Prisión Provincial Canaletas, Ciego de Ávila, 25 de junio de 2009, (SDP) Cuando fui secuestrado como rehén por la policía política castrista y sancionado a veinte años de pudrición en vida, sólo padecía de una enfermedad conocida, cataratas en ambos ojos. Estaba diagnosticado desde 1998.
Al pasar los años y de prisión en prisión, aparecieron otras enfermedades: Artrosis, sinovitis crónica y condromalacia en ambas rodillas, artrosis generalizada, trastornos circulatorios y digestivos, gastritis, una inflamación hepática de cuatro centímetros e inflamación y padecimientos de la próstata propios de mi edad . Actualmente y diagnosticada días atrás, una hernia discal y varios osteolitos en la región cervical del cordón vertebral. Esto ocasiona un tipo de parestesia en los dedos de la mano y una insuficiencia vertebro-bacilar.
A finales del pasado mes de febrero, toda la población penal de Canaletas fue vestida obligatoriamente con el uniforme de preso común. Me negué a vestir tal uniforme y fui confinado en una celda de aislamiento. Los primeros tres días allí, me alimentaba mediante la ingestión de líquidos, al cuarto día me declaré en huelga de hambre, porque el frío y la humedad me golpearon muy duro. En la madrugada del séptimo día, reventé.
No tanto en lo físico sino en lo síquico. Me puse el uniforme de preso común y ese mismo día me regresaron al destacamento donde siempre me han tenido recluido.
Aquí me di cuenta que estaba a merced de la revancha de la policía política. Ellos concluirían que estoy viejo, enfermo y no en condiciones de protestar y plantarme en huelga de hambre. Por ello, me pueden pasar por encima a modo de represalia. Mi autoestima se desplomó y me deprimí. Una psiquiatra del Ministerio del Interior, ordenó que me ingresaran en la sala de penados del Hospital Provincial Antonio Luaces Iraola de Ciego de Ávila, para aplicarme anti depresivos.
El clínico jefe de la sala de penados me planteó en varias ocasiones la necesidad de operarme de las cataratas en el recién inaugurado Centro Oftalmológico de dicho hospital. Mi esposa me lo pidió y acepté. El día de la operación me sometí a un último examen y este arrojó una infección, nemfaritis. Esta tendrá que ser eliminada antes de la operación con fomentos y antibióticos aplicados cuatro veces al día.
Ya bajo tratamiento en la sala de penados, me conducen a la oficina del director del hospital, donde se encontraba la doctora S. jefa de los servicios médicos de la jefatura provincial del Ministerio del Interior en Ciego de Ávila y su subordinada directa, la Dra. Y.
La Dra. S plantea que yo podría ser operado aquí en Ciego de Ávila, pero que había interés en que fuera operado en La Habana, en el Hospital Ramón Pando Ferrer, antigua Liga Contra la Ceguera. Acepto la propuesta y comienza así la operación ‘vaselina’ con la Dra. Y que me visita en la sala de penados varias veces. Una de estas para decir que se hacían los trámites para mi traslado a La Habana. Otra para decir que no me preocupara, que el traslado sería de hospital a hospital y no de prisión a prisión. Otra para decir que la jefa nacional de los servicios médicos del Ministerio del Interior autorizó mi traslado. La última, el 5 de junio, dijo que me llevarían ante una oftalmóloga para ver si se eliminó la infección en mis ojos.
El lunes 8 de junio, en la mañana, me entrevisto con el clínico jefe de la sala de penados y este me dice que entregó a la policía política, días atrás, toda la documentación necesaria para mi traslado a La Habana. Que allí se me practicarían todas las operaciones de cataratas, hernia discal y osteolitos. En la tarde de ese mismo día, sin explicación, se me traslada para la Prisión Provincial Canaletas. En la mañana, me conducen al puesto médico del penal y comparezco ante la Dra. Y, que andaba en compañía de la Dra. encargada de ese puesto médico en la prisión.
Y se mostró sorprendida al verme y afirmó no saber por qué ni quien me trasladó a la prisión. Le pregunto qué sucederá en lo adelante conmigo. Ella me dice que tramitará un turno para el neurocirujano y otro para el ortopédico. Dice: “Te vamos a entregar el método y los medicamentos necesarios para que tú mismo te apliques los fomentos y el cloranfenicol”. Así se redondeaba el número que me montó el Ministerio del Interior. De esta forma dejaban sobre mí la responsabilidad de lo que pudiera suceder. Si mañana no pudiera realizarse la operación de mis ojos, el único responsable sería yo. Me tocaría ser el malo en esta película y ellos, los buenos, que ‘hasta querían operarme en el mejor hospital del país’.
El caso es que la policía política habló con mi familia para que me operara. Me confinaron en mayo de 2003 y agosto de 2004 en la Prisión Combinado del Este de La Habana para eso. Cuando decidí ocuparme un poco de mi salud, esto se convirtió en una carrera de obstáculos.
Cierto es que tengo 61 años y padezco de varias enfermedades, pero si se trata de hacerme claudicar de mis principios, no lo permitiré. Si decido dejar mis artríticos huesos en una galera, en una celda de aislamiento o emprender una huelga de hambre, lo haré. Mis principios y mi moral no son negociables.
primaveradigital@gmail.com
Al pasar los años y de prisión en prisión, aparecieron otras enfermedades: Artrosis, sinovitis crónica y condromalacia en ambas rodillas, artrosis generalizada, trastornos circulatorios y digestivos, gastritis, una inflamación hepática de cuatro centímetros e inflamación y padecimientos de la próstata propios de mi edad . Actualmente y diagnosticada días atrás, una hernia discal y varios osteolitos en la región cervical del cordón vertebral. Esto ocasiona un tipo de parestesia en los dedos de la mano y una insuficiencia vertebro-bacilar.
A finales del pasado mes de febrero, toda la población penal de Canaletas fue vestida obligatoriamente con el uniforme de preso común. Me negué a vestir tal uniforme y fui confinado en una celda de aislamiento. Los primeros tres días allí, me alimentaba mediante la ingestión de líquidos, al cuarto día me declaré en huelga de hambre, porque el frío y la humedad me golpearon muy duro. En la madrugada del séptimo día, reventé.
No tanto en lo físico sino en lo síquico. Me puse el uniforme de preso común y ese mismo día me regresaron al destacamento donde siempre me han tenido recluido.
Aquí me di cuenta que estaba a merced de la revancha de la policía política. Ellos concluirían que estoy viejo, enfermo y no en condiciones de protestar y plantarme en huelga de hambre. Por ello, me pueden pasar por encima a modo de represalia. Mi autoestima se desplomó y me deprimí. Una psiquiatra del Ministerio del Interior, ordenó que me ingresaran en la sala de penados del Hospital Provincial Antonio Luaces Iraola de Ciego de Ávila, para aplicarme anti depresivos.
El clínico jefe de la sala de penados me planteó en varias ocasiones la necesidad de operarme de las cataratas en el recién inaugurado Centro Oftalmológico de dicho hospital. Mi esposa me lo pidió y acepté. El día de la operación me sometí a un último examen y este arrojó una infección, nemfaritis. Esta tendrá que ser eliminada antes de la operación con fomentos y antibióticos aplicados cuatro veces al día.
Ya bajo tratamiento en la sala de penados, me conducen a la oficina del director del hospital, donde se encontraba la doctora S. jefa de los servicios médicos de la jefatura provincial del Ministerio del Interior en Ciego de Ávila y su subordinada directa, la Dra. Y.
La Dra. S plantea que yo podría ser operado aquí en Ciego de Ávila, pero que había interés en que fuera operado en La Habana, en el Hospital Ramón Pando Ferrer, antigua Liga Contra la Ceguera. Acepto la propuesta y comienza así la operación ‘vaselina’ con la Dra. Y que me visita en la sala de penados varias veces. Una de estas para decir que se hacían los trámites para mi traslado a La Habana. Otra para decir que no me preocupara, que el traslado sería de hospital a hospital y no de prisión a prisión. Otra para decir que la jefa nacional de los servicios médicos del Ministerio del Interior autorizó mi traslado. La última, el 5 de junio, dijo que me llevarían ante una oftalmóloga para ver si se eliminó la infección en mis ojos.
El lunes 8 de junio, en la mañana, me entrevisto con el clínico jefe de la sala de penados y este me dice que entregó a la policía política, días atrás, toda la documentación necesaria para mi traslado a La Habana. Que allí se me practicarían todas las operaciones de cataratas, hernia discal y osteolitos. En la tarde de ese mismo día, sin explicación, se me traslada para la Prisión Provincial Canaletas. En la mañana, me conducen al puesto médico del penal y comparezco ante la Dra. Y, que andaba en compañía de la Dra. encargada de ese puesto médico en la prisión.
Y se mostró sorprendida al verme y afirmó no saber por qué ni quien me trasladó a la prisión. Le pregunto qué sucederá en lo adelante conmigo. Ella me dice que tramitará un turno para el neurocirujano y otro para el ortopédico. Dice: “Te vamos a entregar el método y los medicamentos necesarios para que tú mismo te apliques los fomentos y el cloranfenicol”. Así se redondeaba el número que me montó el Ministerio del Interior. De esta forma dejaban sobre mí la responsabilidad de lo que pudiera suceder. Si mañana no pudiera realizarse la operación de mis ojos, el único responsable sería yo. Me tocaría ser el malo en esta película y ellos, los buenos, que ‘hasta querían operarme en el mejor hospital del país’.
El caso es que la policía política habló con mi familia para que me operara. Me confinaron en mayo de 2003 y agosto de 2004 en la Prisión Combinado del Este de La Habana para eso. Cuando decidí ocuparme un poco de mi salud, esto se convirtió en una carrera de obstáculos.
Cierto es que tengo 61 años y padezco de varias enfermedades, pero si se trata de hacerme claudicar de mis principios, no lo permitiré. Si decido dejar mis artríticos huesos en una galera, en una celda de aislamiento o emprender una huelga de hambre, lo haré. Mis principios y mi moral no son negociables.
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