El Cotorro, La Habana, junio 25 de 2009, (SDP) He seguido con interés y cierta envidia los sucesos de Teherán, Tabriz, Mashad y otras ciudades de la República Islámica de Irán, donde millones de estudiantes y electores apoyaron al candidato reformista Mir Hossein Mousavi, contrincante principal del conservador Mahmud Ahmadinejad, reelegido a pesar de que el pueblo se mantiene en las calles y desafía el fundamentalismo de los ayatolas que en 1979 derrotaron al Sha Mohammed Reza Pahlevi, quien modernizaba al viejo imperio persa.
Me llamó la atención la cadena humana que atravesó a Teherán el 8 de junio, tres días antes de las elecciones. Consuela saber que los jóvenes menores de 30 años constituyen el 70% de la población de un país dominado por clérigos que odian la democracia y patrocinan el terrorismo en el Medio Oriente. Es agradable conocer que los estudiantes de las universidades de Isfahán, Shiraz y Teherán se insertan en la política y retan a la milicia gubernamental que asesinó a 7 manifestantes y detuvo a más de 200; mientras Mousavi exigía públicamente la anulación de los comicios al Consejo de guardianes.
Ni la retórica apocalíptica de Ahmadinejad, ni las detenciones, golpizas y amenazas amedrentan a los jóvenes que denuncian las urnas violadas y califican de golpista al candidato oficial, seguidor del Ayatola Al Jamenei, quien preside el Consejo de mulás que rige a Irán desde la restauración islámica. La situación recuerda a los manifestantes de Tiananmen, aplastados por los comunistas chinos en la primavera de 1989. Ojalá no suceda lo mismo.
Los hechos de Irán me hacen pensar en Cuba, donde los ayatolas que controlan el poder desde 1959 no toleran elecciones, pancartas ni caminatas públicas; cualquier opinión es un desafío. ¿Serán los hermanos Castro tan revolucionarios como Al Jamenei y Ahmadinejad?
Hay muchas diferencias entre la República Islámica de Irán y la República Socialista de Cuba, pero ambos regímenes desprecian las libertades, la democracia y los derechos del ciudadano a vivir y expresarme en base a sus convicciones. Los hermanos Castro no creen en Alá, Jesucristo ni en otros dioses; quizás desconocen las diferencias entre sunitas y chiitas, pero apoyan los proyectos nucleares de Irán contra Israel y las naciones del área. Pusieron en contacto a Ahmadinejad con Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Uruguay a fin de forjar una alianza contra los Estados Unidos.
En Irán predominan los clérigos que sueñan con un sultanato universal, pero hay bastiones liberales que luchan por modernizar el país. El Presidente Ahmadinejad exporta el fanatismo y la violencia, más los iraníes no dependen completamente del gobierno ni este de la ayuda exterior como Cuba, que subsistió a costa de la Unión Soviética durante tres décadas y es mantenida por Venezuela desde hace casi diez años.
La democracia insular es más precaria que la iraní. Fidel Castro es una mezcla de Al Jamenei y Ahmadinejad. Como el líder espiritual asiático nombra una Asamblea de expertos que redacta leyes y designa a sus lugartenientes. Su hermano Raúl, elegido sin elecciones, desfiles ni contrincantes, es el Guardián que preside el Consejo de Estado, integrado por militares envejecidos.
Nos congratula saber que carecemos de armas nucleares y de recursos para crearla. Irán nos sobrepasa en aspectos tecnológicos y reservas de petróleo. La isla forma parte de la cultura occidental; su régimen patalea pero es realmente débil; los jóvenes prefieren emigrar en vez de coger al toro por los cuernos. La oposición está excluida del rejuego institucional, la lucha por el cambio no exhibe aún a una figura que capitanee el descontento contra el gobierno, tan corrupto como inepto y represivo.
Las posibles implicaciones de los sucesos de Teherán sobre La Habana pasan por el análisis. No hay quien aguante los dictámenes del totalitarismo de manera impasible. El fundamentalismo religioso, político o filosófico tiene sus límites. Hay que aprovechar cualquier brecha para cruzar el sendero de la libertad. En Cuba no predominan los jóvenes, pero el hastío es general. El exilio y la oposición tienen que mirar hacia adentro.
culturakiss@yahoo.es
Me llamó la atención la cadena humana que atravesó a Teherán el 8 de junio, tres días antes de las elecciones. Consuela saber que los jóvenes menores de 30 años constituyen el 70% de la población de un país dominado por clérigos que odian la democracia y patrocinan el terrorismo en el Medio Oriente. Es agradable conocer que los estudiantes de las universidades de Isfahán, Shiraz y Teherán se insertan en la política y retan a la milicia gubernamental que asesinó a 7 manifestantes y detuvo a más de 200; mientras Mousavi exigía públicamente la anulación de los comicios al Consejo de guardianes.
Ni la retórica apocalíptica de Ahmadinejad, ni las detenciones, golpizas y amenazas amedrentan a los jóvenes que denuncian las urnas violadas y califican de golpista al candidato oficial, seguidor del Ayatola Al Jamenei, quien preside el Consejo de mulás que rige a Irán desde la restauración islámica. La situación recuerda a los manifestantes de Tiananmen, aplastados por los comunistas chinos en la primavera de 1989. Ojalá no suceda lo mismo.
Los hechos de Irán me hacen pensar en Cuba, donde los ayatolas que controlan el poder desde 1959 no toleran elecciones, pancartas ni caminatas públicas; cualquier opinión es un desafío. ¿Serán los hermanos Castro tan revolucionarios como Al Jamenei y Ahmadinejad?
Hay muchas diferencias entre la República Islámica de Irán y la República Socialista de Cuba, pero ambos regímenes desprecian las libertades, la democracia y los derechos del ciudadano a vivir y expresarme en base a sus convicciones. Los hermanos Castro no creen en Alá, Jesucristo ni en otros dioses; quizás desconocen las diferencias entre sunitas y chiitas, pero apoyan los proyectos nucleares de Irán contra Israel y las naciones del área. Pusieron en contacto a Ahmadinejad con Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Uruguay a fin de forjar una alianza contra los Estados Unidos.
En Irán predominan los clérigos que sueñan con un sultanato universal, pero hay bastiones liberales que luchan por modernizar el país. El Presidente Ahmadinejad exporta el fanatismo y la violencia, más los iraníes no dependen completamente del gobierno ni este de la ayuda exterior como Cuba, que subsistió a costa de la Unión Soviética durante tres décadas y es mantenida por Venezuela desde hace casi diez años.
La democracia insular es más precaria que la iraní. Fidel Castro es una mezcla de Al Jamenei y Ahmadinejad. Como el líder espiritual asiático nombra una Asamblea de expertos que redacta leyes y designa a sus lugartenientes. Su hermano Raúl, elegido sin elecciones, desfiles ni contrincantes, es el Guardián que preside el Consejo de Estado, integrado por militares envejecidos.
Nos congratula saber que carecemos de armas nucleares y de recursos para crearla. Irán nos sobrepasa en aspectos tecnológicos y reservas de petróleo. La isla forma parte de la cultura occidental; su régimen patalea pero es realmente débil; los jóvenes prefieren emigrar en vez de coger al toro por los cuernos. La oposición está excluida del rejuego institucional, la lucha por el cambio no exhibe aún a una figura que capitanee el descontento contra el gobierno, tan corrupto como inepto y represivo.
Las posibles implicaciones de los sucesos de Teherán sobre La Habana pasan por el análisis. No hay quien aguante los dictámenes del totalitarismo de manera impasible. El fundamentalismo religioso, político o filosófico tiene sus límites. Hay que aprovechar cualquier brecha para cruzar el sendero de la libertad. En Cuba no predominan los jóvenes, pero el hastío es general. El exilio y la oposición tienen que mirar hacia adentro.
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