jueves, 2 de abril de 2009

LA CALLE DONDE MATARON A YARINI, Frank Correa



Jaimanitas, La Habana, abril 2 de 2009 (SDP) Aquel periodista cumplió por fin un viejo sueño: visitar el lugar donde asesinaron a Alberto Yarini, el chulo más famoso de la historia de Cuba.

Al llegar a la calle San Isidro, uno de barrios más antiguos de La Habana Vieja, donde florecía la prostitución a principios del siglo XX, se sintió de repente transportado en el tiempo al 21 de Noviembre de 1910, día en que Alberto Yarini se levanta más temprano que de costumbre y en el sitio que siempre ocupa en la mesa desayuna con sus concubinas el acostumbrado café con leche, pan, mantequilla, galletas, jugos y el imprescindible café solo. Antes de salir le dice a sus amantes que lo esperen para almorzar.

Toma un coche de alquiler para asistir al velorio de la madre de Domingo J. Valladares, Presidente del Partido Conservador del barrio Monte. Regresa al mediodía y almuerza con Celia, Elena y La Petite Berthe, sin el menor indicio o sospecha que se acerca su hora final.

Duerme la siesta y al levantarse, le ordena al mulato José Claro que le prepare el baño y deje listo el chaqué y el bombín. Toma su baño tranquilamente y dedica buen rato a vestirse con cuidado: el calzoncillo largo de finas rayas color pálido con petos blancos y sus iniciales bordadas, una camiseta, también con sus iniciales A. Y. Las medias oscuras, una camisa blanca celosamente planchada, con la que se demora un poco al poner los seis botones de oro en el cuello, la pechera y los puños, usa pantalones bien cortados, de buena tela, al igual que el chaqué de las grandes solemnidades y los zapatos Ciudadela, sin olvidar en su muñeca izquierda su reloj Nautilus de excelente plata. Se peina con el esmero de siempre, verifica el afeitado y espera a Federico Varcacel.

Pero a las siete de la noche llega un desconocido con un recado extraño. Yarini entra a su casa (documentos oficiales del Archivo Nacional lo atestiguan, al igual que el resto del vestuario mencionado), se cambia el pantalón que lleva por uno de casimir oscuro, echa con prisa cinco pesos de plata española, un centén, un Luis y una moneda de veinte pesos americanos. Por último revisa su revólver Smith 9 mm niquelado y con cachas de nácar. Entonces abandona la habitación de su casa en Paula hacia Picota y dobla a la derecha en dirección a San Isidro.

Cuando llega a San Isidro No 60 (hoy 174) donde se prostituían varias de sus mujeres, Yarini se encuentra en una celada. De repente aparece frente a él Luis Letot, un chulo francés al que Yarini le había quitado una de sus mujeres, La Petite Berthe y que se había convertido en enemigo mortal del cubano. Sin pronunciar palabra, ni darle tiempo a nada, el francés saca su revólver y comienza a disparar casi a boca de jarro.

Desde el tejado de enfrente estaban apostados los amigos de Letot cómplices en la celada, Quorrier, Francesco Caggioli, Ernest Laviere, Raoul Finet, Petitjean, Joseph Benedetti, Cesare Mora, León Darcy, Jean Boggie, Cecil Bazzul y un tal Valetti, toda una comparsa de extranjeros cobardes que también abren fuego sobre Alberto Yarini, quién fallece en el hospital de Emergencias a las diez y media de la noche del 22 de Noviembre de 1910.

Ahora, 98 años después, el periodista que cumplía el viejo sueño de visitar el lugar donde mataron al chulo, iba leyendo los números de las casa buscando el 174, sin hallarlo. Casi todos los viejos edificios se han derrumbado, montañas de escombros y basura dan al barrio un aspecto de ciudad bombardeada. Las viviendas que quedan en pie muestran un aspecto miserable, peor que un siglo atrás. De los solares salen muchachas con vestuarios minúsculos y pasos provocativos, a simple vista se nota que ejercen el oficio mas antiguo del mundo, seguidas a corta distancia por sus proxenetas, que la custodian para que no den “pasos en falsos”.

En 1959 la revolución triunfante de Fidel Castro acabó con la prostitucion y las zonas de tolerancias, como San Isidro. En 1993 la gran crisis económica llamada periodo especial restituyó esta depravación punitiva de vender el cuerpo. Si en la seudo republica era una lacra social específica, ahora se muestra como un fenómeno generalizado, una pérfida vía de escape para sobrevivir, extendidas a todos los barrios y a todos los estratos sociales, sin distinciones.

La diferencia de las prostitutas y los chulos del San Isidro de ayer con el de hoy, descansa en que las mujeres de ayer esperaban a los clientes en sus cuartos, en una calle destinada como zona de tolerancia, mientras que las de hoy, salen a cazarlos a cualquier punto de la ciudad, incluso hasta los aeropuertos. Los chulos de ayer, bien vestidos y mucho mejor alimentados, hacían galas de un poder seductivo que rozaba lo místico, en cambio los de hoy, vestidos en short, pulóver y chancletas rotas, defenestran a sus víctimas femeninas con el chantaje y la violencia como únicos recursos.

Mientras busca el sitio exacto donde ocurrió el crimen, el periodista descubre que en aquella cuadra quedan muy pocas accesorias en pie. Calcula más o menos donde debió estar la número 174, de donde salía el chulo cuando fue baleado. Pero en su lugar encontró sólo un gran basurero repleto de moscas y un cartel escrito a mano que decía Prohibido echar basura, al que la gente no le hacia ningún caso.
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