jueves, 11 de junio de 2009

ESPERAR EL MILAGRO, Jorge Olivera Castillo.




Habana Vieja, La Habana, 11 de junio de 2009, (SDP) Quince de junio. Ricardo Alarcón mira la fecha en el almanaque. Las veinticuatro horas del día le resultan más largas que nunca. Quisiera que su escasa autoridad como presidente del parlamento cubano tomara una mejor perspectiva.

Alcanzar votaciones unánimes, hacerle sendos trajes retóricos a la comparsa de decretos para que parezcan leyes emanadas del sentir popular. Eso es una bagatela, un ritual que Alarcón cumple como un fiel soldado de la nomenclatura.

Su inobjetable sagacidad como diplomático permanece eclipsada al encabezar una de las instituciones menos creíbles dentro de la arquitectura política del poder.
Su desempeño como canciller no resultaba del agrado de Fidel. Se comenta que tuvo, y quizás aún tenga, inclinaciones reformistas y sobre todo que era partidario de buscar un deshielo con los Estados Unidos.

Otros comentarios señalan que, en su momento, iba a ser defenestrado por estas “desviaciones”, pero finalmente por causas que se desconocen, lo remitieron a un puesto de bajo perfil donde se definen los contornos de un castigo sin términos precisos y que podría estar dependiendo del destino de los cinco espías cubanos que cumplen sanción en cárceles norteamericanas.

No creo que el retorno de Alarcón al frente de la cancillería sea posible. Los errores en el totalitarismo se pagan bien caros. Además la desconfianza hacia él bajo el gobierno de Raúl puede que haya aumentado y de ahí el peligro a terminar como otros funcionarios: destituidos, presos, en el ostracismo o fusilados.

Su función principal, aparte de presidir la entidad parlamentaria denominada Asamblea Nacional del Poder Popular, radica en monitorear y contribuir a la campaña por la liberación de los cinco agentes atrapados en 1998 y condenados a altas penas de prisión, mientras realizaban funciones de inteligencia al servicio del régimen cubano.

El próximo 15 de junio la Corte Suprema debe pronunciarse si decide revisar el caso. El margen para que esto suceda es mínimo. Anualmente, solo son aceptadas el 2% de las peticiones.

El ambiente que rodea este asunto, manejado en Cuba como uno de los principales instrumentos en una lucha ideológica que sobrepasa el medio siglo, no favorece un desenlace que beneficie a los cinco hombres sobre los que pesan graves delitos, al margen de posibles irregularidades en el proceso.

Tomar el caso como punta de lanza en una batalla política lo desnaturaliza y pervierte. Lo que pudiera crear un oasis de esperanza sería una recomposición de las relaciones bilaterales a través de las cuáles abrir canales de comunicación favorecedores de un entorno donde se imponga el pragmatismo, la buena vecindad y otros valores de interés común.

Persistir en la demonización del adversario, en el lenguaje de la guerra fría y en el uso de cualquier motivo para agrandar los márgenes de la desconfianza, fortalece las motivaciones para demorar algún tipo de solución.

Se quiere, desde la parte cubana, lograr éxitos a partir del desarrollo de una campaña que a pesar de los esfuerzos no logra despertar el interés en los centros mediáticos de mayor influencia en la opinión pública internacional.

Mediante presiones no creo que se llegue a amasar el triunfo. Si es que ocurre será parcial y posiblemente reversible.
A menudo se pierde de vista que el problema solo atañe a la esfera judicial. Pues en Estados Unidos es real la división de poderes en correspondencia al diseño democrático avalado por una Constitución con más de 200 años de historia.
Con Barack Obama se hubiesen podido cambiar las reglas del juego e ir implementando otras visiones encaminadas a la conciliación y el diálogo.
Es cierto que el presidente tiene la potestad de indultar a los condenados que estime pertinente, pero esto ha ocurrido al final de su gestión.
Dudo que esto pueda concretarse en medio de una retórica cada vez más encendida y renuente a acatar la moderación como premisa para una futura reanudación de los vínculos.
No le auguro éxito a Alarcón al frente de la guerra propagandística en busca de la libertad inmediata de los cinco espías.
De ahí podría depender la mejora de su posición e imagen dentro de las huestes totalitarias.
El parlamento no es el último escalón en su descenso. Un fallo adverso de la Corte Suprema aumentaría el riesgo de caer a mayor profundidad. Más cerca del fondo y el olvido.
oliverajorge75@yahoo.com

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