Arroyo Naranjo, La Habana, agosto 6 de 2009 (SDP) A Tomás Ramos Rodríguez, el Departamento de Refugiados Políticos de la Sección de Intereses Norteamericana le acaba de negar la visa para viajar a los Estados Unidos por haber sido un opositor violento al gobierno cubano durante más de tres décadas.
De sus 66 años, Tomás Ramos pasó en prisión más de 31 años por luchar por la democracia. Primero fue por la vía insurreccional; desde hace más de 16 años, practica el activismo civilista.
En 1960 se incorporó al Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), una organización armada que se oponía al régimen de Fidel Castro. Ya no tenía motivos para ser fiel a una causa por la que había luchado y en la que ya no creía. Tomás comenzó a servir de enlace entre las células clandestinas del MRR en la capital y la guerrilla que comandaba Maro Borges en el Escambray. En diciembre de 1961 fue capturado por el G-2. Lo condenaron a 9 años de prisión que cumplió en La Cabaña, El Príncipe y el presidio de Isla de Pinos. Salió en libertad el 23 de diciembre de 1970.
Tomás Ramos fue uno de los 363 ex presos políticos que salieron de Cuba hacia Estados Unidos por el puerto de Mariel en 1980. En Miami, viejos conocidos del MRR lo convencieron de la necesidad de infiltrarse en Cuba para establecer contactos. Desembarcó por Punta de Hicacos, Matanzas, el 6 de octubre de 1980. Lo capturaron varias horas después. No le ocuparon armas, explosivos o documentos comprometedores, pero lo condenaron a 3 años de prisión por “entrada ilegal”.
Cumplió la condena en el Combinado del Este. Salió en libertad el 6 de octubre de 1983. En 1989 se fue a Estados Unidos con visa de refugiado político. Pero el exilio no se hizo para Tomás. Enseguida se puso a las órdenes del Partido Unidad Nacional Democrática (PUND), una organización armada dirigida por Sergio Hernández y Nino Díaz. Ellos lo conectaron con Frank Sturgis, un oficial de la CIA, que le encomendó su próxima misión: derribar la principal torre interceptora de Radio Martí y contactar con militares complotados.
Volvió a infiltrarse en Cuba ese mismo año. El plan era casi suicida. Tomás debía acceder a la azotea del Hotel Habana Libre, donde estaba ubicada la torre. Para derribarla no emplearía explosivos, sino una cizalla mecánica. Lo capturaron dos días después de entrar en Cuba, tras una espectacular persecución. Lo condenaron a 20 años de cárcel.
Pero esta vez la prisión transformó su vida definitivamente. A mediados de los 90, conoció en la prisión 1580 a Domiciano Torres Roca, un activista de derechos humanos que logró convencerlo de que los tiempos de la violencia habían pasado y que ahora la lucha pacífica era la mejor forma de enfrentar al régimen.
Desde la cárcel, Tomás empezó a enviar denuncias al exterior sobre los atropellos a que se veían sometidos los reclusos. En represalia, el Departamento de Seguridad del Estado ordenó que lo enviaran a la prisión de Guantánamo, donde permaneció 3 años y un mes.
No fue el único ni el peor de los castigos que soportó durante sus condenas en cárceles de todo el país. Muestra 6 heridas de bayonetas en su cuerpo: 5 en las piernas y un tendón seccionado en la mano izquierda.
Tomás salió en libertad el 16 de junio de 2008. Desde entonces, participa en numerosas iniciativas de la oposición civilista. Sus padecimientos (hipertensión y mal de Parkinson) y la vigilancia de la policía política no logran amedrentarlo.
Tomás no se arrepiente de haber empleado la violencia para combatir al régimen: “No estoy arrepentido, sino orgulloso. Sólo que el mundo y los tiempos cambiaron y con ellos, los métodos de lucha. Estoy convencido que sólo la lucha pacífica por la democracia y los derechos humanos logrará dar al traste con la dictadura”.
Algo similar dijo a Fernando Ravsberg, el reportero de BBC Mundo acreditado en La Habana, pero el periodista estaba más interesado en destacar que el gobierno norteamericano utilizó a Tomás en sus intentos por derrocar al régimen cubano y ahora le niega la visa, que en aclarar que Tomás es hoy un activista pacífico por la democracia.
Es cierto que es un sin sentido con tantos terroristas sueltos como andan por Miami y tantos desertores de los cuerpos represivos (que no fueron para nada pacíficos) que acogen con los brazos abiertos, a bombo y platillo y con las cámaras y micrófonos listos, que a Tomás Ramos, que no predica el odio, no tiene un muerto en su conciencia ni jamás puso una bomba, le impidan entrar a Estados Unidos para atenderse su quebrantada salud y reunirse con su anciana madre.
Es otra de las hipocresías de este mundo absurdo. La política y las leyes norteamericanas cambiaron, el tono de los despachos de los periodistas extranjeros acreditados en La Habana también. Pero hay cosas que nunca cambian, aunque los reportes de Ravsberg no hablen de ello. El régimen cubano no cambió; Tomás Ramos, aunque renunció a la violencia y le nieguen por problemas burocráticos una visa norteamericana de refugiado político, tampoco cambiará. Para comprobarlo, basta conversar con él y mirarlo fijo a los ojos.
luicino2004@yahoo.com
De sus 66 años, Tomás Ramos pasó en prisión más de 31 años por luchar por la democracia. Primero fue por la vía insurreccional; desde hace más de 16 años, practica el activismo civilista.
En 1960 se incorporó al Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), una organización armada que se oponía al régimen de Fidel Castro. Ya no tenía motivos para ser fiel a una causa por la que había luchado y en la que ya no creía. Tomás comenzó a servir de enlace entre las células clandestinas del MRR en la capital y la guerrilla que comandaba Maro Borges en el Escambray. En diciembre de 1961 fue capturado por el G-2. Lo condenaron a 9 años de prisión que cumplió en La Cabaña, El Príncipe y el presidio de Isla de Pinos. Salió en libertad el 23 de diciembre de 1970.
Tomás Ramos fue uno de los 363 ex presos políticos que salieron de Cuba hacia Estados Unidos por el puerto de Mariel en 1980. En Miami, viejos conocidos del MRR lo convencieron de la necesidad de infiltrarse en Cuba para establecer contactos. Desembarcó por Punta de Hicacos, Matanzas, el 6 de octubre de 1980. Lo capturaron varias horas después. No le ocuparon armas, explosivos o documentos comprometedores, pero lo condenaron a 3 años de prisión por “entrada ilegal”.
Cumplió la condena en el Combinado del Este. Salió en libertad el 6 de octubre de 1983. En 1989 se fue a Estados Unidos con visa de refugiado político. Pero el exilio no se hizo para Tomás. Enseguida se puso a las órdenes del Partido Unidad Nacional Democrática (PUND), una organización armada dirigida por Sergio Hernández y Nino Díaz. Ellos lo conectaron con Frank Sturgis, un oficial de la CIA, que le encomendó su próxima misión: derribar la principal torre interceptora de Radio Martí y contactar con militares complotados.
Volvió a infiltrarse en Cuba ese mismo año. El plan era casi suicida. Tomás debía acceder a la azotea del Hotel Habana Libre, donde estaba ubicada la torre. Para derribarla no emplearía explosivos, sino una cizalla mecánica. Lo capturaron dos días después de entrar en Cuba, tras una espectacular persecución. Lo condenaron a 20 años de cárcel.
Pero esta vez la prisión transformó su vida definitivamente. A mediados de los 90, conoció en la prisión 1580 a Domiciano Torres Roca, un activista de derechos humanos que logró convencerlo de que los tiempos de la violencia habían pasado y que ahora la lucha pacífica era la mejor forma de enfrentar al régimen.
Desde la cárcel, Tomás empezó a enviar denuncias al exterior sobre los atropellos a que se veían sometidos los reclusos. En represalia, el Departamento de Seguridad del Estado ordenó que lo enviaran a la prisión de Guantánamo, donde permaneció 3 años y un mes.
No fue el único ni el peor de los castigos que soportó durante sus condenas en cárceles de todo el país. Muestra 6 heridas de bayonetas en su cuerpo: 5 en las piernas y un tendón seccionado en la mano izquierda.
Tomás salió en libertad el 16 de junio de 2008. Desde entonces, participa en numerosas iniciativas de la oposición civilista. Sus padecimientos (hipertensión y mal de Parkinson) y la vigilancia de la policía política no logran amedrentarlo.
Tomás no se arrepiente de haber empleado la violencia para combatir al régimen: “No estoy arrepentido, sino orgulloso. Sólo que el mundo y los tiempos cambiaron y con ellos, los métodos de lucha. Estoy convencido que sólo la lucha pacífica por la democracia y los derechos humanos logrará dar al traste con la dictadura”.
Algo similar dijo a Fernando Ravsberg, el reportero de BBC Mundo acreditado en La Habana, pero el periodista estaba más interesado en destacar que el gobierno norteamericano utilizó a Tomás en sus intentos por derrocar al régimen cubano y ahora le niega la visa, que en aclarar que Tomás es hoy un activista pacífico por la democracia.
Es cierto que es un sin sentido con tantos terroristas sueltos como andan por Miami y tantos desertores de los cuerpos represivos (que no fueron para nada pacíficos) que acogen con los brazos abiertos, a bombo y platillo y con las cámaras y micrófonos listos, que a Tomás Ramos, que no predica el odio, no tiene un muerto en su conciencia ni jamás puso una bomba, le impidan entrar a Estados Unidos para atenderse su quebrantada salud y reunirse con su anciana madre.
Es otra de las hipocresías de este mundo absurdo. La política y las leyes norteamericanas cambiaron, el tono de los despachos de los periodistas extranjeros acreditados en La Habana también. Pero hay cosas que nunca cambian, aunque los reportes de Ravsberg no hablen de ello. El régimen cubano no cambió; Tomás Ramos, aunque renunció a la violencia y le nieguen por problemas burocráticos una visa norteamericana de refugiado político, tampoco cambiará. Para comprobarlo, basta conversar con él y mirarlo fijo a los ojos.
luicino2004@yahoo.com
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