Managua, La Habana. 25 de junio de 2009. (SDP) El 6 de junio es el día del Ministerio del Interior en Cuba. Que coincida con el desembarco aliado en Normandía en 1944, el famoso Día D, no debe ser ninguna casualidad. Así la fecha, dentro de la isla, pierde su luz de victoria del bien sobre el mal, y se convierte en efemérides propiedad del régimen.
Dentro de ese ministerio, la fuerza prioritaria es el Departamento de Seguridad del Estado (Policía Política). Algunas personas afirman que ese cuerpo represivo está integrado por más de 80 mil tropas. Una cifra similar a esa, según estadísticas manejadas por entidades independientes fuera del territorio nacional, es la de cubanos fallecidos en el Estrecho de la Florida durante los últimos 50 años. Eso sí debe ser una coincidencia.
Un aparato como ese necesita una constante retroalimentación y una buena dosis de leyenda, porque de lo contrario no tendría ninguna justificación pública para existir. Pero, ¿por qué Seguridad del Estado y no Seguridad del Ciudadano? Porque esa es la forma de decirnos que lo importante es el Estado y que la función de los ciudadanos es crear los recursos para mantener, con un nivel de vida acorde con su glorioso trabajo, a todos los integrantes de ese voluminoso departamento policíaco.
De una forma u otra hemos escuchado de sus “hazañas” durante decenios, pero en la práctica, su actividad no excede en riesgos a participar en una fiesta popular o a la del trabajo nocturno de cualquier custodio en un almacén de artículos de primera necesidad.
Pero esa gente es tratada como especiales aún cuando traicionan a sus jefes y se instalan en cualquier país “enemigo”. Los convierten en vedettes y les otorgan tratamiento de triunfadores. Y mientras más chismes tengan para contar o más complicados hayan estado con el régimen, más importantes son. Los medios les piden opiniones acerca de la situación interna de Cuba y de la política exterior del gobierno. De pronto, son especialistas de todo o casi todo lo que acontece en la isla o lo que presumiblemente va a suceder. De la noche a la mañana, casi son profetas. La metamorfosis es con una rapidez inusitada. Quizás es que existe un lugar santo donde reciben un baño de pureza.
Pero a la vez, las víctimas de ese propio régimen al que estuvieron estos “santos” sirviéndoles con devoción, aunque se puedan poner un manto de heroicidades épicas, si acaso una o dos veces son citados o presentados por los medios. Esos nada más que pueden hablar de sacrificios o penalidades sufridos por un ideal o de algún vía crucis. Son perdedores.
La moraleja parece ser que mientras más entrega exista a una tiranía y mejor se haya vivido dentro de sus filas, más valor tiene lo que se cuente de ella cuando se ha cambiado de casaca. Los nombres de Tania, Clarisa, Fabián, Alfonso o cualquier otro nombre de “guerra” que hayan tenido, ya no importan. De pronto todos son “Pablo”.
Pero esa es una deformación. Para la vida de las personas en su forma trascendente, para la historia que se entregará a los niños del futuro, un día de la democracia, será muchas veces más importante que un día policíaco.
fornarisjo@yahoo.com
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