jueves, 11 de junio de 2009

LA GENERACIÓN JODIDA, Frank Cosme




Santo Suárez, La Habana, junio 11 de 2009 (SDP) Se cuenta que fue Gertrude Stein la que acuñó el término “la generación perdida” al referirse a los jóvenes, específicamente escritores, que sufrieron las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.

Ha pasado un siglo y por cierta analogía me viene a la mente esta otra frase que encabeza el artículo para referirme esta vez a los cubanos que hace 50 años, siendo jóvenes, vieron desaparecer un mundo y transitaron hacia otro completamente distinto.

Esta generación sufrió entre los años 60 y 70 del siglo XX las consecuencias del paso violento de un sistema a otro. Entre años de Servicio Militar Obligatorio, trabajos voluntarios en la agricultura y movilizaciones militares, poco tiempo les quedaba para terminar sus estudios. Hoy el gobierno proclama ante el mundo como una conquista social el que haya más mujeres profesionales que hombres.

Se suma a lo anterior la desaparición de toda una infraestructura social, comercial, gastronómica y de entretenimiento que existían en los barrios de las ciudades y que quedó congelada en la memoria de esta generación como una pérdida más de sus recuerdos de la niñez.

Cines, cafeterías, tiendas, agencias de ventas de autos, fábricas, asociaciones, clubes, puestos de fritas, desaparecieron como por arte de magia. El que haya nacido o transitara por la zona que va desde Agua Dulce hasta La Palma, (por poner un límite y un ejemplo), sabe a lo que me refiero.

Naturalmente, los que emigraron a las ciudades desde los intrincados campos a partir de 1959, paulatinamente primero y después masivamente, no pueden tener memoria histórica de esto, originando una discrepancia de opiniones en esta misma generación.

Estos no han visto tampoco la desaparición de la cordialidad y respeto a la propiedad que había entre vecinos, como cuando se dejaban los veinte centavos en la botella de leche y nadie se los robaba.

Solo la gente de la ciudad, pobres o ricos, han visto con sus propios ojos esta metamorfosis, que se ha quedado congelada en un antes y un después de cómo eran nuestras ciudades. Son los que han visto el deterioro por 50 años de calles, edificios, casas, aceras, etc., por falta de mantenimiento. Han visto como a pesar de leyes existentes y que se siguen debatiendo “interminablemente” en programas de radio y TV “quien las debe hacer cumplir “, este grupo de la población siente que vive en un ambiente de anarquía, donde cada cual hace lo que le da la gana.

Por una calle instalan tuberías por arriba de las aceras, por otra abren canales, ¿Cuántos esguinces, roturas de piernas o partiduras de cabezas ha producido esto?... El desgastado problema de los vecinos que ponen la música para que la oiga el barrio entero. El juego de dominó hasta altas horas bajo un farol público. El vecino que viene con su perrito el cual caga en la puerta de la casa. El otro que te echa escombros si vives en una esquina. El clásico tipo que un domingo a las 6:00 AM toca el claxon y empieza a llamar a gritos como si viviera en el medio del monte. Nada de esto es nuevo. Hace 30 años, un humorista se dedicó a criticar estas cosas en una sección del periódico Juventud Rebelde que se llamó Riflexiones.
Antes de 1959, la Moral y Cívica era una asignatura obligatoria en todas las escuelas que enseñaba todas las reglas de respeto y convivencia en edades tempranas. Por supuesto, también desapareció del panorama.

A los que se han criado en esta anarquía y desconocen otros modos de vida, todo esto les podrá parecer normal. Afortunadamente para ellos, no tienen memoria de lo que es normal y viven felices en medio del caos.

En 1868, Bayamo era la ciudad más culta y rica de las Antillas. Sus propios pobladores la incendiaron. La guerra fracasó. Muchos emigraron. Al paso de los años, aquellos que la conocieron en todo su esplendor murieron y con ellos la memoria. Hoy solo se cuenta de Bayamo la épica que se vivió en esos 10 años de guerra, pero no hay detalles de aquel desarrollo que tuvo esta ciudad ni de los jóvenes que también vieron desaparecer sus recuerdos de la niñez. También fueron otra generación jodida.
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