jueves, 5 de marzo de 2009

EL MURO DE LA DISIDENCIA, Ivette Leyva Martínez


Seis presidentes han visitado Cuba en los últimos meses y ninguno se ha reunido con miembros de la disidencia --excluyo al visitante permanente Hugo Chávez, por razones obvias. Es cierto que la mayoría de esos líderes simpatiza con el régimen castrista, pero la atención casi nula que le dedicaron al movimiento opositor es un síntoma inequívoco del estado en que se encuentra.

La oposición cubana viene dando síntomas de un anquilosamiento similar al del régimen. Ha fracasado en su principal misión: convertirse en un movimiento popular.
Su liderazgo ha envejecido paralelamente al de la dictadura, sus acciones principales consisten en preparar documentos y hacer declaraciones a la prensa extranjera. Y aún así los disidentes ni siquiera logran ponerse completamente de acuerdo en temas secundarios, como evaluar la labor de Radio y Televisión Martí.

La convocatoria al Diálogo Nacional, lanzada en febrero de este año, no es más que otra iniciativa formal de mínima repercusión porque la disidencia cubana sigue siendo guetto político, una isla dentro de la isla, desconocida a nivel popular dentro de Cuba.
El proyecto Varela de Oswaldo Payá Sardiñas, el único intento disidente que llegó a tener alcance popular y repercusión en las esferas gubernamentales, tampoco logró unificar a los opositores cubanos, e incluso algunos lo atacaron con vehemencia, para no hablar de los que lo condenaron en el exilio.

Lamentablemente, a lo largo de los años la oposición cubana ha sido incapaz de crear un escudo contra la acción cizañera de los agentes infiltrados de la dictadura y de dejar a un lado las rivalidades personales en aras de la meta común: que Cuba se convierta en un país democrático.

La ola represiva de la primavera del 2003 demostró ser un tsunami devastador. El movimiento, que había adquirido nuevos bríos, fue arrasado. Sus miembros más promisorios fueron encarcelados; allí siguen 55, ¡la mayoría!

Sin proponérselo, una agrupación cívica femenina comprometida con la liberación de esos hombres volvió a poner en el mapa a la disidencia cubana. Hoy las Damas de Blanco parecen haber perdido bríos también, lo cual es comprensible ante la represión y las tácticas divisivas del régimen.

Las grietas de lo que resta del movimiento opositor son cada vez más visibles. Disputas por los envíos de dinero desde el exilio, sospechas y acusaciones mutuas, reportes imprecisos de violaciones de derechos humanos por parte de algunos activistas y periodistas independientes manchan también el prestigio de la disidencia.
Pienso que la manutención de los disidentes desde el exilio ha dañado a ese movimiento. Las remesas se convirtieron en meta salarial para algunos miembros de los grupos opositores, en vez de servir como compensación y ayuda. No me opongo a que se les envíe dinero, pero creo que es un arma de doble filo que debe ser manejada con extremo cuidado, por ejemplo, a través de instituciones con fondos privados.

Digo todo esto con pesar y no con goce. Los disidentes cubanos han purgado cárcel, han vivido bajo hostigamiento durante décadas, sacrificando su bienestar y el de sus familias. Las protestas de estos hombres y mujeres han contribuido a quebrar el mito de Cuba como paradigma de un mundo mejor. Tristemente, ese esfuerzo no ha logrado abrir el camino a la democracia.

No faltarán quienes digan, con mentalidad totalitaria, que una crítica a la disidencia es un servicio al régimen castrista, pero creo que hacer la vista gorda ante la crisis de la oposición cubana es un servicio aún mayor.

En el último año, la atención de la prensa y los observadores internacionales se ha volcado hacia personalidades al margen de la militancia política opositora. En medio de la parálisis de la disidencia, los blogueros, con Yoani Sánchez a la cabeza, artistas rebeldes como el escritor Orlando Luis Pardo y músicos como Gorki Aguila son una promisoria muestra de creciente resistencia cívica ante la dictadura cubana. Y el castrismo, sin duda, ya ha tomado nota.

¿Lograrán impulsar ellos un movimiento popular o al menos, la conciencia sobre la necesidad de la democracia en Cuba? Quién sabe. El sector más joven de la sociedad cubana es el menos comprometido con la dictadura pero a la vez el más permeado de escepticismo político, apoliticismo, escapismo y otros ismos similares.

Parecería, sin embargo, que después de 50 años de dictadura, el rechazo a ese régimen adopta formas más originales e independientes. Por fin, un soplo de aire fresco, esperanzador.
TOMADO DE: El Nuevo Herald, 25-02-09

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