Santos Suárez, La Habana, abril 16 de 2009 (SDP) OLVIDAR es el mensaje que la obra HUEVOS lanza en el año 2009 a los cubanos que se vieron enrolados y arrastrados a los “mítines de repudio”,que instigó el Gobierno Revolucionario en 1980 contra aquellos que decidieron abandonar el país.
Están representados todos los que participaron activamente o de forma pasiva. Incluso los autores intelectuales, aunque sin rostros, se ven representados en los capuchones rojos, exacerbando el odio entre compañeros, vecinos, amigos, condiscípulos.
También circunscrito a la sagrada familia, el Ku Kux Klan de nuevo tipo, el de las brigadas de respuesta rápida, no tiene parangón. Pero somos cubanos y la moraleja de la obra es OLVIDAR.
Es una necesidad psicológica y social tratar el asunto de la violencia oficial. Merece hacer un alto y en síntesis apretada ver por dentro Huevos. Es la obra de Mefisto Teatro escrita por Ulises Rodríguez Febles, dirigida por Tony Díaz y con música de Jomary Echevarría, estrenada esta primavera en la Sala Llauradó de La Habana.
La historia oficial de la violencia “justificada” la cuenta el revolucionario Eugenio, pero el subconsciente le ofrece una mala pasada. Explica que siempre estuvo en contra de que se reprimiera a los niños. La presión de la universidad, el núcleo del Partido Comunista (PCC) lo forzaron, aunque estuvo convencido que “abandonar la Patria es traición”. Al ser destacado en los mítines de repudio, los de los capuchones rojos lo premian y resuelve su problema de vivienda con el hogar de Elena, Oscar y Oscarito.
El niño Oscarito fue repudiado en la escuela por su condiscípula, la niña-pionera Margarita, que leyó una proclama contra los traidores. No estaba en su ánimo pero actuó. El regreso de Oscarito al barrio provoca que se desaten las pasiones. Al principio, cada cual se atrinchera en “razones” donde se cultivan en primera plana la bajeza y la revancha. Sin embargo, se va despejando el entorno afectivo, los valores humanos y, al final, la sabiduría del perdón y del amor al prójimo triunfa.
En esta compleja problemática, Rodríguez Febles engarza la retrospectiva del momento más bochornoso de la revolución con el regreso de los que se fueron. Se enfrentan las mismas personas pero el tiempo, el inexorable tiempo, ha pasado. La memoria, también inexorable, sigue presente y recuerda lo que nadie, ni el “convencido revolucionario” Eugenio, quiere recordar.
Oscarito regresa literalmente machete en mano, a pedir cuentas. Su divisa es la revancha. Lo acompaña una canasta de huevos que coloca en el portal de su “verdugo” Eugenio. Al parecer es inofensiva, sin embargo exacerba los ánimos. Eugenio, con ganas de comerse los huevos, que sólo se encuentran en la red estatal de tiendas en divisas, no renuncia a sus principios, su convicción es superior a su hambre.
Oscarito, con miedo, llama a su abuela Pastora, ésta no reconoce su voz. Una frase familiar lo delata: raspadura de leche con almendra. A partir de esta fusión se reconstruye el diálogo.
Pastora prohíbe que se hable de Oscar. Su hijo la abandonó, la dejó sola. Nunca leyó sus cartas. No quiere nada que sea de los yankis, rechaza una lámpara para los apagones que le envía Oscar, no quiere langosta ni cerveza Cristal si es comprada con dinero capitalista. Ondea el abanico con la bandera cubana y acusa a los países del campo comunista de pendejos por habernos fallado. Dice que la estrella roja aún nos persigue.
Pastora reprocha a Oscarito por la acción contra Eugenio y lo une a Margarita, la joven comunista a quien la maldita memoria le recordaba la proclama de gusano y traidor que leyó. La otrora niña-pionera hoy en la universidad, trata de decir que sólo tenía once años y no quería. Oscarito, impertérrito, no cede. Sólo cede, con una mezcla de tristeza y culpabilidad, cuando ella, en un golpe bajo, le recuerda que él estuvo presente en el mitin de repudio contra Pedro para despojarlo de su condición de pionero.
Los padres de Margarita (Alicia y José), entraron en una dicotomía. El padre quiso que la niña cumpliera con la misión patriótica de leer la proclama y la madre que no. Sale a relucir el hermano y un amigo de su esposa que fueron alzados en el Escambray. José los llama bandidos, Alicia le aclara que nunca robaron. ¿Por qué bandidos?
Oscar, ingeniero, militante del Partido Comunista, profesor de Marxismo en la universidad y casado con Elena, de la clase media, admite que condenó a los gusanos pero lo obligaron exilarse, decidió por la familia y tiró el carnet del Partido. Elena recordó cuando su familia no aceptaba sus relaciones porque él era pobre, sin embargo en ella primó sobre todas las cosas el amor. Elena hace presente que al principio de la revolución se hicieron algunas cosas buenas.
Onelio, otro nieto de Pastora que criticó los mítines de repudio, le explica a la abuela que él siempre tiene problemas porque lo plantea todo, pero que hoy es el momento de reconciliarse. Antes no estuvo con los mítines de repudio y hoy no acepta la revancha de su primo del alma. Su familia está dividida y en las buenas y en las malas, la familia es la familia. Reprocha a la abuela no leer las cartas de su tío y Pastora lo sorprende y admite que leyó las cartas.
La obra comienza con un documental del éxodo. Capta las turbas gritando, humillando y golpeando a todo aquel que osara presentarse para escapar de la revolución hacia USA vía Mariel. La catarsis de violencia registrada en la primavera de 1980, el Gobierno la desató después de la muerte de un custodio de la embajada del Perú. Una calavera está presente en toda la obra, que finaliza con una canción cuyo estribillo es: “… así es la vida aunque pensemos diferentes somos cubanos, somos hermanos…”
Sin embargo, desgraciadamente los hechos de 1980 se repiten. Hoy es más cínico porque el poder legislativo estructuró una organización para reprimir “legalmente” a militantes pro democracia, periodistas no oficiales y a todo el que critique al Gobierno. Ahora los capuchones rojos tienen rostros. Las célebres Brigadas de Respuesta Rápida fueron fundadas expeditamente en 1990 por la Asamblea Nacional. Aún están vigentes.
cubano2000cisd@yahoo.es
Están representados todos los que participaron activamente o de forma pasiva. Incluso los autores intelectuales, aunque sin rostros, se ven representados en los capuchones rojos, exacerbando el odio entre compañeros, vecinos, amigos, condiscípulos.
También circunscrito a la sagrada familia, el Ku Kux Klan de nuevo tipo, el de las brigadas de respuesta rápida, no tiene parangón. Pero somos cubanos y la moraleja de la obra es OLVIDAR.
Es una necesidad psicológica y social tratar el asunto de la violencia oficial. Merece hacer un alto y en síntesis apretada ver por dentro Huevos. Es la obra de Mefisto Teatro escrita por Ulises Rodríguez Febles, dirigida por Tony Díaz y con música de Jomary Echevarría, estrenada esta primavera en la Sala Llauradó de La Habana.
La historia oficial de la violencia “justificada” la cuenta el revolucionario Eugenio, pero el subconsciente le ofrece una mala pasada. Explica que siempre estuvo en contra de que se reprimiera a los niños. La presión de la universidad, el núcleo del Partido Comunista (PCC) lo forzaron, aunque estuvo convencido que “abandonar la Patria es traición”. Al ser destacado en los mítines de repudio, los de los capuchones rojos lo premian y resuelve su problema de vivienda con el hogar de Elena, Oscar y Oscarito.
El niño Oscarito fue repudiado en la escuela por su condiscípula, la niña-pionera Margarita, que leyó una proclama contra los traidores. No estaba en su ánimo pero actuó. El regreso de Oscarito al barrio provoca que se desaten las pasiones. Al principio, cada cual se atrinchera en “razones” donde se cultivan en primera plana la bajeza y la revancha. Sin embargo, se va despejando el entorno afectivo, los valores humanos y, al final, la sabiduría del perdón y del amor al prójimo triunfa.
En esta compleja problemática, Rodríguez Febles engarza la retrospectiva del momento más bochornoso de la revolución con el regreso de los que se fueron. Se enfrentan las mismas personas pero el tiempo, el inexorable tiempo, ha pasado. La memoria, también inexorable, sigue presente y recuerda lo que nadie, ni el “convencido revolucionario” Eugenio, quiere recordar.
Oscarito regresa literalmente machete en mano, a pedir cuentas. Su divisa es la revancha. Lo acompaña una canasta de huevos que coloca en el portal de su “verdugo” Eugenio. Al parecer es inofensiva, sin embargo exacerba los ánimos. Eugenio, con ganas de comerse los huevos, que sólo se encuentran en la red estatal de tiendas en divisas, no renuncia a sus principios, su convicción es superior a su hambre.
Oscarito, con miedo, llama a su abuela Pastora, ésta no reconoce su voz. Una frase familiar lo delata: raspadura de leche con almendra. A partir de esta fusión se reconstruye el diálogo.
Pastora prohíbe que se hable de Oscar. Su hijo la abandonó, la dejó sola. Nunca leyó sus cartas. No quiere nada que sea de los yankis, rechaza una lámpara para los apagones que le envía Oscar, no quiere langosta ni cerveza Cristal si es comprada con dinero capitalista. Ondea el abanico con la bandera cubana y acusa a los países del campo comunista de pendejos por habernos fallado. Dice que la estrella roja aún nos persigue.
Pastora reprocha a Oscarito por la acción contra Eugenio y lo une a Margarita, la joven comunista a quien la maldita memoria le recordaba la proclama de gusano y traidor que leyó. La otrora niña-pionera hoy en la universidad, trata de decir que sólo tenía once años y no quería. Oscarito, impertérrito, no cede. Sólo cede, con una mezcla de tristeza y culpabilidad, cuando ella, en un golpe bajo, le recuerda que él estuvo presente en el mitin de repudio contra Pedro para despojarlo de su condición de pionero.
Los padres de Margarita (Alicia y José), entraron en una dicotomía. El padre quiso que la niña cumpliera con la misión patriótica de leer la proclama y la madre que no. Sale a relucir el hermano y un amigo de su esposa que fueron alzados en el Escambray. José los llama bandidos, Alicia le aclara que nunca robaron. ¿Por qué bandidos?
Oscar, ingeniero, militante del Partido Comunista, profesor de Marxismo en la universidad y casado con Elena, de la clase media, admite que condenó a los gusanos pero lo obligaron exilarse, decidió por la familia y tiró el carnet del Partido. Elena recordó cuando su familia no aceptaba sus relaciones porque él era pobre, sin embargo en ella primó sobre todas las cosas el amor. Elena hace presente que al principio de la revolución se hicieron algunas cosas buenas.
Onelio, otro nieto de Pastora que criticó los mítines de repudio, le explica a la abuela que él siempre tiene problemas porque lo plantea todo, pero que hoy es el momento de reconciliarse. Antes no estuvo con los mítines de repudio y hoy no acepta la revancha de su primo del alma. Su familia está dividida y en las buenas y en las malas, la familia es la familia. Reprocha a la abuela no leer las cartas de su tío y Pastora lo sorprende y admite que leyó las cartas.
La obra comienza con un documental del éxodo. Capta las turbas gritando, humillando y golpeando a todo aquel que osara presentarse para escapar de la revolución hacia USA vía Mariel. La catarsis de violencia registrada en la primavera de 1980, el Gobierno la desató después de la muerte de un custodio de la embajada del Perú. Una calavera está presente en toda la obra, que finaliza con una canción cuyo estribillo es: “… así es la vida aunque pensemos diferentes somos cubanos, somos hermanos…”
Sin embargo, desgraciadamente los hechos de 1980 se repiten. Hoy es más cínico porque el poder legislativo estructuró una organización para reprimir “legalmente” a militantes pro democracia, periodistas no oficiales y a todo el que critique al Gobierno. Ahora los capuchones rojos tienen rostros. Las célebres Brigadas de Respuesta Rápida fueron fundadas expeditamente en 1990 por la Asamblea Nacional. Aún están vigentes.
cubano2000cisd@yahoo.es
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