jueves, 2 de abril de 2009

INTEGRIDAD, Frank Cosme



Santos Suárez, La Habana, abril 2 de 2009 (SDP) Ayer vi, no sé si por tercera o cuarta vez, la película “Perfume de mujer”. Disfruté de nuevo la que creo ha sido la mejor actuación de Al Pacino en su carrera.

El gancho que tiene este filme no es sólo la escena del tango o la conducción de un Ferrari a toda velocidad por un ciego. Por supuesto, una película, como también una hoja de papel, aguanta todo lo que le pongan. Pero fuera de estos recursos cómico-dramáticos que emplean los realizadores, la película maneja un tema del que se trata muy poco: la integridad.

La integridad es un asunto difícil de abordar porque va en dirección contraria al caudal del río de la vida.

La tendencia de dejarse llevar, de ser más listos y de aplaudir a los listos aunque lo que hagan sea inescrupuloso, es una cosa tan chic en la sociedad moderna, la de afuera y también la nuestra, que ya se acepta esta normal-anormalidad como algo cotidiano.

No sé quien fue el autor de este pensamiento: “sólo un leño flota río abajo, el pez remonta la corriente”, pero resumió de un tirón, en dos renglones, todo lo que se pueda decir de este asunto.

El tema del film gira alrededor de un ex militar ciego y de un joven estudiante que debe cuidarlo un fin de semana. El joven estaba en la disyuntiva, junto a otro condiscípulo, de delatar o no a un grupo de alumnos que prepararon y realizaron una broma pesada al director de la escuela. Nuestro joven dudaba entre perder la beca de la afamada escuela que le abriría las puertas de las mejores universidades o delatar a sus condiscípulos. Después de segundos de vacilación, no lo dudó más, se decidió por perderlo todo.
La película termina con un happy-end: gracias a la defensa de Pacino, el joven no fue expulsado de la escuela.

Pero en la realidad de la vida, no todo termina como en la película. No siempre hay un abogado defensor que ponga las cosas en claro, que recuerde a una sociedad dormida cuales son los valores reales por los que debe regirse.

En nuestra nación también hemos visto en múltiples ocasiones como la integridad se ha perdido al ver dos colegas de trabajo discutir por el derecho a comprar un TV o un refrigerador cuando estos sólo eran distribuidos por los centros de trabajo. Realmente fue patético ver como dos personas se sacaban en público todos los trapos sucios e incluso se iban a las manos.

O cuando alguien por escalar posiciones, ha diezmado sus principios y ha aplastado a cuantos tiene a su alrededor.

Cuando alguien en un mercado te cobra por un peso en la mercancía que no es el real. Cuando alguien te “multa” –palabreja inventada por no decir robar- al alterar los precios en una tienda o al declarar con una cara de cemento que “no tiene vuelto”. Cuando alguien te pide prestado cualquier objeto y se apropia de él. Cuando alguien por la más ínfima cosa te suelta un rosario de palabrotas. En fin, no alcanza el espacio para describir de cuantas maneras se pierde la integridad.
Hasta organismos internacionales que se suponen velen por la misma, la han perdido. La ONU no impidió el genocidio en Ruanda o el choque entre serbios y bosnios.

2 300 años ha, el Eclesiastés nos advirtió: “En este mundo he visto que no siempre los veloces ganan la carrera, ni los valientes ganan la batalla, ni los sabios tienen pan, ni los inteligentes son ricos o los instruidos son bien recibidos”. Esto demuestra que la humanidad siempre ha sido la misma.

Sabe más el hombre de crianza de perros que de la crianza de los niños, que son en definitiva el futuro y la integridad de una nación. No en balde, nuestro más íntegro pensador, José Martí, dijo en una ocasión: “Los niños son la esperanza del mundo”.
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