud, sin poder definir con claridad el curso de la batalla. Percatándose del final que se avecinaba contrario a sus deseos, el cubano se pone de pie y se acerca a saludar a la Sra. Marta, estrechándole la mano al tiempo que le susurra, en nítido alemán, “No se preocupe más, ya pronto el Doctor ganará su partida.”
¿No les parece sublime esa capacidad para acudir incluso a consolar a sus adversarios? Que un cubano haya sido en tal grado generoso, siendo de oficio y profesión jugador de una disciplina tan combativa como el Ajedrez, me maravilla.
Durante los últimos 50 años, el régimen totalitario no ha dejado de prestarle atención y respaldo, sobre todo al deporte de alto rendimiento, lo cual se ha traducido en buen número de figuras sobresalientes. Sin embargo, apenas conocemos anécdotas similares y, hasta hace muy poco, los atletas incapaces de traerle el oro al Líder se mostraban hechos una calamidad, como si el esfuerzo no representase nada si no era merecedor de la Victoria. Durante la pasada Olimpiada, un atleta cubano empequeñeció a la barbarie cuando le entró a patadas a un árbitro. Lo peor es que el Líder, olvidado al parecer de su prestigio como basquetbolista en Belén, aprobó su conducta.
No obstante, tengo la certeza de que tal barrabasada fue la excepción y no la regla. Si desconocemos pasajes de generosidad y desinterés se debe sobre todo al torpe desempeño de una prensa deportiva (y de la otra también) de miras estrechas y simplonas, incapaz de apreciar el prodigio deportivo en toda su riqueza, que rebasa las fronteras de la victoria o la derrota.
Para concluir, les contaré otra de Ajedrez, que tiene como protagonista al célebre maestro Savielly Tartacower, jugador que, como varios más, se movió por casi todas las nacionalidades europeas durante el inquieto Siglo XX .Al final, concluyó como francés y como parte del equipo de ese país, enfrentó a una selección de la URSS. Jugaba contra Paul Keres, arribaron a un final parejo y el maestro letón, en consideración a la legendaria trayectoria del viejo Savielly, le ofreció las tablas, a lo que se negó el veterano, empeñado en forzar la balanza, lo que generalmente beneficia más al otro bando. Por fin, concluyó la partida con la victoria de Keres, quien le preguntó al derrotado por qué no había aceptado su propuesta de tablas, a lo que Tartacower respondió inmediatamente: Es que me era tan agradable continuar jugando con Ud….
primaveradigital@gmail.comDurante la prueba de salto largo ambos atletas se enfrentaron. En los primeros intentos, Long marchaba en primer lugar, mientras el norteamericano, quien ya se había impuesto en el hectómetro, no conseguía validar sus saltos. Entonces, ante los espectadores que colmaban el coliseo deportivo y, sobre todo ante la taladrante mirada de su Füehrer, el atleta alemán se acercó a Owens y le indicó que estaba iniciando su carrera de impulso demasiado cerca y que por eso estaba cometiendo fouls. Owens lo escuchó y en su siguiente turno aplicó el consejo de Long, saltó bien y tomó definitivamente el mando de la competencia, cuyo resultado final le dio el oro al norteamericano mientras Long tuvo que conformarse con la plata. Sin embargo, la foto de la premiación nos muestra ambos igual de sonrientes y felices por sus medallas.
Me complace imaginar el grado de confianza en sí mismo mostrado por Long, quien pudo permitirse ese rasgo de generosidad con su adversario, a quien confiaba aún así superar. No resultó a su favor y de inmediato compartió la alegría de quien lo había vencido en buena lid y estaba listo a reconocerle la parte que en su victoria le correspondía a Long.
Innecesario aclarar que Hitler no quedó contento con aquel gesto, puesto que la generosidad y el juego limpio no eran sus virtudes favoritas.
Conozco una anécdota afín, que involucra también a un alemán genial, pero tiene como protagonista principal a un compatriota nuestro no menos genial: José Raúl Capablanca. Ocurrió durante el Torneo de Moscú de 1925, el primero de gran categoría organizado por el nuevo Estado Soviético. El alemán era el ex campeón Emmanuel Lasker, a quien Capablanca le había arrebatado el cetro en La Habana, cuatro años antes. Lasker tenía por costumbre acudir a las rondas acompañado por su esposa, la Sra. Marta. La partida que los enfrentó no fue un trámite de salón, sino una fiera lucha, que la anciana observaba con creciente inquietud, sin poder definir con claridad el curso de la batalla. Percatándose del final que se avecinaba contrario a sus deseos, el cubano se pone de pie y se acerca a saludar a la Sra. Marta, estrechándole la mano al tiempo que le susurra, en nítido alemán, “No se preocupe más, ya pronto el Doctor ganará su partida.”
¿No les parece sublime esa capacidad para acudir incluso a consolar a sus adversarios? Que un cubano haya sido en tal grado generoso, siendo de oficio y profesión jugador de una disciplina tan combativa como el Ajedrez, me maravilla.
Durante los últimos 50 años, el régimen totalitario no ha dejado de prestarle atención y respaldo, sobre todo al deporte de alto rendimiento, lo cual se ha traducido en buen número de figuras sobresalientes. Sin embargo, apenas conocemos anécdotas similares y, hasta hace muy poco, los atletas incapaces de traerle el oro al Líder se mostraban hechos una calamidad, como si el esfuerzo no representase nada si no era merecedor de la Victoria. Durante la pasada Olimpiada, un atleta cubano empequeñeció a la barbarie cuando le entró a patadas a un árbitro. Lo peor es que el Líder, olvidado al parecer de su prestigio como basquetbolista en Belén, aprobó su conducta.
No obstante, tengo la certeza de que tal barrabasada fue la excepción y no la regla. Si desconocemos pasajes de generosidad y desinterés se debe sobre todo al torpe desempeño de una prensa deportiva (y de la otra también) de miras estrechas y simplonas, incapaz de apreciar el prodigio deportivo en toda su riqueza, que rebasa las fronteras de la victoria o la derrota.
Para concluir, les contaré otra de Ajedrez, que tiene como protagonista al célebre maestro Savielly Tartacower, jugador que, como varios más, se movió por casi todas las nacionalidades europeas durante el inquieto Siglo XX .Al final, concluyó como francés y como parte del equipo de ese país, enfrentó a una selección de la URSS. Jugaba contra Paul Keres, arribaron a un final parejo y el maestro letón, en consideración a la legendaria trayectoria del viejo Savielly, le ofreció las tablas, a lo que se negó el veterano, empeñado en forzar la balanza, lo que generalmente beneficia más al otro bando. Por fin, concluyó la partida con la victoria de Keres, quien le preguntó al derrotado por qué no había aceptado su propuesta de tablas, a lo que Tartacower respondió inmediatamente: Es que me era tan agradable continuar jugando con Ud….
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