Playa, La Habana, junio 25 de 2009 (SDP) La útil función social que antaño tenían las fondas de chinos ha sido suplida en los últimos quince años por los vendedores de cajitas de comida.
Una cajita de cartón con un volumen equivalente a un plato de alimento elaborado ha puesto de moda la actividad de venta particular de comida, con amplia aceptación por parte de todos y especialmente por aquellos de menor poder adquisitivo. La conformidad del público es tal que se ha puesto de moda la frase “coger cajita” para simbolizar lo que resulta fácil de adquirir y además agradable.
Por lo común, se trata de casas particulares donde se elabora y vende la comida con el concurso de todos en el hogar, por lo que el negocito bien puede definirse como una empresa familiar embrionaria. En la mayoría de los casos, la actividad transcurre de modo furtivo por carecer de licencia o permiso.
Es frecuente que el propietario sea una antigua vendedora de alimentos a la cual le fue retirado el permiso durante la ola “anticuentapropista”. Porque pese a todo; al recio control y a la perenne red de chivatos voluntarios y obligados con que cuenta el gobierno, la gente desafía el peligro de las mil formas imaginables e inconcebibles y lucha con tesón y perseverancia, convencido de que “uno no se puede dejar caer” porque “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.
Comúnmente las cajitas se agrupan por ofertas y un timbiriche que aspire al éxito tiene más de una y a veces hasta cuatro o cinco. La oferta más barata suele valer 15 pesos y estar compuesta por hígado de cerdo u otras vísceras porcinas en fricasé, congrí, alguna viandita hervida y un amago de ensalada, todo lo cual conforma una cena y satisface a cualquier persona de apetito normal. Las restantes ofertas se diferencian por el “plato fuerte” o proteico que usualmente esta compuesto de: bistec de cerdo y eleva el precio a 20 pesos; pollo frito o lomo ahumado a 25 y fricasé de carnero u otra opción a 30. Siempre la fibra ha de ser porcina, de pollo o de carnero, debido una abstención cincuentenaria e involuntaria en el consumo de la carne de res con vistas al aumento de una población de vacas, bueyes y terneros cuyo crecimiento se ha movido a paso cangrejero.
Algunos de estos mini comerciantes tienen la sagacidad de los antiguos chinos y aceptan vender el congrí por separado a cinco pesos así como el tamal de hoja o el arroz blanco a otro tanto. A veces llega allí el más menesteroso y sale con algo de comer en la cajita por sólo cinco pesos y no falta el que, sin dar nada, logra halagar el estómago gracias a la bondad del vendedor de cajitas. Pero tan concesivos y piadosos gestos han de ir ocultos para no coger fama de tipo “regalón”, pues el negocio es negocio” y “el que se hace de miel, se lo comen las hormigas”.
Los vendedores de cajitas rinden un beneficio social valioso en algo tan decisivo e imprescindible como la alimentación. No están estos negocitos todo lo difundidos que debieran porque cada uno de ellos cuenta con la animosidad del gobierno, el acoso de inspectores y chivatos, así como la inevitable y universal envidia de aquel que, siendo incapaz de mejorar con esfuerzo propio, sufre con el progreso ajeno aunque tal progreso esté basado en el esfuerzo y la austeridad del individuo.
osmagon@yahoo.com
Una cajita de cartón con un volumen equivalente a un plato de alimento elaborado ha puesto de moda la actividad de venta particular de comida, con amplia aceptación por parte de todos y especialmente por aquellos de menor poder adquisitivo. La conformidad del público es tal que se ha puesto de moda la frase “coger cajita” para simbolizar lo que resulta fácil de adquirir y además agradable.
Por lo común, se trata de casas particulares donde se elabora y vende la comida con el concurso de todos en el hogar, por lo que el negocito bien puede definirse como una empresa familiar embrionaria. En la mayoría de los casos, la actividad transcurre de modo furtivo por carecer de licencia o permiso.
Es frecuente que el propietario sea una antigua vendedora de alimentos a la cual le fue retirado el permiso durante la ola “anticuentapropista”. Porque pese a todo; al recio control y a la perenne red de chivatos voluntarios y obligados con que cuenta el gobierno, la gente desafía el peligro de las mil formas imaginables e inconcebibles y lucha con tesón y perseverancia, convencido de que “uno no se puede dejar caer” porque “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.
Comúnmente las cajitas se agrupan por ofertas y un timbiriche que aspire al éxito tiene más de una y a veces hasta cuatro o cinco. La oferta más barata suele valer 15 pesos y estar compuesta por hígado de cerdo u otras vísceras porcinas en fricasé, congrí, alguna viandita hervida y un amago de ensalada, todo lo cual conforma una cena y satisface a cualquier persona de apetito normal. Las restantes ofertas se diferencian por el “plato fuerte” o proteico que usualmente esta compuesto de: bistec de cerdo y eleva el precio a 20 pesos; pollo frito o lomo ahumado a 25 y fricasé de carnero u otra opción a 30. Siempre la fibra ha de ser porcina, de pollo o de carnero, debido una abstención cincuentenaria e involuntaria en el consumo de la carne de res con vistas al aumento de una población de vacas, bueyes y terneros cuyo crecimiento se ha movido a paso cangrejero.
Algunos de estos mini comerciantes tienen la sagacidad de los antiguos chinos y aceptan vender el congrí por separado a cinco pesos así como el tamal de hoja o el arroz blanco a otro tanto. A veces llega allí el más menesteroso y sale con algo de comer en la cajita por sólo cinco pesos y no falta el que, sin dar nada, logra halagar el estómago gracias a la bondad del vendedor de cajitas. Pero tan concesivos y piadosos gestos han de ir ocultos para no coger fama de tipo “regalón”, pues el negocio es negocio” y “el que se hace de miel, se lo comen las hormigas”.
Los vendedores de cajitas rinden un beneficio social valioso en algo tan decisivo e imprescindible como la alimentación. No están estos negocitos todo lo difundidos que debieran porque cada uno de ellos cuenta con la animosidad del gobierno, el acoso de inspectores y chivatos, así como la inevitable y universal envidia de aquel que, siendo incapaz de mejorar con esfuerzo propio, sufre con el progreso ajeno aunque tal progreso esté basado en el esfuerzo y la austeridad del individuo.
osmagon@yahoo.com
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