jueves, 16 de abril de 2009

TEATRO AMBULANTE, Frank Correa



Jaimanitas, La Habana, 16 de abril de 2009, (SDP) Pirulo fue hace unos años Representante de Cultura del Consejo Popular del municipio Playa, institución que viene a ser en Cuba algo así como el órgano de gobierno. Siempre estaba ocupado en organizar actividades culturales, que al final se suspendían por falta de presupuesto.

Cada vez que Pirulo “cogía un chance”, abandonaba su puesto de trabajo y se escapaba hasta la Habana Vieja, a reunirse con sus amigos Pulú y El Mapa, que por aquellos tiempos querían fundar un partido político de oposición en la casona desbaratada de Cuba y Amargura. Se enredaban los tres en una tertulia de veinte minutos analizando a la carrera los principales acontecimientos sociales que ocurrían, luego regresaba a toda velocidad para su trabajo en el Consejo Popular.

El pésimo transporte urbano conspiraba contra Pirulo y sus viajes relámpagos. Como siempre andaba sin dinero, se le ocurrió una idea algo malsana: montar en los viejos autos americanos particulares que prestan servicio de taxis y utilizando lo aprendido en la escuela de teatro, evadir el pago del pasaje.

La primera vez que hizo la jugarreta, subió a un viejo Ford americano vestido correctamente, con un portafolio en la mano. Por el camino hasta la Habana Vieja bajaban y subían pasajeros. Pirulo fue estudiando la situación. El trayecto de estos taxis termina frente al Capitolio Nacional, Pirulo se bajó un poco antes.

--¡Aquí... frente al hotel Inglaterra...! –dijo, entonces comenzó la puesta en escena. Fue creando la atmósfera hurgándose los bolsillos con nerviosismo, puso cara de pocos amigos, gruñó. Hizo una extraña mueca de disgusto cuando se revisó los bolsillos de nuevo.

--¿Qué pasa? –preguntó el chofer mirando por el retrovisor.

Pirulo dijo: hay un problema. Inmediatamente hizo bajar a todos los pasajeros del taxi y desmontó el asiento de atrás.

--¿Qué sucede? –volvió a preguntar el chofer.

--¡Me han cartereao’...! –gritó Pirulo con indignación.

Luego miró fijamente al hombre que había viajado a su lado y le dijo:

--Usted perdone... pero tengo que revisarlo.

--¡¿Queeeeeeé…?! –preguntó el hombre asombrado.

--Yo sé que es molesto estar bajo sospecha... --Pirulo se le encimó y puso tono misterioso --pero en la cartera traía documentos secretos del Consejo Popular. Tengo que llamar a la policía.

Al escuchar la palabra policía el chofer se retorció tras el volante. Estaba “boteando” clandestino, además tenía la licencia de conducción suspendida por exceso de multas, si aparecía un policía era un arresto seguro. Le dijo a Pirulo que se olvidara del pago.

El auto se alejó velozmente por el Paseo del Prado y Pirulo degustó la exquisitez de su falacia, ¿pero qué cosa no lo era en este país? Hasta el propio Consejo Popular era un embuste bien grande.

Decidió entonces reunirse con sus amigos Pulú y El Mapa todos los días, gracias al arte de la dramática. Como miembro del “gobierno” debía tomar iniciativas propias y buscar soluciones a los problemas del transporte, como ésta del teatro ambulante en los viejos taxis americanos. Montaba tranquilamente, pedía que lo dejaran frente al hotel Inglaterra, exactamente frente a la acera del Louvre y allí comenzaba la obra. Shakespeare, Stanislasky, Tirso de Molina… Fingía presión alta. Principios de infarto. Se abalanzaba sobre los otros pasajeros para registrarlos. Llamaba descaradamente a los policías y los ponía a trabajar en el caso.

En aquella época viajó mucho hasta la Habana Vieja y sostuvo una comunicación magnífica con Pulú y El Mapa, pero la policía política malogró la idea del partido opositor, al condenarlos a cuatro años en el Combinado del Este bajo la acusación de peligrosidad.

También los choferes de taxis americanos penaron a Pirulo, ninguno más lo montó en su auto. Ha pasado el tiempo y ya no pertenece al Consejo Popular. Hoy tiene dinero para pagar taxis, pero su cara no se le olvida a ningún chofer. Les hace señas con el dinero en la mano y ninguno le para.
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