jueves, 25 de junio de 2009

LA BATALLA POR EL DOMINIO DEL CARIBE, Frank Cosme


Santos Suárez, La Habana, 25 de junio de 2009, (SDP) Una historiadora estadounidense en un libro publicado en New York, Pirates of The West Indias, hace referencia a una carta de Benjamín Franklin, fechada en 1748, en la cual este se alarma por la presencia de dos buques corsarios cubanos que actuaban a la altura del cabo Hatteras, en el actual estado de Carolina del Norte.

Que buques corsarios cubanos hayan llegado hasta una latitud tan cercana de Washington, Baltimore, Filadelfia o New York, es algo asombroso, sobre todo para aquellos que acostumbrados como estamos a ver filmes de aventuras “made in Hollywood” en que los corsarios o piratas son ingleses, holandeses o franceses, nos resulta difícil la idea de piratas o corsarios cubanos.

Resulta muy útil aclarar que muchos de ellos, aunque nacidos en la isla, eran súbditos de la corona española. Todavía en esos tiempos no había nacido él término nacionalista de cubano ni algún otro, pues ni siquiera Estados Unidos, que fue la primera colonia americana en liberarse, pensaba en esto. Pero sigamos utilizándolo para distinguirlos de los españoles, pues los marinos, tanto hispanos como criollos, cansados ya de solo defenderse, tomaron otro camino, “el de la ofensiva”.

Hay un período que transcurre entre la ocupación de Jamaica por los Ingleses en 1655 y la toma de la Habana en 1762 en que estos corsarios cubano-españoles resultaron también una amenaza para las colonias, fundamentalmente británicas, de la misma manera que estas lo eran para las colonias hispanas. Esto último es lo que Hollywood realiza hace décadas y origina una gran confusión histórica. Recuerdo haber visto solo una película hacer referencia a los corsarios españoles: el Cisne Negro, protagonizada por Tyrone Power.

Las ciudades de Trinidad y Santiago de Cuba, en la costa sur, y las de La Habana y Remedios, en la costa norte, fueron los puertos donde más actividad tuvieron estas expediciones corsarias a las colonias británicas.

Tomé Rodríguez fue uno de los corsarios criollos que más se distinguieron. En poco más de un año capturó más de una docena de buques Ingleses. En 1699, Luís Fernando atacó Charleston y obtuvo un sustancioso botín. Otro famoso corsario fue Pedro de Garaicoechea, oriundo de Bilbao, que tenía una escuadrilla de tres barcos. En cinco años, capturó 11 navíos, 6 fragatas, 4 paquebotes, 4 bergantines y un centenar de prisioneros británicos. Se calcula que el valor de los botines ocupados pasaba los tres millones y medio de doblones.

Tal vez el más singular de todos los corsarios cubanos por su arrojo y temeridad fue Andrés Manso de Contreras, que de Manso solo llevaba el apellido, pues mantuvo en jaque a más de un pirata que merodeaba por las costas de Cuba. En1636, frente al litoral de Jaruco, tuvo un desigual combate frente a una urca, un patache y una goleta de filibusteros ingleses. Logró apoderarse de la urca al abordaje y poner en fuga a las otras embarcaciones.

El más conocido (o al menos, el más promocionado) pirata cubano fue Diego Grillo. La fama parece deberse más bien al hecho de haber sido grumete en la flota del famoso Francis Drake y de haber participado en la vuelta al mundo realizada por este. No hay muchos datos fieles sobre este personaje y muchas veces se confunde con otro Diego (Pérez) también corsario cubano que sí tiene su historia (uno de los cayos que rodean la isla lleva su nombre).

La realidad es que a estas historias desconocidas de los piratas cubanos no se le ha realizado una seria investigación que podría servir de marco para una buena novela de aventuras. Aunque no se ha llegado a fondo, se sabe que Ignacio Olavarría o Domingo Coímbra, dos corsarios cubanos, llegaron con sus correrías hasta Rhode Island y New York. Quizás estos fueran los que preocuparon al inventor del pararrayos y futuro prócer de la independencia de Estados Unidos.

Nuestra Isla parece estar envuelta, tal vez por su posición estratégica, en cuanto rollo histórico se produzca en este continente. Sólo hay que recordar un poco de dónde salieron las expediciones para la conquista de México, los ingleses en La Habana, la construcción de bases marítimas y aéreas en la isla durante la Segunda Guerra Mundial, la revolución cubana y su influencia en toda la América Latina y últimamente todos los emporios comerciales que han construido canadienses, chinos, italianos y nuestros eternos peninsulares.

Decididamente tendremos algún día que pensar entre todos en utilizar esta estratégica posición como un recurso económico, tal vez el principal.
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