jueves, 25 de junio de 2009

CHISMES Y ESPÍAS, Luis Cino



Arroyo Naranjo, La Habana, junio 25 de 2009 (SDP) No por tantas veces repetido, en chistes, como metáfora o literalmente, Miami, después de La Habana, es la segunda ciudad cubana. Es un Taiwán criollo, continental y bajo el pabellón de las barras y las estrellas. Incurablemente enfermo de nostalgias por Cuba, Miami no ha logrado independizarse de Fidel Castro. No sólo sus remesas ayudan a apuntalar a la maltrecha economía cubana. La Habana vigila a Miami y le tiende zancadillas. De espiar, confundir y dividir al exilio se ocupa la contrainteligencia cubana con similares métodos y tesón que contra los disidentes de Párraga, Lawton o Villa Clara.

El caso del viejo matrimonio de espías americanos presuntamente al servicio del gobierno cubano, más allá de la posibilidad de un intento por dinamitar la política hacia Cuba de la administración Obama, ha vuelto a remover polémicas y paranoias. Como en los días del descubrimiento de la Red Avispa, algunos creen avistar segurosos montados en motos Suzuki por la Calle 8.

Se calcula que el gobierno cubano mantiene alrededor de 400 agentes de todo tipo en los Estados Unidos. Amén de los menos obvios, como El Duende. Los apologistas de la Revolución de Fidel Castro no están sólo en el Granma o la Mesa Redonda, ni todos los intelectuales orgánicos del régimen están en los rediles de la UNEAC. Andan salteados y saltarines, por toda la diáspora, Miami incluido. A veces, no espían, en el sentido estricto de la palabra. Se limitan a crear bretes, intrigas y chismes. Los cubanos, de aquí y de allá, desmesurados como somos, hacemos el resto.

No tiene por qué extrañarse el exilio con los desencuentros de la oposición cubana. Por allá, también cuecen habas. Los instigadores de intolerancias y querellas, en La Habana o Miami, son los mismos. Todo está detallado en un mismo guión perverso.

De algunos rincones del exilio llueven dardos contra la oposición interna. También contra los periodistas independientes. Vapuleados por enemigos y amigos, plagiados, ninguneados. Detrás de cada uno de ellos ven agazapado a un colaborador. Como si el defender la democracia desde Cuba y sin caer presos convirtiera automáticamente en sospechosos.

Con dolor, nos hemos tenido que adaptar. A ignorar a suspicaces, intolerantes y paranoicos. A no hacer demasiado caso a los gritos de los bravucones de llamadas de larga distancia. A esquivar a provocadores y malintencionados de adentro. A conocer a las personas por sus hechos. Ha sido duro pero útil aprender que los enfrentamientos estériles sólo benefician a la Seguridad del Estado.

De guiarnos por los paranoicos de adentro y los cazadores de infiltrados de afuera, pudiéramos llegar a la conclusión de que la disidencia interna fue una invención de Fidel Castro, que la creó, a su imagen y semejanza, para entretenerse y poner a prueba la capacidad de sus servicios de inteligencia.

Las exageraciones nunca son buenas. El exceso, tanto de ingenuidad como de cautela, son caros pecados. La lucha por la libertad y la democracia no puede convertirse en un safari contra espías y chivatos. O peor aún, en un baile de disfraces.

Si no aprendemos democracia desde ahora, puede que no la aprendamos nunca. El más triste colofón de 50 años de dictadura será un pueblo que sospeche hasta de su propia sombra.

Cuando llegue el momento de la verdad y la reconciliación nacional, algunos represores, los menos manchados, tendrán una explicación para sus actos: obedecían órdenes. Los que luchaban por la democracia no tendrán excusas ni coartadas para sus errores.
luicino2004@yahoo.com

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