Playa, La Habana, 16 de abril de 2009, (SDP) Del 5 al 12 de abril, entre los Domingos de Ramos y de Resurrección, todos los pueblos católicos del mundo celebraron la Semana Santa. Los cubanos también la conmemoraron bajo las condiciones y peculiaridades propias del totalitarismo en que viven desde hace medio siglo.
La Semana Santa, entre otras bondades, constituye un elemento de identificación continental promotor del acercamiento entre los países de esta región llamada Latinoamérica que, a diferencia de lo que muchos creen, tienen más elementos de diferenciación que de similitud, culturalmente hablando.
En la Cuba “pre-totalitaria”, la Semana Santa aportaba un ingrediente cultural sano y provechoso al quehacer nacional. Con la excepción de algún que otro personaje anticlerical, la inmensa mayoría de los cubanos guardaba el Viernes Santo y festejaba el Domingo de Resurrección, no importa que fuera o no católico practicante.
El día que anunciaba la etapa santa, el Domingo de Ramos, las iglesias se colmaban de público. Para algunos era el único día del año que asistían a misa. La intención más generalizada, aunque existían otras motivaciones de profunda raíz espiritual, consistía en obtener un poco de “guano bendito” (tiras de yarey), con las cuales tejer una cruz que se colocaba detrás de la puerta para conjurar el mal de ojo y a los espíritus dañinos y/o burlones. Otras veces se colgaba dicha cruz tejida del cuadro del corazón de Jesús que presidía la sala del hogar.
El viernes santo, día de la muerte de Jesús en la cruz, sin ser feriado como en muchos otros países latinoamericanos, la mayoría de los centros laborales recesaba. Los bares y cantinas permanecían con sus victrolas apagadas y ocasionalmente tapadas con un velo. La asistencia de los alumnos a las escuelas públicas era notablemente menor mientras que el alumnado de las escuelas católicas disfrutaba de vacaciones, las cuales solía disfrutar en la playa, bien alejados de los ritos y preceptos litúrgicos.
El Domingo de Resurrección, culmen de la semana santa y fiesta cimera de la fe cristiana y católica, las calles, bares, cines, parques y otros sitios de esparcimiento, se alegraban con la energía acumulada durante toda una semana de recogimiento y abstención, ya fueran estas limitaciones voluntarias o impuestas por la tradición.
Nada de malo había en esta costumbre y si mucho de beneficio y utilidad social en tanto promovía la amistad y el amor mediante un encuentro del individuo consigo mismo y con los demás; algo tan necesario en estos tiempos modernos donde el hombre suele auto desprenderse de su coraza humana para andar a merced de las bajas pasiones y de los instintos nocivos.
Todos los pueblos deben tener un día o mejor aún, una etapa, donde el llamado sea a la reflexión y al cultivo de los sentimientos piadosos. Los cubanos tenían tal ocasión en la Semana Santa, en medio de los vientos del sur o de cuaresma que sacaban al hombre del egoísta recogimiento del invierno y lo iban familiarizando con la etapa de extraversión veraniega.
Pero llegó la revolución y con ella su Comandante, quien mandó a parar muchas cosas entre las cuales, y como algo de primer orden, se encontraba la Semana Santa.
Hoy, siempre que se le pida el permiso pertinente a las autoridades lugareñas, se puede organizar una procesión en los alrededores del templo católico. La alta jerarquía eclesial puede realizar una procesión central de mayor envergadura previo acuerdo con las autoridades políticas al amparo de relaciones amistosas y de “colaboración” entre iglesia-estado.
La televisión transmitió el viernes santo a las 10 de la noche y por el canal de menor tele audiencia, la procesión que tuvo lugar en el Vaticano.
De la Semana Santa sólo queda el recuerdo en una cuarta parte de la población nacida antes de 1959. El 75 % de los cubanos de hoy, por haber nacido bajo el ateismo inducido y bajo una prédica materialista y anticlerical sustentada por el gobierno totalitario, no conoce apenas los fundamentos de la etapa religiosa en cuestión. Sólo una minoría compuesta por católicos practicantes conserva la costumbre que sólo se expresa y manifiesta en el interior de los templos.
Esa minoría practicante ha logrado transmitir algo de la tradición a los hijos y nietos. De tal fermento, de tal semilla, han de surgir y desarrollarse las premisas de una nueva manifestación de la Semana Santa. Algo distinta en su ajuste a los nuevos tiempos pero conservando siempre la nota amorosa y reflexiva tan necesaria en la Cuba por venir.
osmariogon@yahoo.com
La Semana Santa, entre otras bondades, constituye un elemento de identificación continental promotor del acercamiento entre los países de esta región llamada Latinoamérica que, a diferencia de lo que muchos creen, tienen más elementos de diferenciación que de similitud, culturalmente hablando.
En la Cuba “pre-totalitaria”, la Semana Santa aportaba un ingrediente cultural sano y provechoso al quehacer nacional. Con la excepción de algún que otro personaje anticlerical, la inmensa mayoría de los cubanos guardaba el Viernes Santo y festejaba el Domingo de Resurrección, no importa que fuera o no católico practicante.
El día que anunciaba la etapa santa, el Domingo de Ramos, las iglesias se colmaban de público. Para algunos era el único día del año que asistían a misa. La intención más generalizada, aunque existían otras motivaciones de profunda raíz espiritual, consistía en obtener un poco de “guano bendito” (tiras de yarey), con las cuales tejer una cruz que se colocaba detrás de la puerta para conjurar el mal de ojo y a los espíritus dañinos y/o burlones. Otras veces se colgaba dicha cruz tejida del cuadro del corazón de Jesús que presidía la sala del hogar.
El viernes santo, día de la muerte de Jesús en la cruz, sin ser feriado como en muchos otros países latinoamericanos, la mayoría de los centros laborales recesaba. Los bares y cantinas permanecían con sus victrolas apagadas y ocasionalmente tapadas con un velo. La asistencia de los alumnos a las escuelas públicas era notablemente menor mientras que el alumnado de las escuelas católicas disfrutaba de vacaciones, las cuales solía disfrutar en la playa, bien alejados de los ritos y preceptos litúrgicos.
El Domingo de Resurrección, culmen de la semana santa y fiesta cimera de la fe cristiana y católica, las calles, bares, cines, parques y otros sitios de esparcimiento, se alegraban con la energía acumulada durante toda una semana de recogimiento y abstención, ya fueran estas limitaciones voluntarias o impuestas por la tradición.
Nada de malo había en esta costumbre y si mucho de beneficio y utilidad social en tanto promovía la amistad y el amor mediante un encuentro del individuo consigo mismo y con los demás; algo tan necesario en estos tiempos modernos donde el hombre suele auto desprenderse de su coraza humana para andar a merced de las bajas pasiones y de los instintos nocivos.
Todos los pueblos deben tener un día o mejor aún, una etapa, donde el llamado sea a la reflexión y al cultivo de los sentimientos piadosos. Los cubanos tenían tal ocasión en la Semana Santa, en medio de los vientos del sur o de cuaresma que sacaban al hombre del egoísta recogimiento del invierno y lo iban familiarizando con la etapa de extraversión veraniega.
Pero llegó la revolución y con ella su Comandante, quien mandó a parar muchas cosas entre las cuales, y como algo de primer orden, se encontraba la Semana Santa.
Hoy, siempre que se le pida el permiso pertinente a las autoridades lugareñas, se puede organizar una procesión en los alrededores del templo católico. La alta jerarquía eclesial puede realizar una procesión central de mayor envergadura previo acuerdo con las autoridades políticas al amparo de relaciones amistosas y de “colaboración” entre iglesia-estado.
La televisión transmitió el viernes santo a las 10 de la noche y por el canal de menor tele audiencia, la procesión que tuvo lugar en el Vaticano.
De la Semana Santa sólo queda el recuerdo en una cuarta parte de la población nacida antes de 1959. El 75 % de los cubanos de hoy, por haber nacido bajo el ateismo inducido y bajo una prédica materialista y anticlerical sustentada por el gobierno totalitario, no conoce apenas los fundamentos de la etapa religiosa en cuestión. Sólo una minoría compuesta por católicos practicantes conserva la costumbre que sólo se expresa y manifiesta en el interior de los templos.
Esa minoría practicante ha logrado transmitir algo de la tradición a los hijos y nietos. De tal fermento, de tal semilla, han de surgir y desarrollarse las premisas de una nueva manifestación de la Semana Santa. Algo distinta en su ajuste a los nuevos tiempos pero conservando siempre la nota amorosa y reflexiva tan necesaria en la Cuba por venir.
osmariogon@yahoo.com
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