Santa Fe, La Habana, 6 de agosto de 2009, (SDP) En 1911, gracias a la iniciativa de un grupo de norteamericanos e ingleses, se construyó el primer edificio en los terrenos que luego se convirtieron en los repartos Country Club y Bilmore, situados a diez kilómetros del oeste de la capital cubana. Más tarde, grandes industriales y hacendados del país y varios extranjeros se encargaron de su desarrollo espectacular, hasta ser considerados como unos de los más hermosos del continente, con su majestuosa Quinta Avenida, sus fastuosas residencias, su exuberante vegetación y sus costosos centros de recreación junto al mar.
Estas zonas residenciales de la desaparecida aristocracia cubana fueron precisamente las preferidas de la nomenclatura castrista para tener sus hogares, conocidos hoy por los nombres aborígenes Siboney, Atabey y Cubanacán.
Sin embargo, durante décadas, no guardaban ningún misterio, como sí ocurre hoy. Se conocía, con nombres y apellidos, quienes vivían en sus residencias: hombres de negocios por lo general que habían acumulado enormes fortunas con su trabajo, y diplomáticos extranjeros. Su exclusividad y privilegios no molestaban a nadie, ni siquiera por estar rodeados de barrios de indigentes a los que el historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring llamó “contrastes fatalmente inevitables del capitalismo”.
Pero se equivocó el célebre historiador al señalar en su libro Apuntes históricos de La Habana, que la revolución castrista cambió la fisonomía de estos repartos y convirtió los barrios de indigentes de sus alrededores en “barrios risueños”. Hoy, todas sus lujosas residencias e instalaciones sociales son ocupadas por la nueva clase cubana y se desconoce quiénes son los que rodean a los jefes políticos y sus numerosas familias, por lo general, ministros de turno, coroneles, generales y amigos extranjeros. Además, los antiguos barrios de indigentes de sus alrededores han proliferado.
Los clubes de dichos repartos, igual que en el capitalismo, son exclusivos para la nueva clase y hay tanto misterio en la llamada Zona Cero, enclavada en las inmediaciones del pueblo Jaimanitas, donde vive Fidel y Raúl Castro, que la población se pregunta para qué necesitan más de doce kilómetros de terreno, tantas residencias, fábricas personales, vaquerías, unidades militares, un microclima especial, tecnología capitalista de punta y decenas de francotiradores escondidos en sus muchas entradas y salidas.
En los nuevos mapas de La Habana, la Zona O es sólo una mancha verde claro, como si este mundo oculto a las miradas del pueblo no existiera en realidad. Tampoco aparecen los “barrios risueños” de indigentes: El Romerillo, El Callejón de los Perros, La Corbata, El Bajo, Luz Brillante y muchos otros. En ellos viven los cubanos más pobres de La Habana. Son, para vergüenza de la nueva clase, sus vecinos más cercanos.
vlamagre@yahoo.com
Estas zonas residenciales de la desaparecida aristocracia cubana fueron precisamente las preferidas de la nomenclatura castrista para tener sus hogares, conocidos hoy por los nombres aborígenes Siboney, Atabey y Cubanacán.
Sin embargo, durante décadas, no guardaban ningún misterio, como sí ocurre hoy. Se conocía, con nombres y apellidos, quienes vivían en sus residencias: hombres de negocios por lo general que habían acumulado enormes fortunas con su trabajo, y diplomáticos extranjeros. Su exclusividad y privilegios no molestaban a nadie, ni siquiera por estar rodeados de barrios de indigentes a los que el historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring llamó “contrastes fatalmente inevitables del capitalismo”.
Pero se equivocó el célebre historiador al señalar en su libro Apuntes históricos de La Habana, que la revolución castrista cambió la fisonomía de estos repartos y convirtió los barrios de indigentes de sus alrededores en “barrios risueños”. Hoy, todas sus lujosas residencias e instalaciones sociales son ocupadas por la nueva clase cubana y se desconoce quiénes son los que rodean a los jefes políticos y sus numerosas familias, por lo general, ministros de turno, coroneles, generales y amigos extranjeros. Además, los antiguos barrios de indigentes de sus alrededores han proliferado.
Los clubes de dichos repartos, igual que en el capitalismo, son exclusivos para la nueva clase y hay tanto misterio en la llamada Zona Cero, enclavada en las inmediaciones del pueblo Jaimanitas, donde vive Fidel y Raúl Castro, que la población se pregunta para qué necesitan más de doce kilómetros de terreno, tantas residencias, fábricas personales, vaquerías, unidades militares, un microclima especial, tecnología capitalista de punta y decenas de francotiradores escondidos en sus muchas entradas y salidas.
En los nuevos mapas de La Habana, la Zona O es sólo una mancha verde claro, como si este mundo oculto a las miradas del pueblo no existiera en realidad. Tampoco aparecen los “barrios risueños” de indigentes: El Romerillo, El Callejón de los Perros, La Corbata, El Bajo, Luz Brillante y muchos otros. En ellos viven los cubanos más pobres de La Habana. Son, para vergüenza de la nueva clase, sus vecinos más cercanos.
vlamagre@yahoo.com
1 comentario:
SAUCEDO MIAMI.
Al que no quiere caldo, se le dan tres tazas. Mejor aún: Cornudo y luego apaleado.
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