jueves, 9 de abril de 2009

AQUELLA FERIA SIN CELEBRACIONES, Frank Cosme



Santos Suárez, La Habana, abril 9 de 2009 (SDP) Estamos ya en el siglo XXI, han pasado tan rápido los años que ya casi vencimos la primera década de este siglo.

En Cuba se están celebrando los aniversarios número 50 de numerosas entidades estatales que se fundaron en 1959, año del triunfo de la revolución cubana. Pero lo que parece que no va a celebrarse son los 50 años de la primera exposición de productos cubanos que hubo en este país.

Precisamente en abril de 1959, hace 50 años, la Asociación de Estudiantes de Medicina de La Habana, organizó la exposición sin pretensiones de que fuera la más completa, sin creerse conocedores de la rama industrial, desvinculada de su condición de estudiantes, y con el sólo propósito de cooperar con el gobierno recién instaurado y hacer sentir orgullo a la nación cubana por los productos nacionales.

Aquel grupo de jóvenes, que andarán hoy por los 70 años o más, fue movido por el espíritu nacional que primaba en el año del triunfo revolucionario al organizar por vez primera un evento de este tipo.

Enmarcada en los terrenos de la Universidad de La Habana, la exposición fue visitada no sólo por el público, sino por los innumerables colegios tanto públicos como privados que existían por aquel entonces en esta ciudad.

Los que como el que suscribe pasan ya los 60 años, la visitamos con nuestra escuela. Si no padecemos ese mal que tanto nos achacan a los cubanos y que padece todo el planeta, la desmemoria, recordarán lo orgullosos que nos sentíamos al ver tantas cosas que ignorábamos que se fabricaran en nuestro país: cocinas, radios, tubos de pantalla, planchas eléctricas, grúas, yates, zapatos de calidad, juguetes, carrocerías de ómnibus y camiones…

En el folleto que fue guardado por mi madre, cuya generación tenía la maña de guardar cosas, aparecen innumerables artículos que no se pueden describir aquí por falta de espacio.

Hay algo que siempre me he preguntado, pues durante años trabajé en la industria gráfica cubana y cuando indagaba, nadie sabía responder: ¿Qué fue del papel de bagazo que los cubanos de aquel tiempo lograron convertir en un papel de alta calidad de impresión?

El folleto que dieron en aquella exposición era de este papel. Recuerdo también una libreta colegial cuya marca era Modelo, que decía en el borde superior “papel óptico cubano”, también de este papel de bagazo, que era de un tenue color azul o verde claro.

Por supuesto, algunas de las industrias eran subsidiarias de compañías estadounidenses, inglesas, francesas, etc. Tal como sucede hoy en otros países, el membrete “made in Cuba” era un poco musical, como lo es ahora el “made in China” que tanto vemos.

Pero había industrias típicamente cubanas, tales como las de los refrescos que le hicieron pasar un enorme sofocón a la Coca-Cola “cubana”, que se embotellaba en la moderna fábrica que estaba en Santa Catalina y Palatino.
Los refrescos cubanos como Cawy, Manyú, Piña Lanio, Jupiña, Ironber, Materva, Salutari y uno que se fabricaba en la provincia de Matanzas con el desafortunado nombre comercial de Cuquito pero que era delicioso, obligaron al monstruo mundial del refresco a sacar apresuradamente el slogan: “Coca-Cola, la mayor consumidora de azúcar cubano en el mundo”. No lo dudo, nuestra azúcar “era” la más dulce del orbe, pero hasta ese momento, nunca lo habían dado a conocer.

Hoy, al paso de tantos largos años, cuando veo en alguna añeja puerta de alguna casa la calcomanía que dice “Consuma productos cubanos” (aparecía hasta en los parabrisas de los autos), me produce un cierto sentimiento, mezcla de nostalgia e ironía, al recordar aquel orgullo nacional que teníamos los niños y jóvenes en aquella época. La juventud actual parece más dedicada a asimilar e imitar todo lo extranjero, tal vez precisamente por todo lo que ignora.

Resulta irónico pensar lo que hasta 1959, en sólo 57 años, había logrado el sector privado cubano a pesar del caos político que siempre vivió la nación desde 1902. Cuantas cosas más se hubieran logrado si se hubiera permitido existir a la iniciativa personal de cada uno de los que hoy han dado en llamar “el hombre de a pie” y no a los extranjeros que sí han podido.
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