jueves, 18 de junio de 2009

PANES VERDES EN LA REVOLUCIÓN ROJA, Jorge Olivera Castillo


Habana Vieja, La Habana, 18 de junio de 2009, (SDP) Dicen que el verde es el color de la esperanza. Se percibe en las ramas de las ceibas que adornan los parques capitalinos. También en las vastas áreas campestres de todas las provincias del país.

El verde resalta en las pencas de la palma real y en los cañaverales todavía en pie, desafiando las ideas grises de los burócratas. Esas vistas son las reminiscencias de un paraíso que no logró saltar las barreras del deseo.

En la actualidad, la tonalidad de marras, tiende a resaltar más en los panes y en el traje de los eternos productores de prohibiciones, miedos y otras mercancías que mantienen al país en vilo.

Tania Monzón conoce del tema. Recientemente tuvo en sus manos varios panes verdes. Desde el primer momento supo que no era una nueva y revolucionaria oferta.
El moho se desbordaba en cada ejemplar obtenido a través de la libreta de racionamiento. Se los entregaron en la panadería estatal como si fueran productos de primera. Presume que la descomposición se produjo a causa del agua caída sobre estas pequeñas piezas, de 80 gramos, confeccionadas con harina de trigo y entregadas según el plan de asignaciones que tiene lugar a nivel nacional: un pan diario para cada cubano.

Su experiencia, relatada en el semanario Trabajadores, se añade a una larga y no revelada lista de similares encontronazos. A menudo no es el agua lo que pudre el pan, sino la pésima calidad de las materias primas, algunas utilizadas a pesar de haberse cumplido la fecha de caducidad.

El previo recorte de los insumos para la elaboración del producto, como el aceite y la azúcar, por parte de los panaderos para su posterior venta en el mercado negro, se agrega a otras maniobras a partir de las cuáles el pan sufre una rápida metamorfosis. Hoy puede estar fresco y listo para el consumo. Mañana, con las manchas verdes de la fermentación.

Esa coloración puede aparecer también sobre las 11 onzas de picadillo de soya, en el interior de algunos de los 10 huevos que el estado reparte cada 21 días o en la libra de pollo congelado que se espera como un regalo divino. Esta vez las motivaciones para que aparezca el color verde radican en una deficiente congelación o un prolongado almacenamiento a merced de la humedad y los roedores.

Hace rato que este tono verde no es exclusivo de la flora tropical. Con el auge de la involución, se refleja en infinidad de formas. Leve, más acentuado, intenso. Para poder verlo es válido un anuncio: “Búsquelo en los establecimientos que operan en moneda nacional”. En áreas comerciales que funcionan con divisas es raro encontrarse con esos percances. Las reglas primitivas del capitalismo que allí rigen, son suficientes para que los productos corrompidos no lleguen a los estantes.

Así las cosas, entre el color rojo del discurso oficial, aún marcado por el espíritu bolchevique y el verde estampado en panes podridos, árboles y uniformes militares, seguimos sobreviviendo.

Es posible que la esperanza haya terminado en el estómago de un chivo. Los presuntos descubrimientos han sido obra del espejismo. Dicen que era de un verde subido de tono. Como el pasto fresco.
oliverajorge75@yahoo.com

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