jueves, 6 de agosto de 2009

LA TRAGEDIA DEL FLAUTÍN, Francisco Chaviano González.


Jaimanitas, La Habana, agosto 6 de 2009 (SDP) Hace algunos meses, la empresa de las panaderías que dan servicio normado a la población, al parecer con el ánimo de confiscar la venta que mantenían los panaderos por la izquierda, comenzaron a producir un pan de flauta de una libra. A este pan le pusieron un precio de 4 pesos, 40 veces más caro que su similar en la época del capitalismo (aproximadamente un tercio del salario diario de hoy). No obstante, comparado con el pan de flauta mayor que se vende en 10 pesos, resultaba más conveniente, pues aquel no le doblaba en talla, como sí en el precio y más. Razón por la cual la población comenzó a preferirlo.

La Empresa de la Flauta Mayor protestó por la competencia triunfadora que realizaban las panaderías normadas, devenidas en Empresa de la Flauta Menor. El gobierno, dueño de las dos empresas, tomó cartas en el asunto y criticó el intento de competencia como una reminiscencia inaceptable del capitalismo. Valoró cual de sus empresas era más eficiente en el abuso, – perdón, quise decir el cobro – y decidió que la Flauta Menor tenía que hacer un pan diferente para eliminar la competencia, a la par de aumentar su eficiencia en el precio. Así surgió el “Flautín”, un pan de textura suave, en forma de barra, al que le rebajaron 80¢ y 140 gramos de peso. Su precio quedó establecido en $3.20.

La falta de vigor en la textura del Flautín, quien no se sostenía erguido en la mano, puso en peligro su nombre, pues algunos le quisieron llamar “el desmayado.” Felizmente, la población terminó aceptándolo, pero pronto comenzó un drama singular: no había fracción en las panaderías para devolver los 80¢ del vuelto y eso sí tenía que discutirse, porque iba a parar al bolsillo del dependiente, quien estaba “escapando” con ello.

Comenzó así el debate público. Los intransigentes con estas nimiedades importantes comenzaron a protestar reclamándole el vuelto al panadero. Estos decían que no era de su responsabilidad garantizar tener cambio. Acometieron entonces contra los administradores y estos, más resbalosos que una anguila, comenzaron a presentar comprobantes de que las agencias bancarias no tenían menudo. La prensa nacional tomó el asunto en sus manos. El periódico Juventud Rebelde fue el primero en publicar algunos artículos que debatieron el tema. Otros medios de la prensa escrita y de la televisión se hicieron eco del importante problema y llamaron a la población a reclamar el vuelto al dependiente.

No faltaron las investigaciones que llegaron hasta la agencia bancaria, – no más – donde comprobaron que escaseaba la moneda fraccionaria. Hubo analistas del tema, intervinieron los inventores y racionalizadores, quienes llegaron a la sabia solución de que si el pan costaba $ 3.20 y tenía 320 gramos, entonces como el gramo costaba un centavo, podía reducirse el pan a 300 g y cobrarlo a 3 pesos. El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, publicó un artículo sobre el tema y la solución de los eruditos. Pocos días después se implantó la solución.

En lo que a mí respecta, todo aquello me pareció tan abyecto que publiqué un trabajo titulado “La punta del Flautín”, donde arremetía contra el artículo de Granma. Me parecía una burla pública la manipulación sobre aquel tema. Por qué tanto lío con el exageradamente caro pan llamado Flautín, en lugar de reclamar que lo rebajen a tres pesos y ya, así de sencillo. Tal rebaja no pasa de la categoría de un pequeño pellizquito, como salvar una migaja de una tamaña mordida.

Tres meses después, silenciosos, sin decir nada a nadie ni dar explicación alguna; la Empresa del Flautín siguiendo orientaciones del gobierno, redujo el peso de este pan en 100 gramos sin alterar su precio de 3 pesos. Nadie ha protestado, no dicen nada los intransigentes ni los sesudos sacan sus cuentas. Mientras, los periodistas oficiales miran para otro lugar.

El Flautín reducido dejó de ser lo que era para convertirse en una chancleta incomible. Tal vez sin proponérselo, los panaderos suman su cuota de protesta traducida en una falta de esmero en su elaboración. Esta es la impronta del comunismo que han dado en llamar revolución. Un abuso es superado por otro mayor, en silencio, sin que nadie proteste. La ira de la población la hacen descargar contra sí misma, azuzándolos para que protesten los unos contra los otros por pequeñeces. Este es el pan nuestro de cada día. Señor, mi Dios, por favor no más.
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