Playa, La Habana, 27 de agosto de 2009, (SDP) En la Cuba de hoy existen dos tipos de mujeres bien diferenciadas entre sí: la mujer de pueblo, sencilla y común, y la mujer del dirigente.
La primera, es decir, la de pueblo, constituye la inmensa mayoría de la población femenina y se hace visible en las colas, en el transporte público, en los pupitres de los centros de estudio y en la atmósfera cargada de humedad y malos olores de las oficinas y centros laborales.
No quiere decir ello que la otra, la del dirigente, deje de visitar las tiendas y otros centros de esparcimiento. También lo hace y mucho más a menudo que la otra. Pero cuando va a pasear o de compras, lo hace en el carro privado o en el designado al esposo para los quehaceres propios de su cargo.
¡Qué piel más tersa y sedosa ostenta la mujer del “mayimbe”! Se ve que sobre ella no han golpeado mucho los rayos de este sol que achicharra y consume. Las manos bien cuidadas baten al viento luciendo pintura fresca en las uñas lo cual, no sólo habla de la acción sistemática de la manicura, sino de un total divorcio con las labores domésticas. Del completo distanciamiento con el palo de trapear y con la olla de presión, a pesar de las comodidades que ofrecen éstas últimas, generosamente vendidas a crédito según iniciativa del moribundo Comandante.
Las mujeres de los pejes gordos alguna que otra vez van a las reuniones del Comité de Defensa de la cuadra pero no suelen mezclarse con la “canalla” pobretona; prefiere estar al lado del dirigente del organismo superior, presente únicamente durante las grandes ocasiones.
Cuando la mujer del jefazo habla en las asambleas, y lo hace a menudo, se produce un gran silencio. Sus palabras casi siempre son las mismas: exhortación al sacrificio, a la defensa del socialismo, al ahorro, a la austeridad, siempre recalcando la fidelidad a Fulano y al Hermano.
La consorte del “dirigentazo” casi siempre está vinculada a un centro laboral. Pero no a un trabajito de “mala muerte” sino a un cargo de representatividad, ya sea al lado de una gerencia importante o vinculada con el mundo diplomático. Esto último, trabajar afuera, hace a uno estar más tiempo allá que acá, pues la miseria y la desgracia no es bueno observarlas ni siquiera de lejos, mucho menos de tan cerca.
La mujer sencilla que acompaña día a día al marido, humilde obrero, buscavidas incesante, luchador infatigable, es muy diferente a la otra en su aspecto físico y en su mundo psíquico.
Esta última sólo huele a perfume barato cuando sale a pasear con el marido y los muchachos. En la casa, por lo general, exhala el mismo olor a cebolla y a hoja de laurel que se esparce por todo el apartamento, cuarto o cuchitril. Su piel casi siempre está reseca y a veces cuarteada. Si esa piel es algo oscura, se pone ceniza debido a la falta de crema y a la excesiva exposición solar. Las uñas cortas y las más de las veces, despintadas o a medio pintar. Callosidades debajo de los talones en ambos pies denotan la larga exposición en colas y otros tipos de forcejeos por la subsistencia, así como la falta de atención del pedicuro.
La mujer del dirigente, por lo general, suscita rechazo y animosidad por parte de la población. La otra, la del cubano simple, admiración y respeto. Sobre todo si sabe llevar con dignidad su pobreza y evita la chivatearía, la envidia y el chisme desmedido y mal intencionado.
Ojala un día no muy lejano, nuestras mujeres, todas ellas, tengan acceso a los cuidados y a la vida confortable que hoy constituyen privilegio exclusivo de las extrajeras y de las mujeres de los dirigentes. Esta añoranza cobra relevancia en este 49 aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas a celebrarse el 23 de Agosto.
osmariogon@yahoo.com
La primera, es decir, la de pueblo, constituye la inmensa mayoría de la población femenina y se hace visible en las colas, en el transporte público, en los pupitres de los centros de estudio y en la atmósfera cargada de humedad y malos olores de las oficinas y centros laborales.
No quiere decir ello que la otra, la del dirigente, deje de visitar las tiendas y otros centros de esparcimiento. También lo hace y mucho más a menudo que la otra. Pero cuando va a pasear o de compras, lo hace en el carro privado o en el designado al esposo para los quehaceres propios de su cargo.
¡Qué piel más tersa y sedosa ostenta la mujer del “mayimbe”! Se ve que sobre ella no han golpeado mucho los rayos de este sol que achicharra y consume. Las manos bien cuidadas baten al viento luciendo pintura fresca en las uñas lo cual, no sólo habla de la acción sistemática de la manicura, sino de un total divorcio con las labores domésticas. Del completo distanciamiento con el palo de trapear y con la olla de presión, a pesar de las comodidades que ofrecen éstas últimas, generosamente vendidas a crédito según iniciativa del moribundo Comandante.
Las mujeres de los pejes gordos alguna que otra vez van a las reuniones del Comité de Defensa de la cuadra pero no suelen mezclarse con la “canalla” pobretona; prefiere estar al lado del dirigente del organismo superior, presente únicamente durante las grandes ocasiones.
Cuando la mujer del jefazo habla en las asambleas, y lo hace a menudo, se produce un gran silencio. Sus palabras casi siempre son las mismas: exhortación al sacrificio, a la defensa del socialismo, al ahorro, a la austeridad, siempre recalcando la fidelidad a Fulano y al Hermano.
La consorte del “dirigentazo” casi siempre está vinculada a un centro laboral. Pero no a un trabajito de “mala muerte” sino a un cargo de representatividad, ya sea al lado de una gerencia importante o vinculada con el mundo diplomático. Esto último, trabajar afuera, hace a uno estar más tiempo allá que acá, pues la miseria y la desgracia no es bueno observarlas ni siquiera de lejos, mucho menos de tan cerca.
La mujer sencilla que acompaña día a día al marido, humilde obrero, buscavidas incesante, luchador infatigable, es muy diferente a la otra en su aspecto físico y en su mundo psíquico.
Esta última sólo huele a perfume barato cuando sale a pasear con el marido y los muchachos. En la casa, por lo general, exhala el mismo olor a cebolla y a hoja de laurel que se esparce por todo el apartamento, cuarto o cuchitril. Su piel casi siempre está reseca y a veces cuarteada. Si esa piel es algo oscura, se pone ceniza debido a la falta de crema y a la excesiva exposición solar. Las uñas cortas y las más de las veces, despintadas o a medio pintar. Callosidades debajo de los talones en ambos pies denotan la larga exposición en colas y otros tipos de forcejeos por la subsistencia, así como la falta de atención del pedicuro.
La mujer del dirigente, por lo general, suscita rechazo y animosidad por parte de la población. La otra, la del cubano simple, admiración y respeto. Sobre todo si sabe llevar con dignidad su pobreza y evita la chivatearía, la envidia y el chisme desmedido y mal intencionado.
Ojala un día no muy lejano, nuestras mujeres, todas ellas, tengan acceso a los cuidados y a la vida confortable que hoy constituyen privilegio exclusivo de las extrajeras y de las mujeres de los dirigentes. Esta añoranza cobra relevancia en este 49 aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas a celebrarse el 23 de Agosto.
osmariogon@yahoo.com
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