Santos Suárez, La Habana, 23 de abril de 2009, (SDP) Nicolás Bernardo de Maquiavelo nació en Florencia el 3 de Mayo de 1469. Quizás con el transcurso de los de los siglos nadie se acordaría de este singular italiano a no ser que por buscar distracción a sus desgracias, se dedicara a escribir la obra qué mas controversia ha generado desde que se publicó en 1513, en pleno Renacimiento. Me refiero a “El Príncipe.”
Maquiavélico y maquiavelismo son términos que se emplean en todo el orbe y también en Cuba para designar la actitud de un individuo inescrupuloso y ambicioso que observando las debilidades humanas, tiene destreza para aprovecharse de ellas y mediante toda una serie de intrigas, termina por conseguir fama y poder.
En una sociedad como aquella en que los escrúpulos eran la más grave imprudencia, donde el ardid, la emboscada, la felonía, apuñalear o envenenar eran recursos ordinarios, donde las riquezas acumuladas habían terminado por descartar las buenas costumbres y caer en la indolencia, la voluptuosidad y la molicie, este hombre con su ensayo El Príncipe, logró sublimar las pasiones de apologistas y detractores hasta tal punto que hoy en día muchos se preguntan qué quiso decir Maquiavelo en realidad.
El Príncipe está tan lleno de contradicciones como a veces la propia Biblia “parece” estarlo. Para aquellos Judeo-Cristianos que se escandalicen con esta afirmación, ahí les van estos ejemplos:
-“El hombre justo jamás sufrirá ningún mal, pero el malvado recibirá todos los males juntos”. (Proverbios 12-21).
–“Y así se da en este mundo, el caso sin sentido de hombres buenos que sufren como si fueran malos y de hombres malos que gozan como si fueran buenos”. (Eclesiastés 8-14).
Volvamos a El Príncipe. En el capítulo XIX aclara Maquiavelo que “un Príncipe debe evitar siempre el odio y el desprecio de sus súbditos y que el amor del pueblo vale más que las fortalezas “. Pero en el capítulo V dice lo contrario: “Porque en verdad el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla, quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella”.
De estas evidentes contradicciones está lleno el Principe.Esta otra del capítulo XVIII merece citarse: “Nunca faltará a un Príncipe razones para disfrazar los compromisos contraídos. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de promesas vueltas inútiles por la infidelidad de los Príncipes, pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y disimular, los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.”
Este último pensamiento de Maquiavelo escrito en 1503 me recuerda este otro de nuestro Félix Varela de 1824: “Los que ya otra vez he llamado traficantes de patriotismo tienen tanta práctica en expender su mercancía que por más defectuosa que sea, consiguen su venta con gran ganancia, porque siempre hay compradores incautos.”
¿Era acaso nuestro Varela también maquiavélico? ¿O estos dos hombres a una distancia de 311 años nos estaban advirtiendo de algo que no parece cambiar con el transcurso de los siglos, algo que aplicaría por toda la eternidad, lo mismo en el siglo XVI, el XIX o en este que ya corre?
A mi modo de razonar, la Biblia no es contradictoria aunque lo parece y El Príncipe tampoco lo es, aunque también lo parece. Si cité ejemplos de la Biblia y de El Príncipe fue para demostrar que lo aparentemente contradictorio es una realidad que casi siempre pasa desapercibida; esta realidad es que “ambas cosas ocurren”. Hay justos que no sufren ningún mal pero hay justos que sí lo sufren. Hay malvados que gozan de la vida y hay malvados que son condenados.
Si la palabra maquiavélico ha pasado a la historia como un término para designar a un individuo ambicioso y sin escrúpulos es porque este florentino que vivió en el ya lejano siglo XVI los describió como nunca antes lo habían hecho, ni siquiera los filósofos de la antigüedad.
Los detractores han visto en El Príncipe “un manual para futuros dictadores”, los apologistas “un alerta para reconocer a esos posibles dictadores”, tal como lo hizo Varela tres siglos después en su ensayo “Máscaras políticas”.
En la Iglesia de la Santa Croce, en Florencia, hay un monumento situado al lado de otros ilustres florentinos como Galileo y Miguel Ángel. Lleva el siguiente epitafio:
Ningún elogio podría expresar
La grandeza de este nombre
Nicolás Maquiavelo. Murió en 1527.
primaveradigital@gmail.com
Maquiavélico y maquiavelismo son términos que se emplean en todo el orbe y también en Cuba para designar la actitud de un individuo inescrupuloso y ambicioso que observando las debilidades humanas, tiene destreza para aprovecharse de ellas y mediante toda una serie de intrigas, termina por conseguir fama y poder.
En una sociedad como aquella en que los escrúpulos eran la más grave imprudencia, donde el ardid, la emboscada, la felonía, apuñalear o envenenar eran recursos ordinarios, donde las riquezas acumuladas habían terminado por descartar las buenas costumbres y caer en la indolencia, la voluptuosidad y la molicie, este hombre con su ensayo El Príncipe, logró sublimar las pasiones de apologistas y detractores hasta tal punto que hoy en día muchos se preguntan qué quiso decir Maquiavelo en realidad.
El Príncipe está tan lleno de contradicciones como a veces la propia Biblia “parece” estarlo. Para aquellos Judeo-Cristianos que se escandalicen con esta afirmación, ahí les van estos ejemplos:
-“El hombre justo jamás sufrirá ningún mal, pero el malvado recibirá todos los males juntos”. (Proverbios 12-21).
–“Y así se da en este mundo, el caso sin sentido de hombres buenos que sufren como si fueran malos y de hombres malos que gozan como si fueran buenos”. (Eclesiastés 8-14).
Volvamos a El Príncipe. En el capítulo XIX aclara Maquiavelo que “un Príncipe debe evitar siempre el odio y el desprecio de sus súbditos y que el amor del pueblo vale más que las fortalezas “. Pero en el capítulo V dice lo contrario: “Porque en verdad el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla, quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella”.
De estas evidentes contradicciones está lleno el Principe.Esta otra del capítulo XVIII merece citarse: “Nunca faltará a un Príncipe razones para disfrazar los compromisos contraídos. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de promesas vueltas inútiles por la infidelidad de los Príncipes, pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y disimular, los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.”
Este último pensamiento de Maquiavelo escrito en 1503 me recuerda este otro de nuestro Félix Varela de 1824: “Los que ya otra vez he llamado traficantes de patriotismo tienen tanta práctica en expender su mercancía que por más defectuosa que sea, consiguen su venta con gran ganancia, porque siempre hay compradores incautos.”
¿Era acaso nuestro Varela también maquiavélico? ¿O estos dos hombres a una distancia de 311 años nos estaban advirtiendo de algo que no parece cambiar con el transcurso de los siglos, algo que aplicaría por toda la eternidad, lo mismo en el siglo XVI, el XIX o en este que ya corre?
A mi modo de razonar, la Biblia no es contradictoria aunque lo parece y El Príncipe tampoco lo es, aunque también lo parece. Si cité ejemplos de la Biblia y de El Príncipe fue para demostrar que lo aparentemente contradictorio es una realidad que casi siempre pasa desapercibida; esta realidad es que “ambas cosas ocurren”. Hay justos que no sufren ningún mal pero hay justos que sí lo sufren. Hay malvados que gozan de la vida y hay malvados que son condenados.
Si la palabra maquiavélico ha pasado a la historia como un término para designar a un individuo ambicioso y sin escrúpulos es porque este florentino que vivió en el ya lejano siglo XVI los describió como nunca antes lo habían hecho, ni siquiera los filósofos de la antigüedad.
Los detractores han visto en El Príncipe “un manual para futuros dictadores”, los apologistas “un alerta para reconocer a esos posibles dictadores”, tal como lo hizo Varela tres siglos después en su ensayo “Máscaras políticas”.
En la Iglesia de la Santa Croce, en Florencia, hay un monumento situado al lado de otros ilustres florentinos como Galileo y Miguel Ángel. Lleva el siguiente epitafio:
Ningún elogio podría expresar
La grandeza de este nombre
Nicolás Maquiavelo. Murió en 1527.
primaveradigital@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario