El Cotorro, La Habana, 2 de abril de 2009, (SDP) “Al que no le gusta el caldo le dan tres tazas”, dice un proverbio. Tal vez sea el caso de Cuba, donde Fidel Castro reinó desde enero de 1959 hasta julio del 2006, cuando le “entregó” el mando a su hermano Raúl, quien le cuidaba la espalda con la escopeta al hombro desde el Ministerio de las Fuerzas Armadas.
Como el ex ministro es un segundón acostumbrado a las sombras, comparte el liderazgo con el Comandante enfermo y con otros militares de la vieja guardia, que reciben petróleo y dinero del Coronel Hugo Chávez, presidente de Venezuela y heredero del totalitarismo insular.
En vez de uno, los cubanos disponemos de tres tiranos. Antes del derrumbe de la Unión Soviética (1991) el Castro menguante escuchaba las voces de Moscú, pero ladraba fuerte en el solar de Latinoamérica. Su sucesor también aúlla y comercia lealtades con quienes le sirven la mesa desde Caracas y otros rincones.
El régimen totalitario es débil y corrupto, pero la suerte premia a los déspotas. En el continente predominan líderes populistas que apuntalan a la dictadura insular. El más prestigioso es Luis I. Lula, presidente de Brasil, cuya deuda de gratitud lo lleva a interceder por Cuba ante el mandatario de los Estados Unidos. Lula y Chávez “reincorporan” al gobierno comunista a los mecanismos regionales.
Desfilan por La Habana las figuras cimeras de varios países, quienes abrazan al delirante Fidel Castro y firman convenios con su hermano.
Las “fórmulas de cooperación” incluyen a Rusia, China, Irán y la Unión Europea, que ha enviado tres veces al Comisario Louis Michel para restablecer la “ayuda humanitaria”, interrumpida en el 2003 por la ola represiva contra los opositores pacíficos, que aún se pudren en las cárceles.
Cuba sobrevive de la ayuda externa, exporta la emigración, envía a sus médicos y maestros a misiones en decenas de países. El gobierno se alimenta del escándalo contra el embargo económico, denigra al exilio y convierte a la isla en un santuario de terroristas.
Mientras tanto, los cubanos huyen del país o se quejan del burocratismo, los salarios devaluados, el transporte urbano, las calles rotas, el derroche de recursos, la falta de viviendas y las leyes absurdas. Las autoridades, tan ineficaces en el plano económico y productivo, enfrentan el robo, la indisciplina social y persiguen a quienes se niegan a trabajar para el Estado.
El gobierno mantiene a raya a los opositores pacíficos, controla los centros de producción y servicios, las costas, las carreteras, los puertos y aeropuertos; la policía y el ejército cumplen sus funciones, pero el país marcha como una nave que se aproxima al naufragio. Aún no somos un estado fallido, más la nación se resiente. Medio siglo de centralismo y represión es demasiado para una isla que exige cambios.
Dicen que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. ¿Será el caso de Cuba? ¿Podrán los gobiernos de izquierda de América y Europa apuntalar a la dictadura de los Castro en medio de la crisis que perturba al mundo?
primaveradigital@gmail.com
Como el ex ministro es un segundón acostumbrado a las sombras, comparte el liderazgo con el Comandante enfermo y con otros militares de la vieja guardia, que reciben petróleo y dinero del Coronel Hugo Chávez, presidente de Venezuela y heredero del totalitarismo insular.
En vez de uno, los cubanos disponemos de tres tiranos. Antes del derrumbe de la Unión Soviética (1991) el Castro menguante escuchaba las voces de Moscú, pero ladraba fuerte en el solar de Latinoamérica. Su sucesor también aúlla y comercia lealtades con quienes le sirven la mesa desde Caracas y otros rincones.
El régimen totalitario es débil y corrupto, pero la suerte premia a los déspotas. En el continente predominan líderes populistas que apuntalan a la dictadura insular. El más prestigioso es Luis I. Lula, presidente de Brasil, cuya deuda de gratitud lo lleva a interceder por Cuba ante el mandatario de los Estados Unidos. Lula y Chávez “reincorporan” al gobierno comunista a los mecanismos regionales.
Desfilan por La Habana las figuras cimeras de varios países, quienes abrazan al delirante Fidel Castro y firman convenios con su hermano.
Las “fórmulas de cooperación” incluyen a Rusia, China, Irán y la Unión Europea, que ha enviado tres veces al Comisario Louis Michel para restablecer la “ayuda humanitaria”, interrumpida en el 2003 por la ola represiva contra los opositores pacíficos, que aún se pudren en las cárceles.
Cuba sobrevive de la ayuda externa, exporta la emigración, envía a sus médicos y maestros a misiones en decenas de países. El gobierno se alimenta del escándalo contra el embargo económico, denigra al exilio y convierte a la isla en un santuario de terroristas.
Mientras tanto, los cubanos huyen del país o se quejan del burocratismo, los salarios devaluados, el transporte urbano, las calles rotas, el derroche de recursos, la falta de viviendas y las leyes absurdas. Las autoridades, tan ineficaces en el plano económico y productivo, enfrentan el robo, la indisciplina social y persiguen a quienes se niegan a trabajar para el Estado.
El gobierno mantiene a raya a los opositores pacíficos, controla los centros de producción y servicios, las costas, las carreteras, los puertos y aeropuertos; la policía y el ejército cumplen sus funciones, pero el país marcha como una nave que se aproxima al naufragio. Aún no somos un estado fallido, más la nación se resiente. Medio siglo de centralismo y represión es demasiado para una isla que exige cambios.
Dicen que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. ¿Será el caso de Cuba? ¿Podrán los gobiernos de izquierda de América y Europa apuntalar a la dictadura de los Castro en medio de la crisis que perturba al mundo?
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