La Habana Vieja, La Habana, marzo 5 de 2009 (SDP) No se puede vivir sin una meta en la vida. Y no se puede aprender sin que te den tranca. En Cuba las metas son difíciles de alcanzar, pero la cognoscibilidad a base de trancazos, porque has superado la lección del miedo, está garantizada. Cuando el gobierno dice que nosotros somos uno de los pueblos más cultos del mundo, dice la verdad.
Sin el sufrimiento, es imposible crecer espiritual e intelectualmente. La vaina está en cómo creceremos materialmente, pues el espíritu (mientras está encarnado) sólo puede vivir en la materia.
Cierta vez escribí que a Cuba la habían convertido en un Convento. Pero yo nunca he tenido vocación religiosa. A mí y a muchos compatriotas nos han encaminado nuestros pasos por las sendas de la abstinencia y el crecimiento espiritual ante el dolor de las carencias materiales. Si los que dirigen este Convento también se auto inflingieran el mismo castigo o abstinencia material, yo no estaría escribiendo este texto. Ellos y sus familiares, durante 50 años han vivido a todo tren y trapo, y eso, ante los ojos de Dios, es un pecado capital; ante los ojos del pueblo es falta de ética.
Por eso, desde mi celda social, hago desacato de las reglas que me imponen los hábitos que cargo desde hace 50 años.
En nuestro Convento hay una huerta que no nos permiten cultivar. Nos tienen a base de agua con azúcar. No quieren que trabajemos. Más, si robamos y vivimos del cuento, entonces la casta religiosa vira la cara hacia otro lado y nos deja hacer. Y yo no quiero vivir como un monje delincuente. Yo quiero ser salvo. Pero las reglas de este Convento son irracionales. No nos permiten la iniciativa privada. Nos mantienen apartados del mundo como cautivos.
Todas las noches se oyen las voces de los cautivos cuando se lanzan del alto muro hacia el otro lado del mundo. En la caída algunos se salvan y emprenden la huida; otros caen mal, y revientan. Cuando en la mañana uno se asoma al muro, no ve los cadáveres porque los sicarios que trabajan para la Orden hacen el trabajo sucio de esconder a los traidores y limpiar el lugar de los hechos como si nada hubiera ocurrido.
Por supuesto, estoy hablando de los monjes que logran abrir la puerta de hierro de sus respectivas celdas y tratan de escapar. Yo no. Yo no tengo valor de lanzarme más allá del muro. Es muy alta la distancia entre la prisión y la libertad y quienes lo hacen saben que pueden morir en el intento. Además, ¿cómo será el tranqueo en otras latitudes del mundo?
ramon597@correodecuba.cu
Sin el sufrimiento, es imposible crecer espiritual e intelectualmente. La vaina está en cómo creceremos materialmente, pues el espíritu (mientras está encarnado) sólo puede vivir en la materia.
Cierta vez escribí que a Cuba la habían convertido en un Convento. Pero yo nunca he tenido vocación religiosa. A mí y a muchos compatriotas nos han encaminado nuestros pasos por las sendas de la abstinencia y el crecimiento espiritual ante el dolor de las carencias materiales. Si los que dirigen este Convento también se auto inflingieran el mismo castigo o abstinencia material, yo no estaría escribiendo este texto. Ellos y sus familiares, durante 50 años han vivido a todo tren y trapo, y eso, ante los ojos de Dios, es un pecado capital; ante los ojos del pueblo es falta de ética.
Por eso, desde mi celda social, hago desacato de las reglas que me imponen los hábitos que cargo desde hace 50 años.
En nuestro Convento hay una huerta que no nos permiten cultivar. Nos tienen a base de agua con azúcar. No quieren que trabajemos. Más, si robamos y vivimos del cuento, entonces la casta religiosa vira la cara hacia otro lado y nos deja hacer. Y yo no quiero vivir como un monje delincuente. Yo quiero ser salvo. Pero las reglas de este Convento son irracionales. No nos permiten la iniciativa privada. Nos mantienen apartados del mundo como cautivos.
Todas las noches se oyen las voces de los cautivos cuando se lanzan del alto muro hacia el otro lado del mundo. En la caída algunos se salvan y emprenden la huida; otros caen mal, y revientan. Cuando en la mañana uno se asoma al muro, no ve los cadáveres porque los sicarios que trabajan para la Orden hacen el trabajo sucio de esconder a los traidores y limpiar el lugar de los hechos como si nada hubiera ocurrido.
Por supuesto, estoy hablando de los monjes que logran abrir la puerta de hierro de sus respectivas celdas y tratan de escapar. Yo no. Yo no tengo valor de lanzarme más allá del muro. Es muy alta la distancia entre la prisión y la libertad y quienes lo hacen saben que pueden morir en el intento. Además, ¿cómo será el tranqueo en otras latitudes del mundo?
ramon597@correodecuba.cu
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