Arroyo Naranjo, La Habana, agosto 6 de 2009 (SDP) Medio siglo bajo una dictadura totalitaria no pasa en vano. Sus secuelas serán un pesado lastre del que aún en ¿democracia? tardaremos en librarnos.
Como tarea priorizada para su supervivencia, el régimen desterró de la sociedad cubana el menor vestigio de apego a los valores democráticos. Tristemente, lo consiguió. Marcados por la intolerancia, la paranoia y la soberbia, los cubanos hoy no podemos discutir ni siquiera sobre pelota.
La disidencia interna tiene entre sus filas a su peor enemigo. No son los agentes infiltrados por la Seguridad del Estado. Ellos siempre estuvieron incluidos en las reglas del juego. Mucho más dañinos que los infiltrados y los provocadores son la intolerancia, el voluntarismo y los métodos de ordeno y mando. Son las taras heredadas del sistema que trasplantamos al terreno de la oposición pro-democracia.
Es lógico que ocurriera. La mayor parte de los líderes opositores y sus seguidores provienen de las filas oficialistas. En algún momento rompieron con el sistema, pero no pudieron romper con sus vicios. No era una tarea fácil, pero ha sobrado tiempo y golpes durante el aprendizaje de la lucha por la libertad para desembarazarse de los contagios del totalitarismo. La triste realidad es que no logramos aprobar la asignatura.
Prueba de ello son las demasiadas asambleas y congresos para aprobar más de lo mismo, las unidades y concertaciones que no son tales, las rebatiñas por el protagonismo, la intolerancia contra la menor divergencia, las acusaciones mutuas, las cartas y declaraciones llenas de descalificaciones, los proyectos que lejos de complementarse, se duplican o simplemente se roban, los amagos de chivatería disfrazada que si no sirven a la policía política, vienen como anillo al dedo a los escribanos de la propaganda oficial…
La largamente aplazada (por consideraciones estratégicas, prudencia o inmadurez) hora de las definiciones toca a la puerta, pero la disidencia interna, más dividida y penetrada por la policía política que nunca antes, está en su peor momento. Lejos de buscar la unidad mínima, convertirse en una verdadera oposición organizada y coherente y plantearse formalmente la toma del poder, se desangra y desacredita en estériles chanchullos y rencillas intestinas.
Ante la prolongada e irreversible crisis del régimen, la disidencia interna, encerrada en un ghetto, incapaz de trasmitir un discurso al pueblo que supere las abstracciones políticas, se revela hasta ahora incapaz de protagonizar el cambio. Y eso crea un vacío muy peligroso. Los rasgos de individualismo, fragmentación e improvisación que hasta ahora permitieron a las organizaciones opositoras capear la represión, se han convertido en boomerangs.
Lo más probable es que cuando la elite gobernante decida iniciar las reformas en serio (más temprano que tarde tendrá que hacerlo), pille desprevenido al movimiento opositor. Incapaces de discutir entre ellos, es poco probable que resulten interlocutores válidos para el régimen. Entonces, para buscar legitimidad, negociará con sus propios reformistas y algunos disidentes de utilería y agentes de penetración.
Es posible que a algún líder opositor, por separado, con halagos a su vanidad y de dientes para afuera, la policía política lo haya contactado en secreto y le haya prometido que lo tendrá en cuenta a la hora de negociar si antes tira sus principios por la borda y hace ciertos favores.
Cuando no dé más, la dictadura pudiera aterrizar suave y transformarse en algo así como el PRI mexicano, que invariablemente gane las elecciones, conserve la honrilla, lo salvable del discurso, los privilegios de la elite gobernante y cierto barniz de socialismo democrático.
La mala noticia para los patéticos incautos que hayan podido caer en la trampa es que el régimen, rencoroso hasta la médula, nunca perdonará a los que una vez le fueron desleales y se le opusieron. En definitiva, para conformar el engendro que pudiera venir si no hallan otra opción, en sus propias filas cuenta con suficientes personajes que por miedo, por conveniencia o por los motivos que sea, siempre fueron fieles a la causa y lo serán incondicionalmente mientras convenga a sus intereses.
Si la oposición interna no crece a la velocidad del resto de la sociedad, nos esperará, agazapada al final del túnel, un circo bananero de demagogos y timadores como parodia de la democracia. Antes que la vida siga su curso y surjan nuevos protagonistas, es buen momento para que los líderes opositores recapaciten. Cuando queden aislados y pierdan definitivamente la autoridad moral y la oportunidad de influir en los cambios, será demasiado tarde.
luicino2004@yahoo.com
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