jueves, 23 de abril de 2009

EL EXAMEN DE HISTORIA, Rogelio Fabio Hurtado



Marianao, La Habana, 23 de abril de 2009, (SDP) Como lo prueba la historia, el totalitarismo es tan vulnerable como el resto de las dictaduras que lo precedieron, tanto en países subdesarrollados como en potencias de primer orden.

La concentración de la propiedad en manos del régimen, que al principio parece garantizarles la dominación de la sociedad a la que avasallan, va convirtiéndose paulatinamente en su debilidad mortal, de la que no consiguen librarse. Supeditan la actividad económica a sus intereses políticos. Así, se apoderan de la propiedad rural, pero se convierten en poseedores de grandes extensiones de tierra baldía, que se inunda de marabú o se torna productivamente estéril.

Ser los dueños de todo los convierte en los magnates de la miseria, culpables de todas las carencias crónicas que arruinan las vidas de los ciudadanos. Extirpan la creatividad espontánea de la gente, para imponerles la monótona y férrea disciplina, porque su objetivo no es hacer felices a los ciudadanos sino obedientes y conformistas. “Un paso al frente y dos o tres atrás, pero siempre aplaudiendo” para la dicha eterna de los héroes vitalicios.

Sin embargo, el fracaso económico del mal llamado sistema socialista encuentra en Cuba una solución inusitada debido al determinismo geográfico: la cercanía al Gran Enemigo se convierte en una solución. ¡Que se vayan! y nos dejen el campo (y las casas) para repartírselas a nuestros humildes fieles. Esto al principio es tremendo negocio, pero con los años, van echándose de menos los recursos porque el Nuevo Orden no genera riqueza material palpable, sino decretos.
Llegado a cierto punto, es preciso salir a buscar algunos capitalistas foráneos dispuestos a buscarse unos billetes sin meterse en política. Los inesperados señores feudales entran en la jugada sin vacilaciones, para eso son aventureros. Además, si después no le huele bien, pueden echar para atrás la cosa con sólo defenestrar al funcionario indigno que la gestionó.
Sin embargo, tampoco estas maniobras conservan la misma eficacia, van desgastándose, como ardides que son. En este momento estamos presenciando las operaciones para neutralizar la situación causada por el inesperado ascenso al poder del Sr. Presidente Obama. Por un lado, se patentiza la disposición a conversar en plano de igualdad y respeto, lo cual es inobjetable; por otro, cuando uno de los congresistas negros expresa la conveniencia de que el gobierno cubano también ayude a la normalización, se reitera el rechazo a modificar absolutamente nada en el (Des) orden vigente, para que ni siquiera los más ilusos podamos albergar la menor esperanza. Cualquier relajamiento tendrá que venir de Washington sin contar con la reciprocidad habanera.
Después de todo, han sido los debiluchos demócratas las víctimas favoritas de la osadía política criolla, como recordarán Johnson (Camarioca, 1965), Carter (Mariel, 1980) y Clinton (Guantánamo, 1994). El hecho de que el nuevo hombre sea mulato no significará prácticamente nada. Los Comandantes conocen muy bien los complejos de culpa que lastran a estos sentimentales y, además, cuentan con una astucia de campesinos léperos que los liberales norteamericanos no pueden ni imaginar. Por muchas computadoras y satélites que tengan, nunca sabrán donde el jején puso el huevo. Mientras ellos dan por sentada la universalidad de sus valores y normas de conducta política, los Iluminados le contarán el cuento de la buena pipa y no dejarán de hacerles entre risas, el odio.
Lo peor es que el Presidente Obama no tiene otra opción luego de 8 años de obtusa agresividad retórica de los republicanos. El Cambio, en todos los terrenos, implica riesgos y demanda coraje para emprenderlo y lucidez para adentrarse en los nuevos caminos. Modificar la política respecto a Cuba, hasta aquí esencialmente invariable desde hace casi 50 años, implica revisar tanto los medios como los fines. Significa orientarla más allá de los cayos de La Florida, hacia La Habana, donde será preciso ganar para ella tanto a los disidentes como a los coincidentes con el régimen.

Efectivamente, los opositores del llamado Exilio Histórico temen que con el cese de la hostilidad, el régimen simplemente salga fortalecido para seguir en su contumaz ejercicio totalitario, de espaldas a cualquier límite. Esto puede suceder, es el resultado ideal para la invicta gerontocracia.

Esas generaciones republicanas derrotadas se jugaron todo a la carta del Gran Vecino, con cuyo apoyo contaron para vencer al Comunismo. No fue así y las secuelas de esa derrota, que aún se niegan a admitir, se han prolongado por inercia hasta nuestros días.

La llamada Generación del Centenario, parcialmente unida bajo el mando único del Comandante, también pretende perpetuar esa victoria hasta siempre.

Entre ambas, han ido creciendo otras generaciones, incluso más jóvenes que la Y de mi amiga Yoani Sánchez, que no han sido protagonistas de aquellas batallas y no se sienten ni plenas ni derrotadas, sino sencillamente ajenas, ávidas de vivir sus propias vidas y de gestar sus propias leyendas. De ellas y de ellos es el porvenir. No insistamos en obstaculizarles el camino con nuestras aberraciones y rencores. La Historia definitivamente está borrando al Siglo XX de la pizarra.
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