Jaimanitas, La Habana, marzo 5 de 2009, (SDP) René tiene setenta años. Se desempeña como albañil por cuenta propia en Jaimanitas. Su esposa Marta, a pesar de rondar los sesenta y ser mujer, es su ayudante en ese trabajo rudo.
Esta pareja siempre anda merodeando por la orilla del mar, zona convertida en basurero colectivo donde se acumulan montañas de escombros y desperdicios, un lugar excelente donde René encuentra objetos y materiales que luego utiliza en sus labores constructivas.
De las ruinas que años atrás fue un taller de refrigeración, con cincel, martillo y una habilidad prodigiosa, René y Marta desmontan poco a poco los ladrillos y el acero que antes sostuvieron la estructura. Incluso recuperan el alambre que amarraba las cabillas, los cables eléctricos que aun puedan utilizarse y hasta las ventanas de aluminio carcomidas por el salitre, que ellos reviven otra vez con lija y pintura.
Extraen de manera furtiva arena de la playa cuidándose de los custodios y la policía. Luego la envasan en sacos de yute, que transportan a su casa en una vieja carretilla.
A todas partes los acompaña un perrito sato llamado Chichi, mascota multioficio que sirve como eficaz celador mientras sus dueños “luchan” la arena de la playa y los materiales de las ruinas. También funciona como entretenimiento de la pareja en los ratos de ocio. No causa tampoco molestia alguna ni es una carga, pues se provee él mismo el sustento entre los restos que encuentra en la basura.
La gente de pocos recursos contrata a la pareja para los trabajos de albañilería, cobran barato y trabajan rápido, dos cosas muy difíciles de compaginar en los cuentapropistas de la Cuba actual. Además, ponen casi todos los materiales, que son productos del reciclaje y los cobran a mitad de precio.
Viven en una pequeña casita hecha de retazos. Su vida es una carrera perpetua trayendo la carretilla de la costa con restos que luego volverán a ser útiles. Jamás hablan de política, René parece esquivar el tema. Cuando los provocadores insisten, empuja su vieja carretilla y mientras se aleja con paso irregular dice:
--La cosa está mala... si me paro me come el león...
Marta siempre está callada. Con la maestría propia del ejercicio prepara con su pala metálica la mezcla de cemento, arena, piedra y agua. Le llena dos cubos de mezcla y le va alcanzando los ladrillos a su esposo, para que los sitúe en el nuevo muro. De vez en cuando se coloca una flor de mar pacífico detrás de la oreja. Los destellos de una antigua belleza resplandecen a rachas, evidencia de un pasado diferente al que vive hoy. La resignación es su mejor aliado. No parece tener preocupaciones, como tampoco codicias ni lujos. Sus manos son callosas, su piel curtida por el sol.
René vive ocupado en encontrar cosas y cargarlas. En terminar trabajos en tiempo récord para cumplir nuevos contratos. Le faltan casi todos los dientes. Nunca se pela. La ropa sucia de albañil le sienta muy bien con su figura enjuta y su carácter entusiasta y trabajador.
El perrito Chichi vive una vida estupenda. La libertad confiere a su existencia un toque mágico. A diferencia de esos perros parásitos que esperan la comida apoltronados en cálidas alfombras, Chichi hurga entre la suciedad y se zampa alguna bazofia mientras cuida el perímetro para que sus dueños puedan “luchar” con seguridad. Da cómicos saltitos y volteretas para hacer la vida más llevadera a Marta y a René. Aunque es un perro sato, su dignidad y espíritu de lucha los distingue sobre otros canes superiores en la escala social.
primaveradigital@gmail.com
Esta pareja siempre anda merodeando por la orilla del mar, zona convertida en basurero colectivo donde se acumulan montañas de escombros y desperdicios, un lugar excelente donde René encuentra objetos y materiales que luego utiliza en sus labores constructivas.
De las ruinas que años atrás fue un taller de refrigeración, con cincel, martillo y una habilidad prodigiosa, René y Marta desmontan poco a poco los ladrillos y el acero que antes sostuvieron la estructura. Incluso recuperan el alambre que amarraba las cabillas, los cables eléctricos que aun puedan utilizarse y hasta las ventanas de aluminio carcomidas por el salitre, que ellos reviven otra vez con lija y pintura.
Extraen de manera furtiva arena de la playa cuidándose de los custodios y la policía. Luego la envasan en sacos de yute, que transportan a su casa en una vieja carretilla.
A todas partes los acompaña un perrito sato llamado Chichi, mascota multioficio que sirve como eficaz celador mientras sus dueños “luchan” la arena de la playa y los materiales de las ruinas. También funciona como entretenimiento de la pareja en los ratos de ocio. No causa tampoco molestia alguna ni es una carga, pues se provee él mismo el sustento entre los restos que encuentra en la basura.
La gente de pocos recursos contrata a la pareja para los trabajos de albañilería, cobran barato y trabajan rápido, dos cosas muy difíciles de compaginar en los cuentapropistas de la Cuba actual. Además, ponen casi todos los materiales, que son productos del reciclaje y los cobran a mitad de precio.
Viven en una pequeña casita hecha de retazos. Su vida es una carrera perpetua trayendo la carretilla de la costa con restos que luego volverán a ser útiles. Jamás hablan de política, René parece esquivar el tema. Cuando los provocadores insisten, empuja su vieja carretilla y mientras se aleja con paso irregular dice:
--La cosa está mala... si me paro me come el león...
Marta siempre está callada. Con la maestría propia del ejercicio prepara con su pala metálica la mezcla de cemento, arena, piedra y agua. Le llena dos cubos de mezcla y le va alcanzando los ladrillos a su esposo, para que los sitúe en el nuevo muro. De vez en cuando se coloca una flor de mar pacífico detrás de la oreja. Los destellos de una antigua belleza resplandecen a rachas, evidencia de un pasado diferente al que vive hoy. La resignación es su mejor aliado. No parece tener preocupaciones, como tampoco codicias ni lujos. Sus manos son callosas, su piel curtida por el sol.
René vive ocupado en encontrar cosas y cargarlas. En terminar trabajos en tiempo récord para cumplir nuevos contratos. Le faltan casi todos los dientes. Nunca se pela. La ropa sucia de albañil le sienta muy bien con su figura enjuta y su carácter entusiasta y trabajador.
El perrito Chichi vive una vida estupenda. La libertad confiere a su existencia un toque mágico. A diferencia de esos perros parásitos que esperan la comida apoltronados en cálidas alfombras, Chichi hurga entre la suciedad y se zampa alguna bazofia mientras cuida el perímetro para que sus dueños puedan “luchar” con seguridad. Da cómicos saltitos y volteretas para hacer la vida más llevadera a Marta y a René. Aunque es un perro sato, su dignidad y espíritu de lucha los distingue sobre otros canes superiores en la escala social.
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