Jaimanitas, La Habana, marzo 5 de 2009, (SDP) Por estos días se le acaba de dar el puntillazo a los puestos de vianda particulares. Las autoridades conminaron a derribar las casetas y tarimas instaladas.
Este tipo de mercado privado, basado en la oferta y la demanda, surgió en el año 1995. Se recurrió a él, como medida paliativa al colapso económico nacional que devino con el derrumbe del Campo Socialista, bautizado por el régimen eufemísticamente como “período especial.”
En aquel momento, el gobierno lo permitió porque lo sabía eficiente, capaz de renacer de las ruinas para dar solución a los problemas de alimentación del pueblo. Pero los Castro nunca se sintieron a gusto con aquellas medidas.
A cada rato en la Asamblea Nacional tildaban a los particulares de abusar del pueblo por los precios de los productos, haciéndose de la vista gorda con el mercado estatal en divisas, cuyos precios doblaban al primero en renglones similares.
Era como un reflejo de molestia y a la vez una amenaza contra esa forma eficaz de resolver los problemas del pueblo. La razón está dada en que esas tarimas bien surtidas en los peores tiempos, es un indicativo presente de qué es lo que se necesita hacer; algo que ridiculiza al régimen, quien en sus mejores momentos, con todo tipo de maquinarias y medios, nunca fue capaz de proveer sus tiendas de esa manera.
.
Ese mercado quedó reducido, − por el momento − a una o dos instalaciones por municipio. Esto, para los jaimanitenses implica tener que tomar dos ómnibus para llegar al lugar y disponer de algunas horas para ello.
En nuestra localidad, donde disponíamos de 10 puntos de venta bien surtidos, quedamos reducidos a 2 estatales con pocos productos y de mala calidad. Hemos vuelto al tedio de las colas interminables, a invertir nuestro preciado y escaso tiempo, para adquirir algunas magras cantidades de alimentos. El precio es el mismo… ¡pero qué caro se nos hace cualquier cosa!
El pueblo, a fin de cuentas, es quien paga las consecuencias. El pretexto para esto fueron los huracanes que afectaron al país el pasado año. El gobierno manipuló el asunto, subió el precio del combustible de forma exorbitante e injustificada, cuando los precios del mismo comenzaban a caer y reclamó que los particulares no aumentaran el de los productos. Los transportistas se negaron a aceptar tal cosa, dando el asidero para que el gobierno se erigiera en defensor del pueblo, cuando en realidad lo agredía.
Durante cincuenta años hemos estado padeciendo maltratos como estos provenientes de quienes se erigen como defensores de los humildes, pero que en realidad, como dijera Martí: “no hacen más que buscar hombros en que alzarse y pedestal donde afianzarse para dar riendas sueltas a sus ambiciones personales de gloria y de poder.” De aquí la razón de tantas cosas absurdas que hemos tenido que vivir.
Se desmontó la forma de hacer que la humanidad fue perfeccionando a través de miles de años. En su lugar, se instalaron métodos que respondían a la veleidad de nuestros gobernantes, más encaminada a garantizar su permanencia en el poder que a resolver los problemas de este país. El interés nacional de este pueblo, que es la esencia misma de la palabra patria, nunca estuvo peor representado que durante el gobierno de los Castro.
El maltrato a la población se hace presente en todo momento. Nos humillan cuando nos registran a la salida del centro laboral. Nos pagan 40 veces menos salario real que el que se recibía en los años 50 por igual trabajo y nos cobran el triple de lo que se paga en países que cobran 200 veces más que nosotros. Dicen que subsidian nuestros alimentos, refiriéndose a una magra ración que está en proporción a lo que se paga.
Hemos perdido nuestra libertad que es lo más preciado para un ser y fuente de su bienestar. Cuba dejó de ser la azucarera del mundo, ya no somos eficientes produciendo azúcar; tampoco se garantizó el café, ni el tabaco, ni el ron; hemos llegado a carecer de todo lo que nos identificaba y con ello hemos perdido nuestra identidad.
Raúl Castro, por su hálito de pragmatismo, inspiró cierta esperanza en algunos sectores de la población. Esta se avivó con sus promesas de acabar con las prohibiciones indebidas, pero no pasó más allá de suspender aquellas que eran anticonstitucionales. Y de pronto, como si se desdijera, arremete contra lo feraz para sembrar la escasez y hacer más incómoda la vida del ciudadano.
El presidente ha proclamado que hay que acostumbrarse a vivir del salario, pero no busca el remedio que lo haga posible; en su lugar, lo quiere imponer a fuerza de represión. Se recurre a la agresión contra el pueblo, la policía en oleadas represivas allana viviendas en busca de mercancías para la venta ilícita. Aquí en este pueblo le van arriba a los pescadores, a los vendedores de jabitas, los que alquilan películas y otros muchos asideros de la población para hacer posible la vida.
No podrá entender el General de Ejercito, que mientras al trabajador se le pague el equivalente de dos cajetillas de cigarrillos por jornada, en lugar de las 80 que cobraba antes, tendrá que robar para recuperar parte de lo que fue despojado. Los malos tratos a la población, las prohibiciones indebidas y las imposiciones absurdas no serán nunca una solución. ¡El eliminarlas sí!
primaveradigital@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario