Marianao, La Habana, 16 de abril de 2009, (SDP) Tan esperada, ha llegado. El Presidente Obama ha cancelado las restricciones impuestas por Bush a los cubanos residentes en los Estados Unidos para viajar y enviar remesas de ayuda familiar. Se trata del primer gesto cordial de Washington hacia La Habana en mucho tiempo y se espera que sea sólo el peldaño inicial de una escalera que podría culminar en el restablecimiento pleno de relaciones normales entre ambos países, siempre que el régimen totalitario esté dispuesto, también por primera vez en muchas décadas, a coincidir en el empeño, a no ver en ello una maniobra más del pérfido Imperio.
Desde el tiempo de España, las relaciones con el Gran Vecino adquirieron creciente importancia. Los cubanos independentistas los vieron como una opción frente al estancamiento de la arruinada metrópoli.
Martínez Campos creía
Que Cuba iba a ser de España
Y andaba por la montaña
Con tropas y artillería
Y el gran Maceo decía
Vamos gringos pá La Habana
Que a Cuba hago independiente
A fuerza é plomo caliente
Y pólvora americana.
El estudioso Louis A. Pérez ha historiado este proceso en su excelente On Becoming Cubans, que puede leerse como la crónica de una ilusión y del consecuente desengaño: con su intervención en 1898 los norteamericanos adquirieron ventajas económicas que sobrepasaron los fines que declaraba la Resolución Conjunta del Presidente Mc Kinley y pese a sus inversiones públicas estuvieron lejos de mostrarse generosos con los empresarios y pequeños propietarios de tierra cubanos.
No obstante, los americanos conservaron para la mayoría de los criollos la aureola que los distinguía: eran modernos, adelantados y ricos. Trabajar para ellos, en sus compañías, era garantía de los mejores salarios y de ciertas consideraciones, que le hicieron merecer a sus empleados la etiqueta de aristocracia obrera. Compartíamos el deporte nacional, en detrimento del balompié peninsular. Ya en la década del 50, nos preciábamos de ser el país predilecto entre los latinoamericanos. Cuba vivía mirando al Norte y considerándonos sus adelantados y heraldos respecto al resto de América.
Esto no quiere decir que no existiese un sentimiento nacional latente o incluso patente respecto a su predominio. Se repite con frecuencia que la burguesía cubana era entreguista y cipaya, generalizando inopinadamente la actitud y los criterios de una parte de ella, puesto que personalidades como Julio A. Mella, Rubén Martínez Villena , Antonio Guiteras y Raúl Roa también pertenecían a esa clase social, no menos que Fidel Castro, Frank País, Vilma Espín y muchos otros de los protagonistas de la Revolución de 1959, entre cuyos fines, por cierto que no estaba incluida la lucha perpetua contra el Imperialismo yanqui.
Los hechos se desencadenaron velozmente y antes que los tanques pensantes del Potomac pudieran percatarse, ya estaban empinándose los proyectiles soviéticos de alcance medio en los potreros de Pinar del Río. Con audacia conciente e ingenuidad inconsciente, el ML viró el tablero y se la jugó de golpe al zapato de Nikita. La deslumbrante Exposición Rusa instalada en el Palacio de Bellas Artes nos hizo creer que los hermanos soviéticos, con su comunismo internacionalista, iban a suplir ventajosamente a los capitalistas norteamericanos, de quienes nos juramos la enemistad perpetua. Así fue que nos hicimos socialistas,
palante y palante
y al que no le guste
que tome purgante.
Lo segundo fue más invariable que lo primero. Enemigos y todo, ellos siguieron siendo los yankees y los camaradas soviéticos se convirtieron en los Bolos.
Ahora, tanto ellos como nosotros estamos de vuelta de muchas aventuras. Ambos países sabemos la falta que nos hace el otro y ojalá pudiésemos recomenzar como si no hubiese pasado nada. Como tal milagro es imposible, lo mejor será que limpiemos bien los restos del pasado cercano; echemos a la basura las ilusiones de todos los colores ( tipo: los americanos van a llenar el cielo de aviones para bombardear pitusas, o vamos a partirles la siquitrilla etc.) pongamos los mejores intereses del pueblo cubano por encima de utopías ideológicas y ambiciones anacrónicas de trascendencias políticas.
A la hora de los mameyes la realidad concretísima, el bienestar aquí y ahora para todos los cubanos es lo que debe y tiene que prevalecer. Dejemos atrás los desgarramientos que nos desunen y empobrecen. La Reconciliación plena y sin trampas entre todos los cubanos es la verdadera tarea histórica que tenemos por delante.
primaveradigital@gmail.com
Post Scriptum,
Ya escrito este texto, se da a conocer la Reflexión titulada Del Bloqueo no se dijo una palabra que expresa más insatisfacción que regocijo por este alivio de algunas odiosas restricciones. Me asombra que alguien tan versado y conocedor del escenario norteamericano aparentemente no se percate del carácter gradual que debe imponerle la nueva administración al cambio de su política respecto a Cuba.
Desde el tiempo de España, las relaciones con el Gran Vecino adquirieron creciente importancia. Los cubanos independentistas los vieron como una opción frente al estancamiento de la arruinada metrópoli.
Martínez Campos creía
Que Cuba iba a ser de España
Y andaba por la montaña
Con tropas y artillería
Y el gran Maceo decía
Vamos gringos pá La Habana
Que a Cuba hago independiente
A fuerza é plomo caliente
Y pólvora americana.
El estudioso Louis A. Pérez ha historiado este proceso en su excelente On Becoming Cubans, que puede leerse como la crónica de una ilusión y del consecuente desengaño: con su intervención en 1898 los norteamericanos adquirieron ventajas económicas que sobrepasaron los fines que declaraba la Resolución Conjunta del Presidente Mc Kinley y pese a sus inversiones públicas estuvieron lejos de mostrarse generosos con los empresarios y pequeños propietarios de tierra cubanos.
No obstante, los americanos conservaron para la mayoría de los criollos la aureola que los distinguía: eran modernos, adelantados y ricos. Trabajar para ellos, en sus compañías, era garantía de los mejores salarios y de ciertas consideraciones, que le hicieron merecer a sus empleados la etiqueta de aristocracia obrera. Compartíamos el deporte nacional, en detrimento del balompié peninsular. Ya en la década del 50, nos preciábamos de ser el país predilecto entre los latinoamericanos. Cuba vivía mirando al Norte y considerándonos sus adelantados y heraldos respecto al resto de América.
Esto no quiere decir que no existiese un sentimiento nacional latente o incluso patente respecto a su predominio. Se repite con frecuencia que la burguesía cubana era entreguista y cipaya, generalizando inopinadamente la actitud y los criterios de una parte de ella, puesto que personalidades como Julio A. Mella, Rubén Martínez Villena , Antonio Guiteras y Raúl Roa también pertenecían a esa clase social, no menos que Fidel Castro, Frank País, Vilma Espín y muchos otros de los protagonistas de la Revolución de 1959, entre cuyos fines, por cierto que no estaba incluida la lucha perpetua contra el Imperialismo yanqui.
Los hechos se desencadenaron velozmente y antes que los tanques pensantes del Potomac pudieran percatarse, ya estaban empinándose los proyectiles soviéticos de alcance medio en los potreros de Pinar del Río. Con audacia conciente e ingenuidad inconsciente, el ML viró el tablero y se la jugó de golpe al zapato de Nikita. La deslumbrante Exposición Rusa instalada en el Palacio de Bellas Artes nos hizo creer que los hermanos soviéticos, con su comunismo internacionalista, iban a suplir ventajosamente a los capitalistas norteamericanos, de quienes nos juramos la enemistad perpetua. Así fue que nos hicimos socialistas,
palante y palante
y al que no le guste
que tome purgante.
Lo segundo fue más invariable que lo primero. Enemigos y todo, ellos siguieron siendo los yankees y los camaradas soviéticos se convirtieron en los Bolos.
Ahora, tanto ellos como nosotros estamos de vuelta de muchas aventuras. Ambos países sabemos la falta que nos hace el otro y ojalá pudiésemos recomenzar como si no hubiese pasado nada. Como tal milagro es imposible, lo mejor será que limpiemos bien los restos del pasado cercano; echemos a la basura las ilusiones de todos los colores ( tipo: los americanos van a llenar el cielo de aviones para bombardear pitusas, o vamos a partirles la siquitrilla etc.) pongamos los mejores intereses del pueblo cubano por encima de utopías ideológicas y ambiciones anacrónicas de trascendencias políticas.
A la hora de los mameyes la realidad concretísima, el bienestar aquí y ahora para todos los cubanos es lo que debe y tiene que prevalecer. Dejemos atrás los desgarramientos que nos desunen y empobrecen. La Reconciliación plena y sin trampas entre todos los cubanos es la verdadera tarea histórica que tenemos por delante.
primaveradigital@gmail.com
Post Scriptum,
Ya escrito este texto, se da a conocer la Reflexión titulada Del Bloqueo no se dijo una palabra que expresa más insatisfacción que regocijo por este alivio de algunas odiosas restricciones. Me asombra que alguien tan versado y conocedor del escenario norteamericano aparentemente no se percate del carácter gradual que debe imponerle la nueva administración al cambio de su política respecto a Cuba.
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