Playa, La Habana, abril 2 de 2009 (SDP) Los zapateros remendones están agrupados en dos grandes familias no siempre amistosas entre sí: los que devengan un salario del gobierno y suelen trabajar en un taller de reparaciones y los que ejercen por cuenta propia y montan el negocito en el hogar propio o en la casa de otra familia amiga mediante el pago de un alquiler.
Este de hoy en día difiere mucho del que conocimos treinta o cuarenta años atrás, conceptualmente hablando. El actual no se distingue por el martillo y la puntilla sino por el pegamento y la aguja de coser a mano.
Se trata de que los materiales sintéticos y el uso de la goma dejaron atrás las pieles. Con la actual moda de usar zapatillas, son otros los recursos a emplear, lo cual no quiere decir que los materiales tradicionales dejen de utilizarse. Sin embargo, su empleo es mucho menor.
Precisamente son los recursos para ejercer el oficio la mayor dificultad que confrontan los restauradores de calzado pues si bien el gobierno, en teoría, tiene una tienda encargada de vendérselos, en la práctica dicha tienda casi siempre está desabastecida y con los altos precios propios de todo monopolio estatal.
Pero no por eso nuestro personaje detiene la lucha por la subsistencia y así pues, se las agencia para resolver los materiales y utensilios propios del oficio. Ello ha de ser así porque sus hijos no entienden de dificultades ni del embargo económico y cada día demandan tres jornadas alimenticias: desayuno, almuerzo y comida, algo bien difícil de lograr en este país.
La chaveta se palabrea con un mecánico que la construye a partir de un pedazo de segueta desechable. La botella de pegamento a ciento y tantos pesos cubanos resulta más barata que comprándosela al estado a 10 pesos convertibles. Algo similar ocurre con la caja de puntilla de una libra, que se adquiere a 5 en el mercado informal. El hilo, la goma, el neopreno y otros, se resuelven de modo parecido: mediante el “forcejeo” y la “sofocación” que se imponen en el submundo del “invento”
Nuestro personaje tiene asiento legal en el registro de actividades por cuenta propia con el número 418 y el sustantivo “Zapatero Remendón”, por cuya licencia debe pagar 200 pesos cubanos mensuales más un impuesto anual sobre ingresos personales según declaración del cuentapropista. Tratándose del zapatero estatal, el sueldo es de 250 pesos mensuales.
La diferencia entre ambos disminuye cada día pues tanto uno como el otro, se ven forzados a comprar en el mercado negro los recursos que no les facilita el estado. Por tal razón, el precio del servicio que prestan, es decir, el precio del remiendo, tiende a igualarse en la práctica aunque teóricamente el estatal se rige por un listado oficial. La concreción de un trabajo suele ser resultado de un acuerdo entre cliente y artesano. Este convenio ha de ser directo y secreto pues se tasa a precio de mercado negro; por tanto, resulta furtivo aunque tal práctica esté generalizada en casi todos los oficios.
Un zapatero serio y curioso adquiere fama y con ella amplía su marchantería. En tal caso, el reparador de calzado suele tornarse lijoso y consentido; seguro de que en un mundo donde la indiferencia y la dejadez pululan, él es un tipo excepcional, acreedor de deferencias y consideraciones. Entonces puede dormir tranquilo junto a los suyos pues siempre le lloverán clientes. En su congelador nunca faltará el pedazo de carne y los muchachos siempre tendrán un pantalón decente que vestir.
Todos lo buscarán para que les repare el par de zapatos que habiéndoles costado 30 “fulas” (pesos convertibles), se les despegó la suela a la tercera puesta; o bien el par de chancletas marca FILA, compradas nada menos que en el Hotel Comodoro pero que resultaron ser una estafa pues no eran de tal marca sino el resultado de una grosera falsificación.
Será, desde su humilde status de zapatero remendón, un tipo reconocido con el cual hay que contar y llevarse bien si se quiere andar debidamente calzado sobre estos escabrosos e inseguros caminos del socialismo criollo donde cualquiera mete la pata, donde cualquiera resbala y cae.
osmagon@yahoo.com
Este de hoy en día difiere mucho del que conocimos treinta o cuarenta años atrás, conceptualmente hablando. El actual no se distingue por el martillo y la puntilla sino por el pegamento y la aguja de coser a mano.
Se trata de que los materiales sintéticos y el uso de la goma dejaron atrás las pieles. Con la actual moda de usar zapatillas, son otros los recursos a emplear, lo cual no quiere decir que los materiales tradicionales dejen de utilizarse. Sin embargo, su empleo es mucho menor.
Precisamente son los recursos para ejercer el oficio la mayor dificultad que confrontan los restauradores de calzado pues si bien el gobierno, en teoría, tiene una tienda encargada de vendérselos, en la práctica dicha tienda casi siempre está desabastecida y con los altos precios propios de todo monopolio estatal.
Pero no por eso nuestro personaje detiene la lucha por la subsistencia y así pues, se las agencia para resolver los materiales y utensilios propios del oficio. Ello ha de ser así porque sus hijos no entienden de dificultades ni del embargo económico y cada día demandan tres jornadas alimenticias: desayuno, almuerzo y comida, algo bien difícil de lograr en este país.
La chaveta se palabrea con un mecánico que la construye a partir de un pedazo de segueta desechable. La botella de pegamento a ciento y tantos pesos cubanos resulta más barata que comprándosela al estado a 10 pesos convertibles. Algo similar ocurre con la caja de puntilla de una libra, que se adquiere a 5 en el mercado informal. El hilo, la goma, el neopreno y otros, se resuelven de modo parecido: mediante el “forcejeo” y la “sofocación” que se imponen en el submundo del “invento”
Nuestro personaje tiene asiento legal en el registro de actividades por cuenta propia con el número 418 y el sustantivo “Zapatero Remendón”, por cuya licencia debe pagar 200 pesos cubanos mensuales más un impuesto anual sobre ingresos personales según declaración del cuentapropista. Tratándose del zapatero estatal, el sueldo es de 250 pesos mensuales.
La diferencia entre ambos disminuye cada día pues tanto uno como el otro, se ven forzados a comprar en el mercado negro los recursos que no les facilita el estado. Por tal razón, el precio del servicio que prestan, es decir, el precio del remiendo, tiende a igualarse en la práctica aunque teóricamente el estatal se rige por un listado oficial. La concreción de un trabajo suele ser resultado de un acuerdo entre cliente y artesano. Este convenio ha de ser directo y secreto pues se tasa a precio de mercado negro; por tanto, resulta furtivo aunque tal práctica esté generalizada en casi todos los oficios.
Un zapatero serio y curioso adquiere fama y con ella amplía su marchantería. En tal caso, el reparador de calzado suele tornarse lijoso y consentido; seguro de que en un mundo donde la indiferencia y la dejadez pululan, él es un tipo excepcional, acreedor de deferencias y consideraciones. Entonces puede dormir tranquilo junto a los suyos pues siempre le lloverán clientes. En su congelador nunca faltará el pedazo de carne y los muchachos siempre tendrán un pantalón decente que vestir.
Todos lo buscarán para que les repare el par de zapatos que habiéndoles costado 30 “fulas” (pesos convertibles), se les despegó la suela a la tercera puesta; o bien el par de chancletas marca FILA, compradas nada menos que en el Hotel Comodoro pero que resultaron ser una estafa pues no eran de tal marca sino el resultado de una grosera falsificación.
Será, desde su humilde status de zapatero remendón, un tipo reconocido con el cual hay que contar y llevarse bien si se quiere andar debidamente calzado sobre estos escabrosos e inseguros caminos del socialismo criollo donde cualquiera mete la pata, donde cualquiera resbala y cae.
osmagon@yahoo.com
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