El tiempo del ritmo que debe seguir Cuba en los próximos meses se diseña en las columnas de los diarios, en los círculos académicos y en los gabinetes de los funcionarios. La coreografía se puede ver ya en los documentos que preparan los políticos de la región para sus cumbres de fin de semana. Lo que pasa es que, aunque se anuncian músicas nuevas, los cubanos tienen que seguir en el baile, solos en el salón, con la más fea. Y la más fea es la dictadura.
Es una mala costumbre. Una falta elemental de urbanidad que los totalitarios han trasmitido a los demócratas. Los cubanos no cuentan. Se les organiza la vida, se decide hasta el color y la madera que se utilizará para fabricar sus ataúdes, pero ellos no tienen la oportunidad ni de decir «esta muerte es mía».
El embullo de ahora, la renovada pasión por hablar de cambios y de pasos hacia la democracia en la isla, comenzó con la elección del presidente Barack Obama, y se disparó hace unos días cuando visitó La Habana una delegación del concilio negro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
Los legisladores hicieron lo que está establecido. Siguieron el trillo que el Gobierno impuso a los presidentes latinoamericanos y a los sabios y experimentados enviados de la Unión Europea. Se abrazaron a sus anfitriones, con un temblor extraño y neblina en los ojos. Y se negaron a saludar, a recibir, a darle una señal de buena voluntad a la oposición pacífica.
Así es que José Luis Pérez Antúnez, un hombre que cumplió 17 años de cárcel y ahora hace una jornada de ayuno en favor de los presos políticos, dijo que el viaje de los estadounidenses se puede calificar con dos palabras: «descaro e hipocresía».Antúnez es mestizo y recordó que de los cinco cubanos que hacen el ayuno a favor de la liberación de los prisioneros, cuatro son negros.
Los viajeros entran y salen con sus planes privados. Hablan con los gobernantes y se hacen fotografiar, fascinados y dóciles, con los dirigentes de un país en el que, a pesar de los anuncios de cambio, se produjeron -sólo en el mes de marzo- más de 300 actos represivos, de intimidación y terror, según un informe del Consejo de Relatores de Derechos Humanos.
Los que llevan medio siglo en la sala de baile no necesitan expertos ni maestros de danza. No añoran nuevos músicos. Ni asumen el color de otras cadencias. Quieren que se vaya la orquesta y que se enciendan las luces.
TOMADO DE: EL MUNDO
Es una mala costumbre. Una falta elemental de urbanidad que los totalitarios han trasmitido a los demócratas. Los cubanos no cuentan. Se les organiza la vida, se decide hasta el color y la madera que se utilizará para fabricar sus ataúdes, pero ellos no tienen la oportunidad ni de decir «esta muerte es mía».
El embullo de ahora, la renovada pasión por hablar de cambios y de pasos hacia la democracia en la isla, comenzó con la elección del presidente Barack Obama, y se disparó hace unos días cuando visitó La Habana una delegación del concilio negro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
Los legisladores hicieron lo que está establecido. Siguieron el trillo que el Gobierno impuso a los presidentes latinoamericanos y a los sabios y experimentados enviados de la Unión Europea. Se abrazaron a sus anfitriones, con un temblor extraño y neblina en los ojos. Y se negaron a saludar, a recibir, a darle una señal de buena voluntad a la oposición pacífica.
Así es que José Luis Pérez Antúnez, un hombre que cumplió 17 años de cárcel y ahora hace una jornada de ayuno en favor de los presos políticos, dijo que el viaje de los estadounidenses se puede calificar con dos palabras: «descaro e hipocresía».Antúnez es mestizo y recordó que de los cinco cubanos que hacen el ayuno a favor de la liberación de los prisioneros, cuatro son negros.
Los viajeros entran y salen con sus planes privados. Hablan con los gobernantes y se hacen fotografiar, fascinados y dóciles, con los dirigentes de un país en el que, a pesar de los anuncios de cambio, se produjeron -sólo en el mes de marzo- más de 300 actos represivos, de intimidación y terror, según un informe del Consejo de Relatores de Derechos Humanos.
Los que llevan medio siglo en la sala de baile no necesitan expertos ni maestros de danza. No añoran nuevos músicos. Ni asumen el color de otras cadencias. Quieren que se vaya la orquesta y que se enciendan las luces.
TOMADO DE: EL MUNDO
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