Mis veinte mil años han sido
terribles, incipientes.
Matar al cromañón contiguo
fue mi entretenimiento.
Cuando ella apareció
con su frágil mutismo,
derribarla a mazazos postergaba
otras lides y ciertos deseos.
Corrían rumores guturales,
apremio de conjunto,
repartirnos la caza,
pieles, cuevas, enseres...
seguir las decisiones de un viejo astuto.
Fuimos la colina,
Hoguera y estrellas,
eran agradable todavía.
Comenzaron las guerras.
Al viejo le encantaba diezmar multitudes,
sangre y aspaviento, familias deshojadas,
situaciones extremas.
Pirámides, volcanes, marcan mi derrotero.
Apareció el papiro,
la alquimia, los derechos.
Casas, inquisitivos, hasta el reloj de arena.
Yo estaba en todas partes
siempre al hombro de ella,
y el inconforme viejo con nombres diferentes:
Alejandro, Escipión, Aníbal, César,
cónsul, emperador, rey o regente.
El crucifijo de oro me sumió en la pobreza.
Tristes amaneceres de campesino yerto,
amasador de barro, herrero, jornalero...
Incendios forestales lanzaron mi osamenta
a la orilla del río,
con ella y los pequeños.
Habló Martín Lutero.
William Shakespeare una noche
con pluma y el tintero
contó de mi desdicha.
Y Cervantes en la cárcel
completó mi anatema.
Nada podía saber, pues nada nunca supe,
ni lo sé,
y dudo mucho que algún día lo sepa.
Ala triste, infeliz, pobre diablo, plebeyo,
Lazarillo, tristón, desvencijado, rengo,
ciego, esclavo, cautivo,
desesperado, muerto,
eran los adjetivos que calaban mis huesos.
Quiero apartar un verso
a todos los que un día
con afán, muchos sueños,
me esculpieron, pintaron,
cantaron, escribieron
o bailaron la farsa, civilizado ego
superior en la escala
de este magro universo.
Continuaron las guerras
siempre por un pretexto,
especias, mineral, el poder,
o por ella.
Licores y manjares, ostentación,
libreas, repletaban sus arcas,
en mi mesa, un triste y mustio pan
como recompensa.
Llegó la Ilustración y las enciclopedias.
Yo era el centro de todo,
incluso de las flechas.
Por mi nombre el gabán se convertía en coraza
y el sombrero en yelmo.
En mí sufrió lo negro,
lo indio, lo judío,
lo que oliera a tierra,
a mineral, a espasmo,
a insensatez o a ella.
Sangre, sudor y llanto
nunca serán lavados.
Martí y Luther King
eternamente presos.
Vantroi, Lumumba, Gandhi,
me esperan en la puerta
sin bisagras ni umbral
que nunca ha sido abierta.
Este recinto exiguo
que una vez fue caverna,
choza, bohío, hostal,
llegó a ser edificio, mansión y rascacielos,
casi tocó la nube voraz del firmamento
y regresó a la tierra como torres gemelas,
al polvo, al estampido, a la insulsa planez
y declarada guerra de yo contra mí mismo,
de ti contra tu espejo,
y vuelvo a la caverna
como fiel derrotado por el fugaz sustento
del viejo aborrecible que embarcó mi destino
en naves de penurias y sueños esperpentos.
Veinte mil años de agónica aventura
y volvemos cero.
Un verso más a los que me cantaron,
pintaron y escribieron
mi enhiesta figura,
mi sangre derramada, mis huesos partidos,
el llanto y la inconciencia
del golpe en la mejilla.
Mis alicientes son:
Que esté muriendo el viejo,
subir a la colina a contar las estrellas
con ella todavía,
su cabello extendido, su hombro frágil
y la fragancia intacta
a través de los tiempos.
(Del libro de poemas inédito Reversos)
jueves, 18 de junio de 2009
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