jueves, 13 de agosto de 2009

EL HOLOCAUSTO CUBANO, Moisés Leonardo Rodríguez




Cabañas, La Habana, 13 de agosto de 2009. (SDP) El sacrificio de esperanzas, riquezas y vidas de millones de cubanos como ofrenda a los dioses del rito ideológico de la revolución se corresponde a la acepción del término holocausto. Originariamente, dicho término se refería a un rito religioso en el que se incineraba una ofrenda. En la actualidad, remite a cualquier desastre humano de gran magnitud. Ese es el caso cubano.
En el campo de concentración que es la isla bajo el control de los hermanos Castro, suman millones las muertes causadas directa o indirectamente por sus decisiones, omisiones y mecanismos de control y sometimiento. Se unen a esas muertes el tributo forzado de los cubanos de a pie, sufrir las violaciones de sus derechos básicos y el bajo nivel de calidad de vida en aras de un futuro mejor que parece solo llegará en el mismo momento en que alguien alcance el horizonte o la base de un arco iris.
El mayor daño infligido a las víctimas de las ofrendas es en lo espiritual y lo moral. Esto, por si solo, permite clasificar como holocausto lo sufrido por los nacionales de la isla en los últimos cincuenta años.

Las muertes incluyen las provocadas durante las luchas por el poder, los fusilados, los ahogados en el Estrecho de la Florida, los numerosos suicidios -incluidos los de personas bajo custodia-, los muertos en guerras extrañas y los que, aunque murieron por enfermedades o causas naturales, gastaron sus vidas inútilmente en el empeño por una Cuba mejor, que en realidad, cada vez es peor.

Son también víctimas de este desastre humano los exiliados porque el poder les negó en su propia tierra lo que han ido a buscar a otras, las prostitutas sin vocación, los delatores, los que mienten al aparentar lo que no sienten, los corruptos y los traidores.

Los que han vivido en la mentira, como señaló Vaclav Havel en su obra El Poder de los sin Poder. La mentira en la vida de pareja, en la familia, en el barrio, en la escuela y el centro de trabajo. Mentir al desfilar en apoyo a la revolución que les es ajena, al ejercer el voto sin elegir, al asistir a guardias para cuidar lo que no sienten suyo, a reuniones y trabajos voluntarios buenos para nada. Mentir para sobrevivir o para no vivir peor, esa es la justificación. Mentir hasta el punto de negar a Dios, a los familiares que se han ido, a las propias convicciones, al propio ser. Reducción de la vida a una mascarada para ocultar la fealdad de los que mienten. Esta ha sido, y es, la vida de demasiados cubanos.

Suerte que cuando muchos hombres pierden el decoro, quedan siempre algunos que pagan el precio de llevar en sí el decoro de muchos hombres.

Pero en la vida todo tiene su final y su debido juicio. Pretender la trascendencia solo ha conducido al hombre a la expulsión del Paraíso Terrenal y a la confusión en la Torre de Babel. Al suicidio de Hitler ante la derrota de su nacionalsocialismo. A la condena por la Historia de todos los dictadores, de todos los hombres que han odiado y destruido.

Agitar banderas por la satisfacción de sólo algunos de los derechos humanos puede desviar la atención de algunas personas por un tiempo. A la larga no se logrará con ello ocultar las víctimas. Ahí están las dictaduras de Batista, Trujillo, Somoza, Pinochet y otros.

El holocausto cubano -la gran matanza en vida y espíritu de millones de seres humanos- no debe quedar impune. Aunque algunos lo nieguen, como hacen con el holocausto judío, las víctimas se alzarán y harán posible lo sentenciado por José Martí: “darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario” y poner alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos.”
corrientemartiana2004@yahoo.com

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