El Calvario, La Habana, 25 de junio de 2009, (SDP) Josefa, una anciana de 68 años de edad, está preocupada por los nuevos reportes de de influenza A (H1N1) en el país. Así me comentó mientras viajábamos, sentada una al lado de la otra, en un ómnibus P-8.
Platicamos casi una hora, tiempo que dura el viaje desde el Reparto Eléctrico hasta El Vedado en la mencionada ruta. La conversación se inicio después que un señor estornudó sobre ella.
“Hay una pandemia en el mundo y la gente casi te escupe arriba, no hay conciencia”, dijo en voz alta, mientras miraba duramente al mal educado. En realidad, el hombre tenía sus dos manos ocupadas. Con una se aguantaba y con la otra cargaba una pesada jaba.
Hasta el viernes 19 junio, Granma, en nota oficial, reportó 15 casos de influenza A (H1N1), todos de personas que arribaron a Cuba desde el exterior.
Josefa tiene el diario en la mano. Mientras lee, mueve la cabeza en señal de recelo.
Evidentemente no confía en esos reportes. Está segura que el gobierno nunca dirá que la pandemia azota a la isla, aunque haya miles de personas muertas.
“¿Cuando los periódicos publicaron la cantidad de casos afectados por el dengue hemorrágico y las muertes que se produjeron?” me pregunta. “Uno se enteraba de un foco aquí y otro allá, después fumigación. El problema es que lo que pasa en Marianao o en el Cotorro, sólo lo saben los que viven allí. Aquí no se dice nada, uno no tiene forma de enterarse de lo que pasa en el país en general”, argumenta.
“Tu estabas chiquita cuando eso, pero cuando la neuritis afectó al país, a mediados de los años noventa, por la falta de proteína en la dieta alimenticia de la población, a mi sobrina, que es médico, en el hospital le prohibieron poner como causa de muerte el nombre de la enfermedad”.
En el viaje, Josefa me contó muchas historias para probarme, y a la vez persuadirme, que no se podía confiar en lo que decían los periódicos: “A un mes de cumplir las trece primaveras de su vida, el nieto de mi vecino, hace menos dos años, falleció en tres días a causa de una bacteria desconocida”.
“Cuba es un país tropical, hay miles de enfermedades, virus contagiosos; una gripe se agarra en cualquier época del año. ¿Realmente creen que una persona con síntomas catarrales, dejará de trabajar o buscarse los cuatro pesos en la calle por quedarse en casa?”, me pregunta con cara de incrédula.
Las inquietudes de Josefa me obligaron a preguntarme, ¿como pueden adoptarse medidas para evitar el contagio en estos meses de verano, en que la crisis del transporte se ha agudizado? Los ómnibus en la capital transitan abarrotados de personas, que sudados, se hablan unos encima de los otros, tosen, estornudan, etc.
Lo que realmente preocupa a Josefa es que los cubanos parecen estar ajenos a la realidad mundial. Se les ve tranquilos, sólo piensan en los problemas cotidianos que los agobian. Mientras, una epidemia azota a la humanidad.
laritzadiversent@yahoo.es
Platicamos casi una hora, tiempo que dura el viaje desde el Reparto Eléctrico hasta El Vedado en la mencionada ruta. La conversación se inicio después que un señor estornudó sobre ella.
“Hay una pandemia en el mundo y la gente casi te escupe arriba, no hay conciencia”, dijo en voz alta, mientras miraba duramente al mal educado. En realidad, el hombre tenía sus dos manos ocupadas. Con una se aguantaba y con la otra cargaba una pesada jaba.
Hasta el viernes 19 junio, Granma, en nota oficial, reportó 15 casos de influenza A (H1N1), todos de personas que arribaron a Cuba desde el exterior.
Josefa tiene el diario en la mano. Mientras lee, mueve la cabeza en señal de recelo.
Evidentemente no confía en esos reportes. Está segura que el gobierno nunca dirá que la pandemia azota a la isla, aunque haya miles de personas muertas.
“¿Cuando los periódicos publicaron la cantidad de casos afectados por el dengue hemorrágico y las muertes que se produjeron?” me pregunta. “Uno se enteraba de un foco aquí y otro allá, después fumigación. El problema es que lo que pasa en Marianao o en el Cotorro, sólo lo saben los que viven allí. Aquí no se dice nada, uno no tiene forma de enterarse de lo que pasa en el país en general”, argumenta.
“Tu estabas chiquita cuando eso, pero cuando la neuritis afectó al país, a mediados de los años noventa, por la falta de proteína en la dieta alimenticia de la población, a mi sobrina, que es médico, en el hospital le prohibieron poner como causa de muerte el nombre de la enfermedad”.
En el viaje, Josefa me contó muchas historias para probarme, y a la vez persuadirme, que no se podía confiar en lo que decían los periódicos: “A un mes de cumplir las trece primaveras de su vida, el nieto de mi vecino, hace menos dos años, falleció en tres días a causa de una bacteria desconocida”.
“Cuba es un país tropical, hay miles de enfermedades, virus contagiosos; una gripe se agarra en cualquier época del año. ¿Realmente creen que una persona con síntomas catarrales, dejará de trabajar o buscarse los cuatro pesos en la calle por quedarse en casa?”, me pregunta con cara de incrédula.
Las inquietudes de Josefa me obligaron a preguntarme, ¿como pueden adoptarse medidas para evitar el contagio en estos meses de verano, en que la crisis del transporte se ha agudizado? Los ómnibus en la capital transitan abarrotados de personas, que sudados, se hablan unos encima de los otros, tosen, estornudan, etc.
Lo que realmente preocupa a Josefa es que los cubanos parecen estar ajenos a la realidad mundial. Se les ve tranquilos, sólo piensan en los problemas cotidianos que los agobian. Mientras, una epidemia azota a la humanidad.
laritzadiversent@yahoo.es
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