Habana Vieja, La Habana, Agosto, 20 de 2009 (SDP) Los comisarios culturales han sacado sus cuentas y parece que el saldo les favorece en alguna medida. Su avenencia a que el cantante colombiano Juanes ofrezca un concierto en la Plaza de la Revolución en el venidero mes de septiembre, no es una decisión gratuita.
A través de la referida incursión musical podría estarse buscando un reforzamiento de las expectativas de posibles avances en el camino de una apertura, en el momento en que sobran las evidencias para definir los contornos del inmovilismo y las franjas grises del retroceso.
Juanes y sus invitados foráneos, quizás sean eslabones de una estrategia, de la que presumo no tienen ni la más mínima idea. Envuelto en el romanticismo de sus canciones y dotado de una filosofía donde se entremezclan candidez, utopía y estimo que legítimos deseos de contribuir a limar las asperezas de este mundo, el cantautor colombiano no atina a pensar en lecturas más allá de los acordes y el pentagrama.
Donde no existe el derecho a la libertad de expresión y otras libertades no menos importantes, es arriesgado embarcarse en un proyecto que sería vendido en los estantes de la opinión pública internacional como un producto de primera, sin adulteraciones y que legitimaría a quiénes se creen, y de hecho lo son, los dueños absolutos del país.
Redoblar los esfuerzos por ampliar y diversificar los intercambios culturales de Cuba con otras naciones, incluidos los Estados Unidos, sería una excelente idea, siempre y cuando sirva para desbloquear una realidad interna donde el arte y la cultura continúan bajo las coyundas de un partido que impone las reglas y supervisa, con vista de águila, todas las conclusiones.
Juanes debe tomar las correspondientes precauciones para evitar convertirse en una marioneta con la cuál el poder consiga entretener o engañar a quiénes esperan por pasos hacia las reformas estructurales que el actual presidente prometiera y que han quedado atascadas en el fango de la retórica.
Los fines humanistas del concierto y su utilidad para que fluyan más corrientes de paz y armonía entre los pueblos pudieran quedar encerrados en el perímetro de las intenciones.
Cuando se trata de Cuba, es preciso afinar los mínimos detalles para que las propuestas no naufraguen en un mar de distorsiones que terminan por favorecer a opresores y cómplices.
El gobierno cuenta con un vasto arsenal para robarse cuotas de protagonismo, bien de manera directa o indirecta. Solo el hecho de que el evento se realice en la Plaza de la Revolución, hace que crezcan las suspicacias en torno a una real descontaminación política.
Aparte de constituir un símbolo del poder, en esa explanada han retumbado cientos de discursos contrarios al Estado de Derecho.
El hecho de venir a cantar a La Habana personajes de la talla de Juanes y el español Miguel Bosé, entre otras luminarias del universo musical contemporáneo, entraña un compromiso que supera la natural disposición de rasgar las cuerdas de una guitarra, entonar una melodiosa balada y hacer vibrar de júbilo a miles de jóvenes cubanos que seguramente estarán allí como parte de la compacta multitud.
Como en la visita del Papa Juan Pablo II, en 1998, esas satisfacciones se volatilizarán sin apenas dejar rastros de beneficio para el pueblo. Parece que con Juanes quieren reeditar esa experiencia.
Ya alistan el escenario como hace 11 años. En vez de las liturgias y las circunspecciones del ámbito religioso, ahora las bocinas traerán música y estribillos.
Otra vez la Plaza de la Revolución, como plataforma para desarrollar un nuevo capítulo de fantasías.
Las buenas intenciones de Juanes y acompañantes podrían estar más cerca del fracaso que del éxito. Ellos pueden corregir esas distancias. Para lograrlo deben considerar todas las aristas visibles e invisibles del acontecimiento.
Ser utilizado como peón de una dictadura, aunque fuera de manera tangencial, sería lamentable.
Los índices de probabilidad para que esto ocurra son altos. Quién no lo que crea así es porque nunca ha vivido en Cuba o es simplemente, demasiado ingenuo.
oliverajorge75@yahoo.comA través de la referida incursión musical podría estarse buscando un reforzamiento de las expectativas de posibles avances en el camino de una apertura, en el momento en que sobran las evidencias para definir los contornos del inmovilismo y las franjas grises del retroceso.
Juanes y sus invitados foráneos, quizás sean eslabones de una estrategia, de la que presumo no tienen ni la más mínima idea. Envuelto en el romanticismo de sus canciones y dotado de una filosofía donde se entremezclan candidez, utopía y estimo que legítimos deseos de contribuir a limar las asperezas de este mundo, el cantautor colombiano no atina a pensar en lecturas más allá de los acordes y el pentagrama.
Donde no existe el derecho a la libertad de expresión y otras libertades no menos importantes, es arriesgado embarcarse en un proyecto que sería vendido en los estantes de la opinión pública internacional como un producto de primera, sin adulteraciones y que legitimaría a quiénes se creen, y de hecho lo son, los dueños absolutos del país.
Redoblar los esfuerzos por ampliar y diversificar los intercambios culturales de Cuba con otras naciones, incluidos los Estados Unidos, sería una excelente idea, siempre y cuando sirva para desbloquear una realidad interna donde el arte y la cultura continúan bajo las coyundas de un partido que impone las reglas y supervisa, con vista de águila, todas las conclusiones.
Juanes debe tomar las correspondientes precauciones para evitar convertirse en una marioneta con la cuál el poder consiga entretener o engañar a quiénes esperan por pasos hacia las reformas estructurales que el actual presidente prometiera y que han quedado atascadas en el fango de la retórica.
Los fines humanistas del concierto y su utilidad para que fluyan más corrientes de paz y armonía entre los pueblos pudieran quedar encerrados en el perímetro de las intenciones.
Cuando se trata de Cuba, es preciso afinar los mínimos detalles para que las propuestas no naufraguen en un mar de distorsiones que terminan por favorecer a opresores y cómplices.
El gobierno cuenta con un vasto arsenal para robarse cuotas de protagonismo, bien de manera directa o indirecta. Solo el hecho de que el evento se realice en la Plaza de la Revolución, hace que crezcan las suspicacias en torno a una real descontaminación política.
Aparte de constituir un símbolo del poder, en esa explanada han retumbado cientos de discursos contrarios al Estado de Derecho.
El hecho de venir a cantar a La Habana personajes de la talla de Juanes y el español Miguel Bosé, entre otras luminarias del universo musical contemporáneo, entraña un compromiso que supera la natural disposición de rasgar las cuerdas de una guitarra, entonar una melodiosa balada y hacer vibrar de júbilo a miles de jóvenes cubanos que seguramente estarán allí como parte de la compacta multitud.
Como en la visita del Papa Juan Pablo II, en 1998, esas satisfacciones se volatilizarán sin apenas dejar rastros de beneficio para el pueblo. Parece que con Juanes quieren reeditar esa experiencia.
Ya alistan el escenario como hace 11 años. En vez de las liturgias y las circunspecciones del ámbito religioso, ahora las bocinas traerán música y estribillos.
Otra vez la Plaza de la Revolución, como plataforma para desarrollar un nuevo capítulo de fantasías.
Las buenas intenciones de Juanes y acompañantes podrían estar más cerca del fracaso que del éxito. Ellos pueden corregir esas distancias. Para lograrlo deben considerar todas las aristas visibles e invisibles del acontecimiento.
Ser utilizado como peón de una dictadura, aunque fuera de manera tangencial, sería lamentable.
Los índices de probabilidad para que esto ocurra son altos. Quién no lo que crea así es porque nunca ha vivido en Cuba o es simplemente, demasiado ingenuo.
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