jueves, 4 de junio de 2009

LA QUEMAZÓN, Ramón Díaz-Marzo

En las próximas semanas, iniciaré una investigación sobre el estado mental de los habitantes de la Habana Vieja.

Este plan de trabajo lo ha motivado conversaciones que he tenido con algunos paisanos en lugares públicos como cafeterías, bares de mala muerte, tiendas donde venden artículos alimenticios en moneda nacional, y parques al aire libre.

Estas conversaciones no han sido motivadas por mi cuenta pues generalmente, ante personas que no conozco, me mantengo callado. Entonces estas personas, traídas por los pelos y sin conocerme, me disparan a quemarropa el siguiente comentario:

-¡Porque las gentes se están quemando!

En el argot cubano quemazón significa que te vuelves loco. Por ejemplo, la mayoría de los que ejercemos el periodismo independiente estamos parcialmente quemados, pues ejercer actos de crítica contra la Dictadura supone no estar muy bien de la cabeza. Todo el mundo sabe que la Dictadura no admite críticas porque se piensa perfecta como forma de gobernabilidad.

De modo que cuando he tenido estos encuentros con parroquianos que me dicen que las gentes se están quemando, me he sentido a mis anchas y dispuesto a escuchar sus argumentos. Pues, ¿quién mejor que un quemado para interesarse con el tema de la locura?

El primer episodio me lo ofreció un señor de avanzada edad quien me confesó que antes de cruzar cualquier calle de acera a acera, se prepara como un atleta de campo y pista. Me dijo que antes, cuando no se entrenaba para cruzar una calle, varias veces estuvo a punto de perder la vida porque los choferes cuando lo ven cruzar la calle con pasos tambaleantes, aprietan el acelerador. De este modo, llegó a la conclusión de que los choferes, más que locos, eran asesinos y sostenían una batalla silenciosa con los peatones. Pero este señor también me dijo que había que cuidarse de los bici taxistas. Que el odio en las calles está generalizado porque las gentes no tienen dinero y la poca variedad de alimentos con calidad que existe en el mercado no está al alcance de sus bolsillos. Que no sólo los choferes de vehículos y los bici taxistas apuntaban en su dirección cuando él cruzaba una calle, sino que también los perros de la calle le ladraban a su paso cuando pretendían morderlo y él se defendía a bastonazos. Que era cierto que tal vez su olor era quien atraía a las bestias sobre sí, pero en su casa en muy raras ocasiones entraba el agua y no siempre se podía bañar todos los días y menos que menos lavar la ropa. Sin embargo, me confesó, cuando llueve y todas las personas se refugian en portales y locales, él se sienta en cualquier parque y deja que la lluvia lo lave.

El segundo episodio es el de una mujer con la inconfundible mirada de una loca. Desde que me conoció y supo que yo vivía solo y recibía ayuda del extranjero, comenzó a pintarme un paisaje, un panorama para bobos. Hablo de una loca brillante que a primera, segunda, tercera, y hasta cuarta vista, nadie puede descubrir su estado mental. Durante los últimos años, esta mujer me ha perseguido, como una perseguidora al estilo del tirano Fulgencio Batista, por las calles de la Habana Vieja sin darme una tregua, un respiro, hablándome constantemente del apartamento que el Dr. Eusebio Leal Spengler le dará próximamente y diciéndome que el compañero Fidel Castro Ruz es una bella persona. Entonces no pude más y la envié al carajo. El carajo no tiene traducción a ningún otro idioma. Y en el diccionario de la Real Academia Española significa: “vete para la p…”.

Un tercer episodio es un negro viejísimo pero fuertísimo que de lunes a sábado, bajo el sol de la tarde, baila sin parar desde las doce del día hasta las 5 de la tarde en la acera de una tienda situada en la calle de los Obispos entre Compostela y Habana que vende CDs de música cubana, tambores, timbales, cornetas, clarinetes, violines, guitarras, y equipos de reproducción de música.

Luego llegan una serie de personajes disímiles. Hay un temba blanco que desde hace años, sale a la calle tapándose la nariz y con filtros de plástico inventados por él también se tapa la boca. Desde hace años sostiene que hay una verdadera conspiración de la Secta según la cual, contaminan el aire con el objetivo de acabar con el mundo.

Hay toda una serie de hombres y mujeres que se visten al estilo de siglos pasados y se dejan fotografiar por los turistas a cambio de un “fula”, y barrenderas de los parques y calles que se encuentran bajo la jurisdicción del Dr. Eusebio Leal Spengler que pertenecen, según mis fuentes, a la poderosa contrainteligencia que el Historiador de la Ciudad ha creado para mantener el control.

Haré una salvedad. Hay en todo este lío de la quemazón dos grandes y únicos grupos: los que estamos locos de verdad y nos hacemos pasar por cuerdos, y la de los locos que en realidad son los cuerdos, pero no saben lo muy bien que están de la cabeza.

La lista sobre locas y locos que están y ya no están podría ser interminable. A fin de cuentas, todos los locos padecen de la misma enfermedad de los cuerdos: al final, tenemos que morirnos todos pal`carjo.
ramon597@correodecuba.cu

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