jueves, 20 de agosto de 2009

LA VÁLVULA, (Cuento), Ramón Díaz-Marzo (del libro inédito “Cuentos de nunca acabar”)

Primero busco en el diccionario la definición de válvula: Válvula (lat. dim. de valva, puerta) f. Pieza que, colocada en una abertura de paso de un líquido o gas, cierra o abre esta abertura, gracias a un mecanismo, a diferencias de presión, etc.:

Yo tengo una olla de presión, como casi todos los cubanos. Una olla de presión, hace un par de décadas, era un artículo de lujo. Los trabajadores tenían que soltar el alma haciendo trabajo voluntario para ganarse una olla de presión. Luego acudían a unas reuniones obreras, una mala suerte de juicios públicos que se celebraban en los centros de trabajo donde cada trabajador sacaba a relucir los trapos sucios de sus compañeros.

Era un método encantador del gobierno para rebajar la dignidad de las gentes. El totalitarismo de Estado no tenía que sacar sus perros a la calle, ni enfrentarse a manifestaciones obreras, ni acudir al último recurso del asesinato. El totalitarismo echaba a pelear a los obreros unos contra otros por unas cuantas bagatelas de aquellos tiempos terribles de los años 70. Los obreros no sólo se arrancaban las tiras de pellejo por una olla de presión para ablandar y cocinar los frijoles, sino también para ganarse un despertador, un televisor, un frigidaire.

Hay mucha gente ahora que acostumbrada al dólar que le envían sus familiares desde el extranjero, ya no recuerdan aquellos tiempos indignos. Los cubanos somos así: tenemos mala memoria.

Hoy por hoy una olla de presión no significa nada. Cualquiera la puede adquirir en una tienda área dólar. Desde que llegó el capitalismo de Estado, en estas tiendas hay ollas de presión de todos los tamaños. Desde el pequeño artefacto que sirve para hervir una jeringuilla hasta la caldera de vapor que sirva para hacer el potaje de una numerosa familia.

La olla de presión que yo tengo la compré a mediados de los años 90. La compré en una de esas ocasiones en que a uno le entran un puñado de dólares. Cuando la compré, mi alegría era comparable a cuando en diciembre de este año pude al fin empatarme con un ordenador.
ramon597@correodecuba.cu

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